.

Bienvenido a mi página Weblog
Personas ajenas a la administración del Blog enlazan pornografía al sitio, esperamos se pueda hacer algo al respecto por parte de Blogger o Google. Gracias , Dios les Bendiga por ello.


Antigua Asia Menor. Ver mapa más grande

Asia Menor. Península de Asia occidental, situada entre el mar Negro y el Mediterráneo, llamada antiguamente Anatolia. Por el E su estructura alcanza hasta el Éufrates; su litoral O es vecino del archipiélago Egeo y al NO la separan de Europa los Dardanelos, el mar de Mármara y el Bósforo. Tiene 750 000 km2 y forma una vasta meseta de 600 a 1 000 m de altura con zonas montañosas al N y al S. Políticamente pertenece a Turquía.
Weathe.Encontrar la información climática por regiones y ciudades del mundo Consulta La Hora mundialmente

Welcome to Twig QUMRÁN: "! Bienvenido a QUMRÁN.Orar a Alah, Yahvé Jehová,por el respeto por las diferencias y la paz en el mundo. Por la misericordia bondad de Dios y fe..“Un gran hombre demuestra su grandeza por el modo en que trata a los que son o tienen menos que él”..¡.. "Creemos en el diálogo, paciente, verdadero, razonable: diálogo para la búsqueda de la paz, y también para evitar los abismos que dividen culturas y pueblos y que preparan graves conflictos"Asìs.Es evidente que, impresionantes números de personas mueren repetidamente cuando depositan su confianza en mentiras y mentirosos. Y casi siempre los mentirosos en el poder se encuentran en situaciones difíciles como consecuencia de su gran caso omiso de los hechos,Laura Knight-Jadczyk Somos una fuente de información con formato y estilo diferente 2010. El siervo de Cristo no lo es por propia iniciativa, sino por elección de Jesús.

.


Valle De Los Reyes, Egipto

viernes, diciembre 25, 2009

Discurso de Obama en la entrega del Premio Nobel de la Paz


Sus Majestades, Sus Altezas Reales, distinguidos miembros del Comité Nóbel de Noruega, ciudadanos de Estados Unidos y ciudadanos del mundo:
Recibo este honor con profunda gratitud y gran humildad. Es un premio que habla sobre nuestras mayores aspiraciones: que a pesar de toda la crueldad y las adversidades de nuestro mundo, no somos simples prisioneros del destino. Nuestros actos tienen importancia y pueden cambiar el rumbo de la historia y llevarla por el camino de la justicia. Sin embargo, sería una negligencia no reconocer la considerable controversia que su generosa decisión ha generado. (Risas.) En parte, esto se debe a que estoy al inicio y no al final de mis labores en la escena mundial. En comparación con algunos de los gigantes de la historia que han recibido este premio –Schweitzer y King; Marshall y Mandela– mis logros son pequeños. Y luego hay hombres y mujeres alrededor del mundo que han sido encarcelados y golpeados en su búsqueda de la justicia; gente que trabaja en organizaciones humanitarias para aliviar el sufrimiento; millones en el anonimato cuyos silenciosos actos de valentía y compasión inspiran incluso a los cínicos más empedernidos. No puedo contradecir a quienes piensan que estos hombres y mujeres –algunos conocidos, otros desconocidos para todos excepto para quienes reciben su ayuda– merecen este honor muchísimo más que yo.

Pero quizá el asunto más controversial en torno a mi aceptación de este premio es el hecho de que soy Comandante en Jefe de un ejército de un país en medio de dos guerras. Una de esas guerras está llegando a su fin. La otra es un conflicto que Estados Unidos no buscó; uno en que se nos suman otros cuarenta y dos otros países –incluida Noruega– en un esfuerzo por defendernos y defender a todas las naciones de ataques futuros. De todos modos, estamos en guerra, y soy responsable por desplegar a miles de jóvenes a pelear en un país distante. Algunos matarán. A otros los matarán. Por lo tanto, vengo aquí con un agudo sentido del costo del conflicto armado, lleno de difíciles interrogantes sobre la relación entre la guerra y la paz, y nuestro esfuerzo por reemplazar una por la otra.

Bueno, estas interrogantes no son nuevas. La guerra, de una forma u otra, surgió con el primer hombre. En los albores de la historia, no se cuestionaba su moralidad; simplemente era un hecho, como la sequía o la enfermedad, la manera en que las tribus y luego las civilizaciones buscaban el poder y resolvían sus discrepancias. Y con el tiempo, a medida que los códigos legales procuraban controlar la violencia dentro de los grupos, los filósofos, clérigos y estadistas también procuraban controlar el poder destructivo de la guerra. Surgió el concepto de “guerra justa”, que proponía que la guerra solamente se justifica cuando cumple con ciertas condiciones previas: si se libra como último recurso o en defensa propia; si la fuerza utilizada es proporcional y, en la medida posible, si no se somete a civiles a la violencia.

Por supuesto, sabemos que durante gran parte de la historia, se ha cumplido pocas veces con este concepto de guerra justa. La capacidad de los seres humanos de idear nuevas maneras de matarse unos a los otros resultó ser inagotable, como también nuestra capacidad para tratar sin ninguna piedad a quienes no lucen como nosotros o le rinden culto a un Dios diferente. Las guerras entre ejércitos dieron lugar a guerras entre naciones: guerras totales en que la distinción entre combatiente y civil se volvía borrosa.

En el transcurso de treinta años, este continente se sumió dos veces en matanzas de ese tipo. Y aunque es difícil pensar en una causa más justa que la derrota del Tercer Reich y las potencias del Eje, la Segunda Guerra Mundial fue un conflicto en el que el número total de civiles que murieron superó al de soldados que perecieron. Como consecuencia de esa destrucción y con la llegada de la era nuclear, quedó claro para vencedores y vencidos, por igual, que el mundo necesitaba instituciones para evitar otra guerra mundial. Y, entonces, un cuarto de siglo después de que el Senado de Estados Unidos rechazara la Liga de Naciones, una idea por la cual Woodrow Wilson recibió este premio, Estados Unidos lideró al mundo en el desarrollo de una estructura para mantener la paz: un Plan Marshall y Naciones Unidas, mecanismos para regir la manera en la que se libran guerras, los tratados para proteger los derechos humanos, evitar el genocidio y restringir las armas más peligrosas. De muchas maneras, estos esfuerzos fueron exitosos. Sí, se han librado guerras terribles y se han cometido atrocidades. Pero no ha habido una Tercera Guerra Mundial. La Guerra Fría concluyó con una muchedumbre jubilosa que derrumbó un muro. El comercio tejió lazos entre gran parte del mundo. Miles de millones han salido de la pobreza. Los ideales de libertad, autonomía, igualdad y el imperio de la ley han avanzado a tropezones. Somos los herederos de la fortaleza y previsión de generaciones pasadas, y es un legado por el cual mi propio país legítimamente siente orgullo.

Pero aún asi, transcurrida una década del nuevo siglo, esta antigua estructura está cediendo ante el peso de nuevas amenazas. El mundo quizá ya no se estremezca ante la posibilidad de guerra entre dos superpotencias nucleares, pero la proliferación puede aumentar el peligro de catástrofes. El terrorismo no es una táctica nueva, pero la tecnología moderna permite que unos cuantos hombres insignificantes con enorme ira asesinen a inocentes a una escala horrorosa. Es más, las guerras entre naciones con mayor frecuencia han sido reemplazadas por guerras dentro de naciones. El resurgimiento de conflictos étnicos o sectarios; el aumento de movimientos secesionistas, las insurgencias y los estados fallidos – todas estas cosas progresivamente han atrapado a civiles en un caos interminable. En las guerras de hoy, mueren muchos más civiles que soldados; se siembran las semillas de conflictos futuros, las economías se destruyen; las sociedades civiles se parten en pedazos, se acumulan refugiados y los niños quedan marcados de por vida.

No traigo hoy una solución definitiva a los problemas de la guerra. Lo que sí sé es que hacerles frente a estos desafíos requerirá la misma visión, arduo esfuerzo y perseverancia de aquellos hombres y mujeres que actuaron tan audazmente hace varias décadas. Y requerirá que repensemos la noción de guerra justa y los imperativos de una paz justa.

Debemos comenzar por reconocer el difícil hecho de que no erradicaremos el conflicto violento en nuestra época. Habrá ocasiones en las que las naciones, actuando individual o conjuntamente, concluirán que el uso de la fuerza no sólo es necesario sino también justificado moralmente.

Hago esta afirmación consciente de lo que Martin Luther King dijo en esta misma ceremonia hace años: “La violencia nunca produce paz permanente. No resuelve los problemas sociales: simplemente crea problemas nuevos y más complicados”. Como alguien que está parado aquí como consecuencia directa de la labor a la que el Dr. King le dedicó la vida, soy prueba viviente de la fuerza moral de la no violencia. Sé que no hay nada débil, nada pasivo, nada ingenuo en las convicciones y vida de Gandhi y King.

