Juan Pablo II y Fidel Castro, dándose la mano
Rojos y blancos representados en estas dos grandes personalidades
La caída de la Unión Soviética causó la transformación de buena parte de la izquierda comunista en izquierda indefinida una vez que el marco de racionalidad institucional que guiaba a la quinta generación desapareció. Cuando decimos que el Estado soviético dotaba de racionalidad a la izquierda comunista, lo hacemos entendiendo la racionalidad como proceso dado en las mismas transformaciones recurrentes institucionales y por tanto, vinculada a contextos materiales definidos. Queremos decir con esto, que la URSS obligaba a la izquierda comunista a hablar desde el socialismo realmente existente y a justificarlo –para bien o para mal– desde contextos positivos. No cabría hablar por ejemplo, de un pacifismo abstracto e intemporal cuando las tropas soviéticas estaban combatiendo a los talibanes en Afganistán.
Fue la eliminación de la URSS la que disolvió los parámetros positivos mínimos requeridos para una dialéctica racional que no deviniera en pura retórica. No obstante, en el enfrentamiento actual con esas izquierdas definidas se corre el peligro de extrapolar la actitud que mantienen las actuales izquierdas indefinidas al pasado. Esta extrapolación no es cosa «de la derecha» sino de las mismas nebulosas ideológicas izquierdistas que buscan legitimarse redefiniendo la «memoria histórica» y olvidando su propio pasado en aras de la legitimación del presente. Precisamente, Gustavo Bueno en su último libro La fe del ateo, recurre a Lenin –que ningún izquierdista parece haber leído– frente a las actuales posiciones anticlericales que en nombre del laicismo se mantienen en España. Que pensar es pensar contra alguien es cosa que el líder ruso sabía mejor que nadie y por ello, matizó la postura de la izquierda comunista –entonces en formación en el seno de la socialdemocracia rusa– para corregir veleidades anticlericales que minaran la labor del Partido. En el número 45 de Proletari, comentando el discurso de Surkov en la Duma, Lenin comentó:
«Sin embargo, Engels condenó al mismo tiempo más de una vez los intentos de quienes, con el deseo de ser "más izquierdistas" o "más revolucionarios" que la socialdemocracia, pretendían introducir en el programa del partido obrero el reconocimiento categórico del ateísmo como una declaración de guerra a la religión. Al referirse en 1874 al célebre manifiesto de los comuneros blanquistas emigrados en Londres, Engels calificaba de estupidez su vocinglera declaración de guerra a la religión, afirmando que semejante actitud era el medio mejor de avivar el interés por la religión y de dificultar la verdadera extinción de la misma.»
Seguidamente, Lenin comenta la posición de la socialdemocracia en la Kulturkampf:
«Al acusar a Dühring, que pretendía aparecer como ultrarrevolucionario, de querer repetir en otra forma la misma necedad de Bismarck, Engels requería del partido obrero que supiese trabajar con paciencia para organizar e ilustrar al proletariado, para realizar una obra que conduce a la extinción de la religión, y no lanzarse a las aventuras de una guerra política contra la religión. Este punto de vista arraigó en la socialdemocracia alemana, que se manifestó, por ejemplo, a favor de la libertad de acción de los jesuitas, a favor de su admisión en Alemania y de la abolición de todas las medidas de lucha policíaca contra una u otra religión. "Declarar la religión un asunto privado": este famoso punto del Programa de Erfurt (1891) afianzó dicha táctica política de la socialdemocracia.»
Vemos aquí el significado preciso que cobra la expresión «asunto privado», un significado que hoy las izquierdas indefinidas y satisfechas confunden, pues «asunto privado» no equivale a asunto concerniente a individuos distributivamente entendido. La noción de «asunto privado» que manejaba Engels estaba tallada frente al Estado prusiano protestante –de ahí la alusión a los jesuitas– y por tanto, «lo privado» se presenta como lo contrapuesto al Estado. Así comentaba Engels el programa de la socialdemocracia de Erfurt:
«La Iglesia ha de separarse completamente del Estado. Para el Estado todas las comunidades religiosas sin excepción son sociedades privadas. Estas pierden toda subvención a costa de los recursos públicos y toda influencia en las escuelas públicas. Sin embargo, no se les puede prohibir que funden escuelas propias con sus recursos propios y que enseñan allí sus sandeces».