Pero en mi calidad de jefe de Estado que juró proteger y defender a mi país, no me puede guiar solamente su ejemplo. Enfrento al mundo como lo es, y no puedo cruzarme de brazos ante amenazas contra estadounidenses. Que no quede la menor duda: la maldad sí existe en el mundo. Un movimiento no violento no podría haber detenido los ejércitos de Hitler. La negociación no puede convencer a los líderes de Al Qaida a deponer las armas. Decir que la fuerza es a veces necesaria no es un llamado al cinismo; es reconocer la historia, las imperfecciones del hombre y los límites de la razón.

Menciono este punto, comienzo con este punto porque en muchos países hoy en día hay un profundo cuestionamiento del accionar militar, independientemente de la causa. Y a veces, a esto se suma una suspicacia automática por tratarse de Estados Unidos, la única superpotencia militar del mundo.

Sin embargo el mundo debe recordar que no fueron simplemente las instituciones internacionales –no sólo los tratados y las declaraciones los que le dieron estabilidad al mundo después de la Segunda Guerra Mundial. Independientemente de los errores que hayamos cometido, hay un hecho clarísimo: Estados Unidos de Norteamérica ha ayudado a garantizar la seguridad mundial durante más de seis décadas con la sangre de nuestros ciudadanos y el poderío de nuestras armas. El servicio y sacrificio de nuestros hombres y mujeres de uniforme han promovido la paz y prosperidad desde Alemania hasta Corea, y permitido que la democracia eche raíces en lugares como los países balcánicos. Hemos sobrellevado esta carga no porque queremos imponer nuestra voluntad. Lo hemos hecho por un interés propio y bien informado: porque queremos un futuro mejor para nuestros hijos y nietos, y creemos que su vida será mejor si los hijos y nietos de otras personas pueden vivir en libertad y prosperidad.

Entonces, sí, los instrumentos de la guerra tienen un papel en mantener la paz. Sin embargo, este hecho debe coexistir con otro: que independientemente de cuán justificada, la guerra conlleva tragedia humana. La valentía y el sacrificio del soldado están llenos de gloria, expresan devoción por la patria, la causa y los compañeros de armas. Pero la propia guerra nunca es gloriosa, y nunca debemos exaltarla como si lo fuera.

Entonces, parte de nuestro desafío es reconciliar estos dos hechos aparentemente irreconciliables: que la guerra a veces es necesaria y que la guerra es, de cierta manera, una expresión de desatino humano. Concretamente, debemos dirigir nuestros esfuerzos a la tarea que el Presidente Kennedy propuso hace tiempo. “Concentrémonos”, dijo, “en una paz más práctica, más alcanzable, basada no en una revolución repentina de la naturaleza humana, sino una evolución gradual de las instituciones humanas”. Una evolución gradual de las instituciones humanas.

¿Qué apariencia cobraría esta evolución? ¿Cuáles podrían ser estas medidas prácticas?

Para comenzar, considero que todos los países, tanto fuertes como débiles, deben cumplir con estándares que rigen el uso de fuerza. Yo, como cualquier jefe de Estado, me reservo el derecho de actuar unilateralmente si es necesario para defender a mi país.

No obstante, estoy convencido de que cumplir con estándares, estándares internacionales, fortalece a quienes lo hacen y aísla –y debilita– a quienes no.

El mundo respaldó a Estados Unidos tras los ataques del 11 de septiembre y continúa apoyando nuestros esfuerzos en Afganistán, debido al horror de esos atentados sin sentido y el principio reconocido de defensa propia. De la misma manera, el mundo reconoció la necesidad de confrontar a Sadam Husein cuando invadió Kuwait, un consenso que envió un mensaje claro a todos sobre el precio de la agresión.

Es más, Estados Unidos -- de hecho ningún país -- puede insistir en que otros sigan las normas si nosotros nos rehusamos a seguirlas. Pues cuando no lo hacemos, nuestros actos pueden parecer arbitrarios y menoscabar la legitimidad de intervenciones futuras, por más justificadas que sean.

Esto pasa a ser particularmente importante cuando el propósito de la acción militar se extiende más allá de la defensa propia o la defensa de una nación contra un agresor. Más y más, todos enfrentamos difíciles interrogantes sobre cómo evitar la matanza de civiles por su propio gobierno o detener una guerra civil que puede sumir a toda una región en violencia y sufrimiento.

Creo que se puede justificar la fuerza por motivos humanitarios, como fue el caso en los países balcánicos o en otros lugares afectados por la guerra. La inacción carcome nuestra conciencia y puede resultar en una intervención posterior más costosa. Es por eso que todos los países responsables deben aceptar la noción de que las fuerzas armadas con un mandato claro pueden ejercer una función en el mantenimiento de la paz.

El compromiso de Estados Unidos con la seguridad mundial nunca flaqueará. Pero en un mundo en que las amenazas son más difusas y las misiones más complejas, Estados Unidos no puede actuar solo. Estados Unidos por su cuenta no puede lograr la paz. Ése es el caso en Afganistán. Es el caso en estados fallidos como Somalia, donde el terrorismo y la piratería van de la mano con la hambruna y el sufrimiento humano. Y lamentablemente, seguirá siendo la realidad en regiones inestables en el futuro.

Los líderes y soldados de los países de la OTAN –y otros amigos y aliados demuestran este hecho por medio de la habilidad y valentía que han mostrado en Afganistán. Pero en muchos países, hay una brecha entre los esfuerzos de los militares y la opinión ambivalente del público en general. Comprendo por qué la guerra no es popular. Pero también sé lo siguiente: la convicción de que la paz es deseable rara vez es suficiente para lograrla. La paz requiere responsabilidad. La paz conlleva sacrificio. Es por eso que la OTAN continúa siendo indispensable. Es por eso que debemos reforzar esfuerzos de mantenimiento de la paz a nivel regional y por la ONU, y no dejar la tarea en manos de unos cuantos países. Es por eso que les rendimos homenaje a quienes regresan a casa de misiones de mantenimiento de la paz y entrenamiento en el extranjero, en Oslo y Roma; Ottawa y Sydney; Dhaka y Kigali; los homenajeamos no como artífices de guerra sino como promotores, como promotores de la paz.

Permítanme un punto final sobre el uso de la fuerza. Incluso mientras tomamos decisiones difíciles sobre ir a guerra, también debemos pensar claramente sobre cómo librarla. El Comité del Nóbel reconoció este hecho al otorgar su primer premio de paz a Henry Dunant, el fundador de la Cruz Roja, y un promotor del Tratado de Ginebra.

Cuando la fuerza es necesaria, tenemos un interés moral y estratégico en obligarnos a cumplir con ciertas normas de conducta. Incluso cuando enfrentamos crueles adversarios que no cumplen con ninguna regla, creo que Estados Unidos de Norteamérica debe seguir dando el ejemplo respecto a estándares en conducta de guerra.
Eso es lo que nos diferencia de quienes combatimos. Ésa es la fuente de nuestra fuerza. Es por eso que prohibí la tortura. Es por eso que ordené que se clausure la prisión en la Bahía de Guantánamo. Y es por eso que he reiterado el compromiso de Estados Unidos de cumplir con el Tratado de Ginebra. Perdemos nuestra identidad cuando no cumplimos los ideales mismos que estamos luchando por defender.

Y honramos – honramos dichos ideales al cumplir con ellos no sólo cuando es fácil, sino cuando es difícil.

He hablado extensamente sobre asuntos que debemos sopesar con la razón y el corazón cuando optamos por librar guerra. Pero permítanme pasar ahora a nuestro esfuerzo por evitar opciones tan trágicas y hablar sobre tres maneras en que podemos promover una paz justa y duradera.

En primer lugar, al tratar con aquellos países que transgreden normas y leyes, creo que debemos desarrollar alternativas a la violencia que son suficientemente firmes como para cambiar la conducta, pues si queremos una paz duradera, entonces las palabras de la comunidad internacional deben tener peso. Se debe hacer que aquellos regímenes que van en contra de las normas rindan cuentas por sus actos. Las sanciones deben conllevar un escarmiento real. La intransigencia debe combatirse con mayor presión, y esa presión existe sólo cuando el mundo actúa al unísono.

Un ejemplo urgente es el esfuerzo por evitar la proliferación de armas nucleares y lograr un mundo sin ellas. A mediados del siglo pasado, las naciones acordaron regirse por un tratado con un objetivo claro: todos tendrán acceso a la energía nuclear pacífica; quienes no tienen armas nucleares deben renunciar a ellas, y quienes tienen armas nucleares deben procurar el desarme. Me he comprometido a plasmar este tratado. Es el eje de mi política exterior. Y estoy trabajando con el Presidente Medvedev para reducir las reservas de armas nucleares de Estados Unidos y Rusia.

Pero también nos incumbe a todos insistir en que países como Irán y Corea del Norte no jueguen con el sistema. Quienes afirman respetar las leyes internacionales no deben hacer caso omiso de cuando se incumplen dichas leyes. Quienes se interesan por su propia seguridad no pueden cerrar los ojos ante el peligro de una carrera armamentista en el Oriente Medio o el Extremo Oriente. Quienes procuran la paz no pueden permanecer cruzados de brazos mientras los países se arman para una guerra nuclear.

El mismo principio se aplica a quienes incumplen con las leyes internacionales al tratar brutalmente a su propio pueblo. Cuando hay genocidio en Darfur; violaciones sistemáticas en el Congo, o represión en Birmania, deben haber consecuencias. Sí, habrá acercamiento; sí, habrá diplomacia – pero tienen que haber consecuencias cuando esas cosas fallen. Y mientras más unidos estemos, menores las probabilidades de que nos veamos forzados a escoger entre la intervención armada y la complicidad con la opresión.

Esto me lleva al segundo punto: el tipo de paz que buscamos. Pues la paz no es simplemente la ausencia de un conflicto visible. Solamente una paz justa y basada en los derechos inherentes y la dignidad de todas las personas realmente puede ser perdurable.

Fue este entendimiento lo que motivó a quienes redactaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos después de la Segunda Guerra Mundial. Tras la devastación, reconocieron que si no se protegen los derechos humanos, la paz es una promesa vana. Sin embargo, con demasiada frecuencia, se ignoran estas palabras. En algunos países, la excusa para no defender los derechos humanos es la falsa sugerencia de que éstos son principios occidentales, extraños a culturas locales o etapas de desarrollo de una nación. Y dentro de Estados Unidos, desde hace tiempo existe tensión entre quienes se describen como realistas o idealistas, una tensión que polariza las opciones: una mera lucha en defensa de nuestros intereses o una campaña interminable por imponer nuestros valores alrededor del mundo.

Rechazo estas opciones. Creo que la paz es inestable cuando se les niega a los ciudadanos el derecho a hablar libremente o practicar su religión como deseen; escoger a sus propios líderes o congregarse sin temor. Los agravios que no se ventilan empeoran, y la supresión de identidad tribal y religiosa puede llevar a la violencia.

También sabemos que lo opuesto es cierto. Sólo cuando Europa obtuvo la libertad pudo finalmente encontrar la paz. Estados Unidos nunca ha librado una guerra contra una democracia, y nuestros amigos más cercanos son los gobiernos que protegen los derechos de sus ciudadanos. Independientemente de la frialdad con que se definan, no se satisfacen los intereses de Estados Unidos ni del mundo con la negación de las aspiraciones humanas.

Entonces, incluso mientras respetamos las culturas y tradiciones particulares de diferentes países, Estados Unidos siempre será una voz para las aspiraciones universales. Daremos testimonio de la silenciosa dignidad de reformistas como Aung Sang Suu Kyi; de la valentía de los zimbabuenses que emitieron sus votos a pesar de golpizas; de los cientos de miles que han marchado silenciosamente por las calles de Irán. Dice mucho el que los líderes de estos gobiernos les teman a las aspiraciones de sus propios pobladores más que al poder de cualquier otra nación. Y es la responsabilidad de todas las personas libres y los países libres dejarles en claro a estos movimientos que la esperanza y la historia están de su lado.

Permítanme decir esto también: la promoción de los derechos humanos no puede limitarse a la exhortación. A veces, debe ir acompañada de laboriosa diplomacia. Sé que el trato con regímenes represivos carece de la grata pureza de la indignación. Pero también sé que las sanciones sin esfuerzos de alcance –y la condena sin discusión– pueden mantener un status quo agobiante. Ningún régimen represivo puede ir por un nuevo sendero a no ser que tenga la opción de una puerta abierta.

En vista de los horrores de la Revolución Cultural, la reunión de Nixon con Mao parecía inexcusable, pero no hay duda de que ayudó a llevar a China por un camino en el cual millones de sus ciudadanos han podido salir de la pobreza y conectarse con sociedades abiertas. Los lazos del Papa Juan Pablo con Polonia creó un espacio no sólo para la Iglesia Católica sino también para líderes sindicales como Lech Walesa. Los esfuerzos de Ronald Reagan por el control de armas y la aceptación de la Perestroika no sólo mejoraron las relaciones con la Unión Soviética sino que les otorgó poder a disidentes en toda Europa Oriental. No existe una fórmula simple. Pero debemos tratar de hacer lo posible por mantener el equilibrio entre el ostracismo y la negociación; la presión y los incentivos, de manera que se promuevan los derechos humanos y la dignidad con el transcurso del tiempo.

En tercer lugar, una paz justa incluye no sólo derechos civiles y políticos, sino que debe abarcar la seguridad económica y las oportunidades, pues la paz verdadera no es solamente la falta de temor, sino también la falta de privaciones.

No hay duda de que el desarrollo rara vez echa raíces sin seguridad; también es cierto que la seguridad no existe cuando los seres humanos no tienen acceso a suficiente alimento, el agua potable o los medicamentos que necesitan para sobrevivir. No existe cuando los niños no pueden aspirar a una buena educación o un empleo decente que mantenga a una familia. La falta de esperanza puede corromper a una sociedad desde su interior.

Y es por eso que ayudar a los agricultores a alimentar a su propia gente, o a los países a educar a sus niños y a cuidar a los enfermos no es simplemente caridad. También es el motivo por el cual el mundo debe unirse para hacerle frente al cambio climático. Hay pocos científicos que no estén de acuerdo en que si no hacemos algo, enfrentaremos más sequías, hambruna y desplazamientos masivos que alimentarán más conflictos durante décadas. Por este motivo, no son sólo los científicos y activistas los que proponen medidas prontas y enérgicas; también lo hacen los líderes militares de mi país y otros que comprenden que nuestra seguridad común está en juego.

Acuerdos entre naciones. Instituciones sólidas. Apoyo a los derechos humanos. Inversiones en desarrollo. Todos éstos son ingredientes vitales para propiciar la evolución de la cual habló el Presidente Kennedy. Sin embargo, no creo que tendremos la voluntad, la determinación o la resistencia para concluir esta labor sin algo más: esto es, la expansión continua de nuestra imaginación moral; una insistencia en que hay algo intrínseco que todos compartimos.

Al reducirse el mundo, uno pensaría que iba a ser más fácil que los seres humanos reconozcamos lo similares que somos; que comprendamos que todos nosotros queremos básicamente lo mismo; que todos anhelamos la oportunidad de vivir con cierto grado de felicidad y satisfacción para nosotros y nuestra familia.

Sin embargo, dado el vertiginoso ritmo de la globalización y la homogenización cultural promovida por la modernidad, no debería sorprendernos que la gente tema perder lo que aprecia de su identidad particular: su raza, su tribu y quizá más que nada, su religión. En algunos lugares, este temor ha producido conflictos. A veces, incluso parecemos estar retrocediendo. Lo vemos en el Oriente Medio, donde el conflicto entre árabes y judíos parece estar agravándose. Lo vemos en los países donde las divisiones tribales causan estragos.

Y más peligroso aun, lo vemos en la manera en que se usa la religión para justificar el asesinato de inocentes por personas que han distorsionado y profanado la gran religión del Islam, y que atacaron a mi país desde Afganistán. Estos extremistas no son los primeros en matar en nombre de Dios; hay amplia constancia de las atrocidades de las Cruzadas. Pero nos recuerdan que ninguna Guerra Santa puede ser jamás una guerra justa, pues si uno realmente cree que cumple con la voluntad divina, entonces no hay necesidad de templanza, no hay necesidad de perdonarle la vida a una madre embarazada o a un asistente médico, o trabajador de la Cruz Roja, ni siquiera a una persona de la misma religión.

Una perspectiva tan distorsionada de la religión no sólo es incompatible con el concepto de la paz, sino también creo que es incompatible con el propósito de la fe, pues la regla de vital importancia en todas las principales religiones es tratar a los demás como te gustaría que te traten a ti.

Cumplir con esta ley de amor siempre ha sido el foco en la lucha de la naturaleza humana. No somos infalibles. Cometemos errores y caemos presa de las tentaciones del orgullo y el poder, y a veces la maldad. Incluso aquellos de nosotros con las mejores intenciones a veces dejamos de rectificar los errores ante nosotros.