Así pues, privado, se contrapondría a estatal, y no a social. Lo que Engels postulaba era un proceso de holización que destruyera la pretensión del Estado prusiano –tomado aquí como el canon por el que medir el proceso socialista– de encarnar al protestantismo o cualquier otra religión. La religión pasará ahora a ser un asunto de la sociedad civil pero el Estado no podrá impartirla debido a que es falsa y opio para el pueblo. Esto no significaba una reducción de la religión a asunto situado «en el reino de la conciencia subjetiva» sino una reestructuración del orden político tal que se eliminara la influencia de los ortogramas religiosos en la conformación de los planes y programas del Estado-nación.
Por tanto, Engels y luego Lenin, cuando hablaban de la religión como «asunto privado» se estaban refiriendo al ámbito de la sociedad civil al margen del Estado. La posición de los comunistas rusos ante la religión se forjó frente al Imperio zarista que privilegiaba a los adeptos a la Iglesia ortodoxa en la administración estatal. Desde luego, se reconoce que la religión tiene influencia en la sociedad política, pero esto es justo lo que el socialismo tenderá a combatir, dentro de la tradición de la izquierda jacobina, de combatir el Trono y el Altar. En este caso, lo que se postula es eliminar el poder del Altar en la conformación de la sociedad política. Así comenta Lenin:
«La religión debe ser declarada asunto privado: es costumbre expresar corrientemente con estas palabras la actitud de los socialistas ante la religión. Pero hay que determinar con exactitud el significado de estas palabras para que no puedan dar origen a confusión ninguna. Reclamamos que la religión sea un asunto privado con respecto al Estado, mas en modo alguno podemos considerar la religión asunto privado con respecto a nuestro propio Partido. El Estado no debe tener nada que ver con la religión; las asociaciones religiosas no deben estar vinculadas al poder del Estado. Cada cual debe tener plena libertad de profesar la religión que prefiera o de no confesar ninguna, es decir, ser ateo, como lo es habitualmente todo socialista (...) La religión no es asunto privado con respecto al partido del proletariado socialista. Nuestro Partido es una unión de luchadores conscientes y avanzados por la emancipación de la clase obrera. Esta unión no puede ni debe permanecer indiferente ante la inconsciencia, la ignorancia o el obscurantismo bajo la forma de creencias religiosas. Exigimos la completa separación de la Iglesia y el Estado para luchar contra el obscurantismo religioso con una arma puramente ideológica y solamente ideológica, con nuestra prensa y nuestra palabra» (El Socialismo y la Religión. Novaya Zhizn, nº 28, 3 Noviembre 1905)
El problema puede detectarse fácilmente: el Estado debe desentenderse de la religión, pero no así el Partido. Pero es un Partido que lejos del conformismo busca conquistar y controlar el Estado, y cuando lo consiga, refundirá el Estado zarista en una Dictadura del proletariado cuya cabeza será el Partido bolchevique. Una vez en el poder, los bolcheviques trataran de eliminar todo rastro de la conformación religiosa del Estado, lo cual implica –aunque de forma negativa– seguir incluyendo a la religión en sus planes. Porque ahora se hará todo lo posible por expulsar a las asociaciones religiosas del ámbito político esperando que el desarrollo del comunismo acabara de una forma natural con ese producto ideológico y falso que era la religión. No todo desde luego, iban a dejárselo los bolchevique al «desarrollo natural del comunismo», sino que el Partido bolchevique, como marxista y materialista, lo que tendría que hacer es utilizar ese Estado conquistado para una vez reducida la religión al contexto civil, combatirla como falsa conciencia ideológica.