Pero no tenemos que pensar que la naturaleza humana es perfecta para continuar creyendo que se puede perfeccionar la condición humana. No tenemos que vivir en un mundo idealizado para seguir aspirando a los ideales que lo harían un lugar mejor. La no violencia que practicaban hombres como Gandhi y King quizá no sea práctica o posible en todas las circunstancias, pero el amor que predicaron, su fe en el progreso humano, siempre debe ser la estrella que nos guíe en nuestra travesía. Pues si perdemos esa fe, si la descartamos como tonta o ingenua, si existe un divorcio entre ésta y las decisiones que tomamos sobre asuntos de guerra y paz… entonces perdemos lo mejor de nuestra humanidad. Perdemos nuestro sentido de lo que se puede lograr. Perdemos nuestro compás moral.

Al igual que las generaciones anteriores a la nuestra, debemos rechazar ese futuro.

Como dijo el Dr. King en una ceremonia similar hace tantos años, “Me rehúso a aceptar la desesperanza como la respuesta final a la ambigüedad de la historia. Me rehúso a aceptar la idea de que la realidad actual de la naturaleza humana haga que el hombre sea moralmente incapaz de alcanzar las aspiraciones eternas que siempre enfrenta”. Aspiremos al mundo que debería existir: esa chispa de divinidad que aún llevamos como inspiración en el alma.

Hoy en algún lugar, en estos precisos momentos, en el mundo como lo es, un soldado ve que alguien lo sobrepasa en potencia de fuego pero permanece firme para mantener la paz. Hoy en algún lugar de este mundo, una joven manifestante aguarda la brutalidad de su gobierno, pero tiene la valentía de seguir marchando. Hoy en algún lugar, una madre enfrenta una pobreza devastadora pero de todos modos se da tiempo para enseñarle a su hijo, junta las pocas monedas que tiene para enviar a ese niño a la escuela porque cree que un mundo cruel todavía puede dar cabida a sus sueños.

Vivamos siguiendo su ejemplo. Podemos reconocer que la opresión siempre estará entre nosotros y aun así, esforzarnos por lograr la justicia. Podemos admitir la inflexibilidad de la depravación y aun así, esforzarnos por lograr la dignidad. De ojos abiertos, podemos comprender que habrá guerras y aun así, esforzarnos por lograr la paz.
Podemos hacerlo, pues ésa es la historia del progreso humano; ésa es la esperanza de todo el mundo, y en este momento de desafíos, ésa debe ser nuestra labor aquí en la Tierra.

Muchas gracias.

Discurso de Obama en la entrega del Premio Nobel de la Paz

martes, julio 07, 2009

Las tradiciones sobre el profeta Balaam



La porción de la Torá (parashá Balaq [Números 22:2-25:9]) nos relata la famosa historia del profeta pagano Balaam, quien invitado por Balaq, rey de Moab, para maldecir a Israel (22:5-6), terminó paradójicamente por bendecirlo con palabras excelsas de alto vuelo poético: ``¡Qué hermosas son tus tiendas, Jacob, y tus moradas, Israel!/Como valles espaciosos, como jardines a la vera del río, como áloes que plantó Yahveh, como cedros a la orilla de las aguas. [...] Se agacha, se acuesta, como león, como leona, ¿quién le hará levantar? ¡Bendito el que te bendiga! ¡Maldito el que te maldiga!'' (24:5, 9). (Nota: Según la liturgia judía, el fiel acostumbra a pronunciar las palabras de Balaam ``¡Qué hermosas son tus tiendas, Jacob, y tus moradas, Israel!'' al comienzo del servicio matutino diario.)
Según afirman los biblistas, la historia del susodicho profeta resulta ser una composición compleja desde el punto de visto literario, en donde se combinan tradiciones de origen yahvista (fuente redactada en el reino de Judá, datada para finales del siglo X a.e.c.) y elohísta (fuente escrita en el reino de Israel, datada para finales del siglo IX y comienzos del siglo VIII a.e.c.). Esta combinación de tradiciones explica la existencia de evaluaciones diferentes de su figura en la tradición bíblica. Por un lado, Balaam aparece en la tradición más antigua como un adivino de las márgenes del Éufrates, que reconoce a Yahveh por su Dios (22:18), y bendice a Israel (23:11-12, 25-26; 24:10. Cf. Miqueas 6:5). Pero, por el otro, en los mismos escritos bíblicos hay una tradición alternativa más tardía, según la cual Balaam es un enemigo, obligado por la omnipotencia de Dios a bendecir a Israel contra su voluntad (Deuteronomio 23:5-6; Josué 24:7-10), y responsable de la idolatría de Israel en Peor (Números 31:6, 8. Cf. También 2 Pedro 2:15-16; Apocalipsis 2:14).
Esta complejidad literaria se pone de manifiesto claramente en la historia de ``la burra de Balaam''. Según una versión, el viaje de Balaam desde su lugar de residencia en Petor del Río (es decir, el Éufrates), en tierra de los hijos de Ammav, hasta el campamento de Israel en las estepas de Moab, fue autorizado por Dios mismo: ``Entró Dios donde Balaam por la noche y le dijo: `¿No han venido esos hombres a llamarte? Levántate y vete con ellos. Pero has de cumplir la palabra que yo te diga'. Se levantó Balaam de madrugada, aparejó su asna y se fue con los jefes de Moab'' (22:20-21). Pero según otra versión, la partida de Balaam ``encendió la ira de Yahveh'', hasta el punto de enviar al Ángel de Yahveh para estorbarle en el camino (v. 22). Y de aquí la sugerencia, entonces, que la obvia contradicción presente en la narración podría ser el resultado de la combinación de tradiciones literarias diferentes.
Pero si ya mencionamos este relato, entonces sería interesante analizar esta pieza literaria (vv. 22-35) con más detenimiento, ya que la misma es una muestra cabal de la calidad y alta sofisticación de la narrativa bíblica. (Nota: La unidad interna de esta sección literaria se pone de manifiesto en la estructura de la trama que se desarrolla en tres escenas diferentes, y que a su vez se interconectan entre ellas tanto a nivel estilístico como de ideas).
El relato de la burra de BalaamSegún cuenta la historia, el furioso Dios envió a su enviado celestial para impedir el avance de Balaam hacia su meta, y a tales efectos el ``Ángel de Yahveh se puso en el camino para estorbarle'' (24:22). Al ver el obstáculo frente a sus ojos, la burra decidió con buen tino desviarse del camino: ``La burra vio al Ángel de Yahveh plantado en el camino, la espada desenvainada en la mano. La burra se apartó del camino y se fue a campo traviesa'' (v. 23). Pero la gran ironía del relato es que lo que pudo ver una simple burra no pudo ver el gran ``afamado'' profeta pagano: ``Balaam pegó a la burra para hacerla volver al camino'' (idem).
Una y otra vez Balaam le pegó con más furia a la burra (vv. 24-27), hasta que finalmente ``Yahveh abrió la boca de la burra, que dijo a Balaam: `¿Qué te he hecho yo para que me pegues con ésta ya tres veces?' Respondió Balaam a la burra: `Porque te has burlado de mí. Ojalá tuviera una espada en la mano; ahora mismo te mataba'. Respondió la burra a Balaam: `¿No soy yo tu burra, y me has montado desde siempre hasta el día de hoy? ¿Acaso acostumbro a portarme así contigo?' Respondió él: `No''' (vv. 28-30). (Nota: A excepción de la burra de Balaam, hay sólo otro caso en toda la Biblia, en que un animal tiene la capacidad de hablar, a saber: la serpiente del paraíso [Génesis 3:1-5].
Sin embargo, una comparación superficial de ambos relatos revela una diferencia obvia: en el caso de la burra de Balaam el habla fue resultado de un portento divino: ``Yahveh abrió la boca de la burra'').
Y es entonces en este momento crucial de la narración, en que el mensaje teológico central de la historia se manifiesta, al poner en evidencia la ceguera del ``profeta'' y su incapacidad de entender los designios divinos, dejando a Balaam en ridículo: ``Entonces abrió Yahveh los ojos de Balaam, que vio al Ángel de Yahveh, de pie en el camino, la espada desenvainada en la mano; y se inclinó y postró rostro en tierra. El Ángel de Yahve le dijo: `¿Por qué has pegado a tu burra con ésta ya tres veces? He sido yo el que ha salido a cerrarte el paso, porque delante de mí se tuerce el camino. La burra me ha visto y se ha apartado de mí tres veces. Gracias a que se ha desviado, porque si no, para ahora te habría matado y a ella la habría dejado con vida'. Dijo entonces Balaam al Ángel de Yahveh: `He pecado, pues no sabía que tú te habías puesto en mi camino. Pero ahora mismo, si esto te parece mal, me vuelvo'. Respondió el Ángel de Yahveh a Balaam: `Vete con esos hombres, pero no dirás nada más que lo que yo te diga'. Balaam marchó con los jefes de Balaq'' (vv. 31-35).
El Ángel de Yahveh: ¿una manifestación del Satán?
¿Quién fue este ``Angel de Yahveh'', plantado en el camino y con la espada desenvainada en mano, que ``se puso en el camino para estorbarle (en hebreo, le-satan lo)''? ¿Acaso uno de los tantos ángeles de la corte celestial? O, por el contrario, teniendo en cuenta que la raíz del verbo hebreo ``estorbar'' (s.t.n.) en nuestra historia es la misma raíz del nombre del ángel ``Satán'', ¿acaso habría sido el mismísimo Satanás?
La raíz hebrea s.t.n. significa ``oponer'', ``obstruir'' o ``acusar''. Y de aquí, entonces, que la connotación básica de la palabra es ``oponente''. Como explica J. B. Russell, ``En este simple sentido, satán aparece varias veces como sustantitvo común en el Antiguo Testamento, en referencia a cualquier oponente humano, como por ejemplo, cuando David dice al hijo de Zeruías: '¿Qué derecho tienes... de hacer de oponente (en hebreo, le-satán. A.R.) contra mí hoy''' (El príncipe de las tinieblas. El poder del mal y del bien en la historia [Barcelona et al.: Editorial Andres Bello, cuarta edición, 1996] p. 53). (Nota: Para otros ejemplos, ver 1 Samuel 29:4; 2 Samuel 19:23; 1 Reyes 5:18; 11:14, 23, 25.) De acuerdo a este significado básico de la palabra, pues, también en nuestro caso el ``Ángel de Yahveh'' podría entenderse como un simple ``oponente'' de Balaam que salió para cerrarle el paso (v. 32).
Sin embargo, y a diferencia de todos los casos mencionados más arriba, en nuestro relato no se habla de un ``oponente'' humano, sino antes bien de un ángel o ser celestial. Y de aquí, entonces, la importancia capital de nuestro relato. Según lo afirma Russell: ``Acá por primera vez un ser sobrenatural recibe el nombre de Satán'' (op. cit., p. 53). Pero continúa su observación señalando: ``pero es un satán solamente mientras bloquea la vía (Números 22:22-35)`` (idem). En otras palabras, entonces, el ``Ángel de Yahveh'' cumple en nuestra historia el rol de ``oponente''. Pero aún en este caso, no puede ser llamado ``Satán`` con mayúscula. Estrictamente hablando, el ángel aquí es un ``oponente''/satán ad hoc, cuya única y específica función es impedir el avance de Balaam y su burra.
Esta función no-especializada del ángel en nuestro relato está en total acuerdo con la doctrina angeleológica tradicional presente en los materiales antiguos de la literatura bíblica, según la cual los agentes celestiales son servidores de Dios en la corte celestial, dispuestos a cumplir cualquier función ad hoc impuesta por Dios. Y así, entonces, un ``Ángel de Yahveh'' puede cumplir una veces el rol de ``exterminador'' (Éxodo 12:23; 2 Samuel 24:16; 2 Reyes 19:35) y otras las de ``espíritu de mentira`` (1 Reyes 22:19-23), sin suponer que esta función le estaba reservada exclusivamente a un ángel determinado. (Nota: Según Ed. Jacob, ``el ángel no tiene existencia o función, no como doble de Yahvé ni como su mensajero, si no es en virtud de la libre decisión de Yahvé; [...] El ángel existe cuando Yahvé tiene necesidad de él, así como la multitud de ángeles a la cual el ángel de Yahveh es integrado finalmente y que constituye la corte celestial, no existe verdaderamente más que cuando el señor de los ángeles les confía una misión, precisa y temporal, que ha de ser ejecutada'' [Teología del Antiguo Testamento, Madrid: Ediciones Marova, 1969, p. 78]).
De satán a Satán
La transformación de un ángel/satán con minúscula en ``Satán'' con mayúscula habría sucedido para comienzos de la época del Segundo Templo, más precisamente en la época persa. (Nota: Algunos historiadores han sugerido que el origen de esta figura debería buscarse en los funcionarios persas, que recorrían las satrapías del reino acompañados por soldados a manera de policías). Una prueba en este sentido es el intrigante relato presente en el libro del profeta Zacarías (519 a.e.c.), según el cual el vidente vio la siguiente visión: ``Me hizo ver después al sumo sacerdote Josué, que estaba ante el ángel de Yahveh; a su derecha estaba el Satán para acusarle (en hebreo, le-sitnó). Dijo el ángel de Yahveh al Satán: `¡Yahveh te reprima, Satán, reprímate Yahveh, el que ha elegido a Jerusalén! ¿No es éste un tizón sacado del fuego?''' (3:1-2).
De acuerdo a esta descripción, entonces, el profeta vio en su visión el tribunal celestial, en el que estaba siendo juzgado el sumo sacerdote de su época Josué, hijo de Yehosadaq. El tribunal era presidido por el ángel de Yahveh, mientras que a la derecha del acusado estaba parado el Acusador: el Satán. (Nota: La palabra Satán se encuentra precedida por el artículo. Y de aquí, pues, que a diferencia de lo afirmado que ``el término no es aún nombre propio'' [Biblia de Jerusalén, Bilbao: Desclee de Brouwer, 1975, p. 655], la presencia del artículo aquí indicaría todo lo contrario). La narración no testimonia el contenido mismo de la acusación hecha por el Acusador, pero de las palabras del ángel de Yahveh se entiende que el Satán habría aludido a la condición pecaminosa del sumo sacerdote. Según el texto, la verdad ``objetiva'' confirmaba la acusación del Acusador (``Estaba Josué vestido de ropas sucias'' [v. 3] es decir, ``manchadas por el pecado''), pero el ángel de Yahveh le reprochó al Satán su falta de misericordia, al no entender las circunstancias de vida de Josué: ``¿No es éste un tizón sacado del fuego?'' (es decir, Josué no puede ser medido con la regla implacable de la justicia por ser un sobreviviente del exilio babilónico''). Y de aquí, entonces, el ángel de Yahveh ordenó condonarle la pena, otorgándole el perdón por la culpa: ``Tomó éste la palabra y habló así a los que estaban delante de él: `¡Quitadle esas ropas sucias y ponedle vestiduras de fiesta; y colocad en su cabeza una tiara limpia!' Se le vistió de vestiduras de fiesta y se le colocó en la cabeza la tiara limpia. El ángel de Yahveh que seguía en pie, le dijo: ``Mira, yo he pasado por alto tu culpa'' (vv. 4-5).
Según afirma Russell al analizar este pasaje; ``La idea de una personalidad está comenzando a emerger, un ser sobrenatural cuya naturaleza consiste en obstruir y acusar. [...] Finalmente, el pasaje de Zacarías ofrece una clave de la oposición de Satanás contra Dios tanto como contra los humanos, porque Dios le reprocha sus actividades. Aquí todavía el rol de Satán es esencialmente el de un instrumento divino para el castigo de los pecadores, una herramienta que simplemente ha llegado demasiado lejos en sus funciones, al no comprender que Dios limita la justicia con su misericordia. El hecho de que Dios autorice a Satán para levantarse y hablar frente a El en la corte celestial indica el origen de Satán como uno de los bene-elohim (es decir, ``Hijos de Dios''. A.R.)'' (op. cit., p. 53).
Sin embargo, este Satán aún sometido al férreo control de Dios y caracterizado por el silencio, se transformó con el pasar del tiempo en un ser celestial más activo e independiente. Esta etapa en la evolución de la figura del Satán en la Biblia se pone de manifiesto en la historia de Job. Según cuenta la historia, ``El día en que los Hijos de Dios venían a presentarse ante Yahveh, vino también entre ellos el Satán. Yahveh dijo al Satán: `¿De dónde vienes?' El Satán respondió a Yahveh: `De recorrer la tierra y pasearme por ella'. Y Yahveh dijo al Satán: `¿No te has fijado en mi siervo Job? ¡No hay nadie como él en la tierra; es un hombre cabal, recto, que teme a Dios y se aparta del mal!' Respondió el Satán a Yahveh: `¿Es que Job teme a Dios de balde? ¿No has levantado tú una valla en torno a él, a su casa y a todas sus posesiones? Has bendecido la obra de sus manos y sus rebaños hormiguean por el país. Pero extiende tu mano y toca todos sus bienes; ¡verás si no te maldice a la cara!' Dijo Yahveh al Satán: `Ahí tienes todos sus bienes en tus manos. Cuida sólo de no poner tu mano en él'. Y el Satán salió de la presencia de Yahveh'' (1:6-12).
Según lo acordado en la ``competencia'', Satán le provocó a Job varias desgracias. Primero le robaron su ganado y le mataron a sus siervos; luego un fuego caído del cielo consumió sus ovejas y pastores; después, los caldeos le robaron sus camellos y le mataron a sus criados; y, finalmente, un fuerte viento del desierto hizo desplomar la casa matando en su interior a sus hijos e hijas. Pero a pesar de las desgracias sucedidas sin interrupción, Job se mantuvo firme en su fe, ``no pecó... ni profirió la menor insensatez contra Dios'' (v.22). Y entonces, una vez más, Yahveh se vanaglorió del justo Job en el cielo, afirmando su entereza de espíritu. Pero a pesar de reconocer que el Satán sin razón lo había incitado contra Job para perderle, volvió Dios a caer en las ``redes'' del Acusador, permitiéndole probarlo una vez más: ``Respondió el Satán a Yahveh: `¡Piel por piel! ¡Todo lo que el hombre posee lo da por su vida! Pero extiende tu mano y toca sus huesos y su carne; ¡verás si no te maldice a la cara!' Y Yahveh dijo al Satán: `Ahí le tienes en tus manos; pero respeta su vida'' (2:4-6). (Nota: A excepción de los dos primeros capítulos, la figura del Satán no vuelve a aparecer en la obra. Según los biblistas, toda esta sección en prosa al inicio del libro sería un agregado tardío a la composición poética original, probablemente redactada en la época persa).
Si se compara el Satán de Zacarías con el de Job quedan en evidencia las grandes diferencias entre ellos. En Job, el Satán se ha transformado en una personalidad definida, cuya función es acusar, oponer y dañar al ser humano. Ciertamente, en este texto el ángel de Yahveh se presenta como un ser más activo y poderoso, hasta el punto de ``incitar'' a Dios a poner a prueba a Job. Sin embargo, este Satán no ha alcanzado todavía una autonomía absoluta. Todo su proceder está sujeto al control de Yahveh. Pero queda claro del relato, que ``Satán actúa como la sombra, el lado oscuro de Dios, el poder destructivo ejercido por Dios sólo con reticencia. Más aún, es el mismo Satán quien -como el mal'¨aj- baja a la tierra para atormentar a Job'' (Russell, op. cit., p. 57). (Nota: Esta división de la unidad de Dios en dos ``personalidades'': Yahveh y Satán, fue el comienzo de un dualismo incipiente que habría de llegar a su pleno desarrollo a finales de la época antigua con las religiones gnósticas. Algunos han sugerido que la aparición del Satán en la fe de Israel habría sido influido por la religión zoroastriana persa, que afirmaba la existencia de dos espíritus cósmicos: Ahura Mazda [el bien y la luz] y Angra Mainyu [el mal y la oscuridad]).
A partir de aquí el camino quedó expedito para que el Acusador/Satán bíblico pasara a convertirse en ``el Príncipe de las Tinieblas'' y adversario de Dios en la literatura judía de la época greco-romana (como el caso de Mastema en el libro apócrifo de los Jubileos o Belial en los rollos sectarios del Mar Muerto), y de aquí en más en un cuasi anti-Dios moral y religioso, pero jamás metafísico, en el pensamiento religioso cristiano. (Nota: Algunos biblistas acostumbran afirmar [por ejemplo, Biblia de Jerusalén, op. cit., p. 455; Jacob, op. cit. 71], que la palabra satán en 1 Crónicas 21:1 aludiría ya al Satán demoníaco de épocas posteriores, al atribuir al Demonio la causa del pecado que su texto paralelo de 2 Samuel 24:1 le adscribe a Yahveh. Sin embargo, y en discrepancia con la opinión generalizada, creo que tiene razón la profesora S. Japhet al argumentar que el Cronista pensó en un adversario humano y no en uno celestial, teniendo en cuenta que la palabra satán aparece sin artículo. Para detalles de su argumentación, ver La ideología del libro de Crónicas y su lugar en el pensamiento bíblico [Jerusalén: Mosad Bialik, 1977] págs. 129-132 [en hebreo]).

domingo, abril 26, 2009

¿ El 9/11 Ataque religioso o político?


Las radicalizaciones de la lucha contra el mal fueron precisamente lo que desconcertó a la opinión pública mundial en el atentado contra el World Trade Center y la caída de cuatro aviones de pasajeros, el 11 de septiembre. Era obvio que, si bien la gran mayoría de los pasajeros serían norteamericanos, era altamente probable que hubiese gente de otras nacionalidades. Incluso —por qué no—, árabes también. Pero en el World Trade Center en Nueva York murieron personas de ochenta países distintos, incluidos mexicanos, hindúes, franceses, jamaiquinos y egipcios. Además de los 50 mil empleados que trabajaban diariamente en el enorme complejo financiero, circulaban decenas de miles de personas —hasta 100 mil por día— que no laboraban allí. Seres humanos de muchos países, no sólo de Estados Unidos. De muchas religiones, no sólo religiones occidentales. Incluidos musulmanes que podían morir.
Los diecinueve secuestradores no tuvieron reparo en atentar contra la vida de un grupo de seres humanos, no sólo potencialmente numeroso, sino étnica y religiosamente plural y que abarcaba obviamente mujeres y —especialmente en los aviones— necesariamente algunos niños. Aun en un contexto de Jihad, la privación de la vida a árabes musulmanes, además de a los grupos ya mencionados que el Corán y el Islam clásico respetan, requiere de algunas explicaciones. Una, la más superficial y a la mano, sería argumentar que eso prueba la falta absoluta de congruencia religiosa. Otra, que es evidencia de que el atentado fue un acto meramente político, y la religión sólo una fachada o pretexto.
PREDESTINACIÓN, PUREZA Y OTRAS DISCUSIONES TEOLÓGICAS
Para apoyar esta postura se ha enfatizado respectivamente, por ejemplo, que dos de los pilotos del 11 de septiembre visitaron la noche previa al ataque, un bar donde consumieron bebidas alcohólicas y había entretenimientos que le están prohibidos a un musulmán.
A esto se puede responder con la vida austera y devota —confirmada con los arreglos funerarios— que dejó Mohammed Atta en una carta-testamento. Esto, en todo caso indicaría que se trata de un grupo mixto compuesto por devotos y gente menos comprometida. Pero no es necesario recurrir a estas comparaciones cuando hay explicaciones consistentes con la estructura doctrinaria de Al-Qaeda. En su esquema hermenéutico, al momento de morir en la Jihad, de cualquier forma todos los pecados les serían perdonados en forma automática para ser trasladados al Paraíso. Esta creencia explica más satisfactoriamente el lapsus de los dos pilotos que un día después se sacrificarían en un acto de fervor, siguiendo instrucciones inteligibles y ad hoc para creyentes devotos.
Existe suficiente evidencia de que, ambos, el Talibán y Al-Qaeda, cuyas diferencias estructurales se enuncian más adelante, pero que establecieron una simbiosis y puntos de acuerdo doctrinales muy importantes, son entidades regidas internamente por dogmas teológicos. En Osama esto es inherente a su naturaleza de converso al pan-islamismo y caudillo de una Jihad. En el Talibán, se debe a sus orígenes. Talibán es el plural de la palabra estudiante; específicamente de aquellos que se preparan en el Corán y la ley islámica, acostumbrados a discutir la aplicación de la Sharia a todos los aspectos cotidianos. Fueron esos estudiantes de escuelas religiosas los que después de años de combate lograron obtener la hegemonía en Afganistán y establecer un gobierno. Rashid43 nos permite un acercamiento a los discursos internos y la preeminencia que se asigna en el interior del Talibán a las cuestiones religiosas.
43 Ahmed Rashid, Taliban: Militant Islam, Oil, and Fundamentalism in Central Asia. (NewHaven: Yale University Press, 2000).
EL MANTO Y EL MULLAH MOHAMMED OMAR
En Kandahar, ciudad que fuera sede y símbolo del gobierno Talibán, se encuentra un templo que alberga un manto que, de acuerdo con una tradición, perteneció al profeta Mahoma. En 1996, para legitimarse espiritualmente, el mullah Mohammed Omar se envolvió en dicho manto e hizo una rara aparición pública vestido así. Algunos testigos afirman que apareció en la ventana de un edificio con el manto que ondeaba por el soplo del viento. Los otros mullahs que se encontraban abajo, en una terraza, le aplaudían extasiados. Ese mismo día, Mohammed Omar fue nombrado por otros miembros del Talibán como líder de los fieles. Este título lo convirtió en el emir de Afganistán y pronto el Talibán renombró el país como Emirato de Afganistán. La ceremonia en Kandahar tuvo un simbolismo muy profundo. Al ponerse la capa de Mahoma, el mullah se reservaba el derecho de dirigir no sólo a todos los afganos, sino a todos los musulmanes. Algunos eruditos y teólogos islámicos protestaron porque título, era una afrenta. Otros protestaron con base en que no había precedente para asumir ese título a no ser que el Ulema del país se lo confirpara muchos musulmanes en distintos países el que un mullah pobre y sin educación, sin estirpe tribal ni vinculación genealógica con Mahoma, asumiera ese iese a su propio líder. El Talibán respondió diciendo que ellos habían cumplido con el requisito coránico de “ahl al-hal o aqd”, que quiere decir literalmente “personas que pueden desatar y amarrar” y por lo tanto tomar decisiones en nombre de la comunidad islámica 44.
Algunos altos dirigentes del Talibán le han dicho a Rashid que el mullah Omar fue elegido líder, no por sus habilidades políticas o militares, sino por su devoción y su fuerte creencia en el Islam. Otros dicen que el mullah fue elegido directamente por Dios 45. En 1994, incluso, el mullah afirmó haber tenido una revelación directa de Dios sobre su futuro.
44 Ibíd.; pp. 20 y 24.
45 Ibíd.; p. 23.
ESTADOS UNIDOS COMO NACIÓN FUNCIONALMENTE POLITEÍSTA
Este escenario no sólo vuelve a traer a colación aspectos mesiánicos y simbólicos muy significativos —en este caso del líder del Talibán—. Subraya también la minuciosidad con que se tratan las cuestiones de legitimidad religiosa. En una cultura en donde la religión es un valor tan primordial, donde se requieren justificaciones con el Corán o la tradición para tomar decisiones, es poco menos que absurdo pensar que no hayan existido discusiones de alto nivel sobre la legitimidad de matar o no a los llamados pueblos del libro en el contexto de una nueva Jihad. Tomando en cuenta la cantidad de nacionalidades que estaban presentes en el World Trade Center, incluidos árabes y musulmanes, esto sería un requerimiento de jure.
Nuestra hipótesis es que necesariamente hubo tales discusiones previas al 11 de septiembre. Las mismas deben haberse centrado en el significado del Islam de respetar la vida de los pueblos del libro. En este caso, una nación de mayoría nominalmente cristiana, Estados Unidos, se habría declarado —y aquí es pertinente de nuevo recordar a Huntington— funcionalmente pagana y politeísta.
Los siguientes puntos apoyan esta hipótesis:
a) El procedimiento es más sencillo que ir en contra de un claro texto del Corán y arriesgarse a perder legitimidad entre los seguidores devotos.
b) Estados Unidos es percibido en gran parte del mundo árabe como una nación idólatra (por su materialismo), profana (por sus actitudes ante ideas de lo sacro), y moralmente disoluta.
c) La reformulación sería utilizada no sólo para justificar la acción bélica, sino para ordenarla de acuerdo al más puro Islam clásico.
d) Tal postura daría prestigio a Al-Qaeda y al Talibán que lo auspiciaba, con importantes sectores de intérpretes puristas, clérigos tradicionalistas, etcétera en las comunidades árabes mundiales.
e) La naturaleza del Islam clásico, a diferencia del cristianismo occidentalizado de hoy, es la orto-praxis. Este último, sin embargo, enfatiza más bien la orto-doxia. El contraste es que una religión enfatiza la práctica como evidencia de fe, y la otra la aceptación intelectual de dogmas correctos. Desde esta óptica, el divorcio entre ética y credo y la inconsistencia entre las acciones y lo que se profesa, son contrarias a la noción misma de religión, en la perspectiva islámica.
f) Los datos biográficos existentes sobre Osama, Al-Sawari, el mullah M. Omar y otros altos dirigentes de Al-Qaeda y el Talibán, indican que se tratan de creyentes altamente comprometidos con su fe. Es improbable que para ellos mismos el Corán y la tradición pudieran ser ignorados.
g) La tendencia orgánica a la homeostasis empuja a individuos y comunidades a resolver la disonancia cognoscitiva46. En este caso la hermenéutica es un instrumento apropiado para lograr esto.
El proceso de reformulación hermenéutica en este caso no estaría dirigido al Corán ni a los hadits, sino más bien a la lectura de la realidad: Estados Unidos es en la praxis un pueblo pagano, idólatra, que además profana un espacio sagrado con sus bases militares en Arabia Saudita. Todos los elementos que harían de la Jihad una lucha legítima y, por ende, un imperativo sacro, estarían allí 47.
46 Para una reflexión sobre la disonancia cognoscitiva en casos de extremismo religioso, véase: Jorge de la Peña y César Mascareñas. “Fanatismo religioso: factores cognoscitivos y neurobioquímicos en los procesos de su génesis”. Revista Académica para el Estudio de las Religiones. (T. IV) México, D.F.: 2002.
47 Motivos de espacio nos impiden tratar el tema de la justificación que se utilizaría en el caso de los judíos, un tema más complejo, y de los niños y mujeres en un contexto de guerra. La aplicación que hacemos al caso de Estados Unidos, sin embargo, puede servir de ejemplo de cómo pueden operar estos procesos hermenéuticos.
Al continuar nuestra tesis de la coherencia interna, pasaríamos ahora a la posible justificación del asesinato de árabes musulmanes que murieron en el World Trade Center y que era prácticamente imposible asegurar que no estarían en los aviones secuestrados.
Esta manera tan peculiar de “prescindir de la existencia ajena” —como dice Lifton en sus criterios sobre grupos totalitarios— para alcanzar un ideal religioso, en este caso la instauración del reino mundial de un Islam sectario y totalitario, tiene sus raíces principales en una teología particular, no en factores económicos y sociopolíticos que juegan un papel secundario. En una cosmovisión religiosa que combina elementos predeterministas incorporados al Islam en el curso de la historia y que son susceptibles de interpretaciones extremas, si todos los actos buenos o malosque haga una persona están de antemano predestinados por Dios, entonces es su inevitable voluntad todo lo que suceda. Sin capacidad de elección ni libre albedrío, el ser humano viene a ser reducido a una versión mecanicista. Mohammed Atta y los otros autores del ataque a las torres gemelas de Nueva York fueron adoctrinados precisamente con esta ideología hasta el último momento:
Recuerda que nada de lo que te sucede pudo haber sido evitado y lo que no te ocurrió, jamás pudo haberte pasado. Esta prueba de Dios Todopoderoso es para elevarte y borrar tus pecados48.
En Kabul, Afganistán, el ministro de Educación del Talibán dijo esto a una multitud reunida en la mezquita más grande de la ciudad ante las inminentes represalias militares por los atentados del 11 de septiembre:
La Jihad es el alma del Islam... Nosotros creemos que el tiempo de morir vendrá cuando Alá lo quiera y no hay honor más grande que el morir como mártir49.
Estas ideas fatalistas de la doctrina de la predestinación constituyen eficaces anestésicos para la conciencia, pues todo es inevitable por decreto divino y por tanto no se pudo haber actuado de otra manera. Si un árabe estaba en el vuelo que cayó en Pennsylvania o Washington, era finalmente la inevitable voluntad de Alá que allí estuviera. Más aún, si era un buen musulmán, su muerte era realmente una bendición pues iría después al Paraíso. De esta manera se cierra el círculo y el sistema de creencias continúa manteniendo su consistencia interna.
Estas ideologías van acompañadas de la convicción de que el estado islámico ideal, puro, es tal o cual interpretación y que por tanto es esa versión, y ninguna otra, la que tiene asignada la bendición de Alá.
48 Carta a Mohammed Atta. Op cit.49 Mohammed Muslim Haqqani. Citado en Reuters, Kabul, Afganistán, 21 de septiembre de 2001.
Por ello, ha de ser extendida por medio de esta nueva Jihad, ya que el favor de Alá asegura la victoria sobre obstáculos como la superioridad militar del enemigo, pues se espera una intervención sobrenatural de Dios. En dicha mentalidad tampoco hay lugar para la negociación política con el enemigo, pues es signo de incredulidad en Dios, ni se busca lograr reconocimiento político para obtener dinero y otros beneficios.
De esta manera, la lógica política de Occidente se topa de frente con un adversario que actúa contra toda “lógica política”, pero que es plenamente consistente con su sistema de creencias. En la nueva Jihad se tiene la convicción, pues, de que la causa divina finalmente prevalecerá. Todas las naciones se someterán a una teocracia islámica. Pero ¿cuál versión? ¿La dictadura chiíta-marxista que proponía el ayatolla Jomeini en Irán o la versión totalitaria más reciente del Talibán en Afganistán? ¿O la de Al-Qaeda? La realidad es que el mundo está siendo testigo de radicalizaciones sectarias encabezadas por caudillos teocráticos con una estructura doctrinal muy cohesionada que vuelve a este tipo de agrupaciones extremistas y hasta cierto punto ininteligibles para gente ajena al sistema de creencias.


Dr. Dionisio Llamazares Fernández 

Símbolos que conducen a la jihad externa


LAS COSMOVISIONES COMO ESPACIOS DE CONFLICTO
En su obra Terror in the Mind of God, el sociólogo Mark Jergensmeyer ha propuesto un modelo analítico del terrorismo que incluye procesos ascendentes de satanización del enemigo ideológico, y el desarrollo gradual de la idea de una guerra cósmica donde el terrorismo ocurre hasta los últimos estadios 50.
50 Mark Jergensmeyer, Terror in the Mind of God: The Global Rise of Religious Violence. (Berkeley: University of California Press, 2000).
La polarización comienza con la percepción de que la humanidad se ha desviado y de la ausencia de opciones para revertir la situación. Después se pasa a la fase de satanización del enemigo o responsable de la condición del mundo. Jergensmeyer describe por qué y cómo se sataniza, por ejemplo, a Estados Unidos en determinados sectores del mundo árabe. Basándose en entrevistas con terroristas encarcelados, en su mayoría pertenecientes a agrupaciones extremistas islámicas, y en declaraciones de personas que eventualmente cometerían actos de terrorismo, concluye que éstos piensan que Estados Unidos es culpable de los siguientes actos:
a) Mantener en el poder a gobiernos árabes que no son islámicos y tratar de destruir a los legítimos movimientos islámicos (El del sheik Omar Abdul Rahaman, sería un ejemplo).
b) Crear y propagar una cultura secular moderna. Muchos mullahs enseñan que Estados Unidos es la capital del imperio de Satanás y que promueve a propósito valores inmorales para destruir a otras culturas.
c) Al igual que el ayatola Jomeini, muchos musulmanes hoy en día consideran que los líderes económicos de Estados Unidos no tienen creencias religiosas y que eso es muy peligroso.
Notemos que el factor religioso, en tensión con el secularismo, ocupa un lugar central en las tres percepciones anteriores.
LA GUERRA CÓSMICA
El cuarto paso en el análisis de Jergensmeyer es la idea de la guerra cósmica, una guerra en la cual Dios favorecerá al grupo extremista. Por ello y a pesar de toda evidencia contraria, se cree que dicha guerra será ganada.
El estadio final de este proceso es el de diversos actos simbólicos, incluyendo actos de terrorismo, donde los que los cometen pueden representar simbólicamente la importancia de la lucha y demostrar su propio poder. El escenario donde se desarrollan dichos actos tiene simbolismos múltiples.
Rapoport ha observado que el control de territorio define la autoridad pública y muchos grupos étnico-religiosos han ganado su identidad por su asociación con el control de algunos lugares específicos51. Varias especulaciones se han hecho sobre el simbolismo de la fecha septiembre 11 y del vuelo número 11 de American Airlines que fue el primero en estrellarse contra el WTC, pero aún no se puede concluir nada definitivo. El motivo de las especulaciones tienen que ver con el significado del tiempo y su vinculación con los designios divinos. Espacio y tiempo son importantes símbolos en este contexto52.
51 David C. Rapoport. “Observations on the Importance of Space in Violent Ethno-Religious Strife”. Ponencia sobre violencia y conflictos étnicos en la Universidad de California, Riverside. 28 de abril de 1995.
52 Pues se intersectaría con la voluntad divina que permite o provoca la catástrofe. Las coincidencias numéricas entonces dejarían de serlo, convirtiéndose más bien en un mensaje codificado tanto para iniciados como para observadores del fenómeno con inclinaciones esotéricas.



INCREMENTO EN EL NÚMERO DE GRUPOS TERRORISTAS RELIGIOSOS
En 1968, de once grupos terroristas importantes en todo el mundo, ninguno fue clasificado como motivado por creencias religiosas. En 1994, nos recuerda Hoffman, se identificó a cuarenta y nueve grupos de terroristas internacionales y se clasificó a un tercio de ellos como motivados por creencias religiosas. En ese mismo estudio la Rand Corporation consideró a estos grupos terroristas motivados por creencias religiosas como los grupos que más probablemente utilizarán armas de destrucción masiva53. Hoffman también dijo que en ese estudio, de la Rand Corporation hubiera habido más grupos terroristas considerados religiosos si se hubiesen contado aquellos motivados parcialmente por credos religiosos.
Este terrorismo motivado por creencias, de acuerdo con la politóloga de Harvard, Jessica Stern, tiene sus raíces históricas en actos de asesinato, regicidio, y tiranicidio, como aquellos perpetrados por los Zelotes (Siglo I e. C), grupo judío del siglo primero e. C., y los Ismailis-Nizari (1090-1275 e. C). Sin embargo, de acuerdo con Stern y otros muchos historiadores, en la época moderna el terrorismo había tenido mayormente raíces seculares. No es sino hasta finales del siglo veinte cuando se nota un resurgimiento del terrorismo motivado por las creencias religiosas54.
53 Bruce Hoffman, “Viewpoint: Terrorism and WMD: Some Preliminary Hypotheses, Nonproliferation Review , Spring-Summer, 1997, p.48.
54 Jessica Stern. The Ultimate Terrorists. Cambridge, MA: Harvard University Press, 2001, p.17.
Stern coincide con Hoffman en que es más probable que los terroristas motivados por creencias religiosas utilicen armas de destrucción masiva, particularmente biológicas, porque creen que están emulando a Dios o siendo instrumentos para castigar a aquellos que merecen juicios terribles, a través de plagas, por ejemplo. Otra razón es lo que la doctora Stern llama “tensión del milenio” donde la idea es purificar a la actual sociedad decadente para que así pueda surgir una nueva edad de oro para la humanidad. Vinculada con la anterior, está también la necesidad de matar personas en grandes cantidades para lograr dichos propósitos rápidamente. Por ejemplo, cuando terroristas islámicos colocaron una bomba en el World Trade Center, en 1993, de acuerdo con algunos elementos del FBI los terroristas pusieron cianuro con los explosivos. Pero el cianuro se quemó en vez de vaporizarse. Si esto no hubiese sucedido, hubiesen muerto más de 50 mil personas. O sea, decenas de miles de personas parecen haberse salvado debido a un error técnico. Algo similar ocurrió, está comprobado, en el caso de los ataques al metro de Tokio por parte de la secta apocalíptica japonesa La Verdad Suprema55.
La habilidad de las agencias de seguridad para investigar y prevenir ataques terroristas en potencia, depende de que se determine y establezca objetivamente con certeza razonable que la violencia terrorista va a ocurrir. Esto es posible solamente si los responsables de analizar estos fenómenos tienen un conocimiento profundo, no sólo de la capacidad logística y financiera, sino de la mentalidad, creencias, estructuras y dinámicas internas de estos movimientos.
¿UN ARMAGEDÓN SECTARIO?
En 1999, el investigador Robert Jay Lifton, vislumbró en su libro sobre globalización y terrorismo, una humanidad cada vez más polarizada e inmersa en conflictos totalitarios y un aumento de conflictos apocalípticos, con sectas religiosas extremistas jugando papeles cada vez más notorios56. De acuerdo con este escenario, Lifton no descarta la posibilidad de un Armagedón nuclear provocado por gurús totalitarios, motivados por teologías dualistas y extremas. Los resultados de las investigaciones de quien es considerado un pionero en el ámbito del totalitarismo, dictaduras militares y manipulación religiosa, fueron en su momento ciertamente perturbadores. Para otros, escenarios tan sombríos se antojaban como mera ficción e incluso alarmistas.
Después de la mañana del 11 de septiembre de 2001, nadie tiene dudas del insospechado impacto que los proyectos teocráticos militarizados pueden tener para el curso de la historia contemporánea.
55 Ibíd.; p. 76.56 Robert Jay Lifton. Destroying the World to Save it: Aum Shinrikyo, Apocaliptic Violence, and the New Global Terrorism. New York: Metropolitan, 1999.



Dr. Jorge Erdely.Oxford Theological Foundation Fellow. Centro de Investigaciones del Instituto Cristiano de México.
Dra. Lourdes Argüelles.
Departamento de Educación. Claremont Graduate University, California.

Más visto

Bará.El propósito de Roberto Fonseca Murillo es dar a conocer la reseña o símbolo de los personajes tanto de la Biblia como religiosos o lideres. Con más de cincuenta Lince para ayudarlo.

Bienvenido a Bará QUMRÁN :"La Historia es una sola que se entré tejé con la económia,cultura,creencias, política y Dios la sostiene en el hueco de su mano y tú eres uno de sus dedos" Bara es el término con el cual se designa el poder verbal de Dios para crear de la nada todas los seres tanto inertes como vivos existentes en la naturaleza.Bará solo pertenese a Dios en el vocablo Hebreo, puesto que Él es el único que tiene ese poder ex-nihilo; los seres humanos solo reecrean a partir de lo creado por Dios.


Enter city or US Zip


Capellanía

.

,

Museo De Egipto

.El Cairo

.

OBAMA's "FIRST DANCE"