«El marxismo es materialismo. En calidad de tal, es tan implacable enemigo de la religión como el materialismo de los enciclopedistas del siglo XVIII o el materialismo de Feuerbach. Esto es indudable. Pero el materialismo dialéctico de Marx y Engels va más lejos que los enciclopedistas y que Feuerbach al aplicar la filosofía materialista a la historia y a las ciencias sociales. Debemos luchar contra la religión. Esto es el abecé de todo materialismo y, por tanto, del marxismo. Pero el marxismo no es un materialismo que se detenga en el abecé. El marxismo va más allá. Afirma: hay que saber luchar contra la religión, y para ello es necesario explicar desde el punto de vista materialista los orígenes de la fe y de la religión entre las masas. La lucha contra la religión no puede limitarse ni reducirse a la prédica ideologica abstracta; hay que vincular esta lucha a la actividad práctica concreta del movimiento de clases, que tiende a eliminar las raíces sociales de la religión. ¿Por qué persiste la religión entre los sectores atrasados del proletariado urbano, entre las vastas capas semiproletarias y entre la masa campesina? Por la ignorancia del pueblo, responderán el progresista burgués, el radical o el materialista burgués. En consecuencia, ¡abajo la religión y viva el ateísmo!, la difusión de las concepciones ateístas es nuestra tarea principal. El marxista dice: No es cierto. Semejante opinión es una ficción cultural superficial, burguesa, limitada. Semejante opinión no es profunda y explica las raíces de la religión de un modo no materialista, sino idealista. En los países capitalistas contemporáneos, estas raíces son, principalmente, sociales»
Una vez en el poder, los bolcheviques organizaron numerosas misiones soviéticas con el objetivo de expulsar de los campesinos las supersticiones religiosas. En los primeros años en el poder, Orlando Figes, cuenta en La Revolución Rusa, como los comisarios rojos intentaban convencer a los campesinos de la verdad del ateísmo. El procedimiento incluía desde mostrar como la «generación espontánea» era posible sin la intervención de ningún dios –del agua de las charcas brotaba vida aparentemente de la nada– o darles vueltas en avión para que vieran que allí en el cielo no existía ninguna deidad. Cuando se consiguió extender el sistema educativo gratuito para todos los ciudadanos soviéticos, el combate contra la religión continuó en las aulas. A la religión le estaba prohibido inmiscuirse en los asuntos del Estado, pero el Estado si estaba legitimado para inmiscuirse en los asuntos religiosos. Esto era así, porque la teoría bolchevique presuponía que el marxismo, el materialismo y el ateismo, eran doctrinas «científicas» y por tanto, verdaderas, mientras que la religión es algo falso. El Estado estaba obligado a fomentar las doctrinas científicas entre sus ciudadanos y a delimitar el espacio de acción de las supersticiones, el oscurantismo y las religiones.
La historia de la relación entre las distintas religiones y el Estado soviético está marcada por momentos de conflicto y comentos de tensa calma. Porque para el Partido bolchevique, la religión debía alejarse del Estado, pero las distintas iglesias estaban lejos de opinar lo mismo, sobre todo cuando el Estado cierra seminarios, iglesias y nacionaliza propiedades en aras a la necesidades acuciantes del socialismo. Además, esas mismas necesidades de la sociedad soviética, obligaban para mantener la Eutaxia a concesiones puntuales. No puede ser de otro modo, porque situándose las distintas iglesias en el «vector ascendente», el Estado no puede de hecho prescindir de incluir a la religión, y así la realidad «obliga a los gobernantes, de hecho que hace derecho, a incorporar a la religión en sus cálculos eutáxicos».
De todos modos, las religiones con fuerte tradición «cesaropapista» de subordinación al poder político, como la Iglesia ortodoxa y diversas corrientes musulmanas, acabaran coexistiendo pacíficamente con el Estado soviético sin perjuicio de conflictos puntuales. La única Iglesia irreductible –sin perjuicio de puntuales colaboraciones– fue la Iglesia Católica porque como «ciudad de Dios» se había propuesto acabar con la URSS («una nueva Babilonia») desde muy pronto.
A raíz de esto, podemos concretar en qué consiste la falsa conciencia de las izquierdas indefinidas: su indefinición está íntimamente ligada a su «agnosticismo». Tanto el Estado franquista como el Estado soviético tuvieron ortogramas coherentes con su posición ante la verdad de la religión y además, supieron ejercitar la sindéresis eutáxica suficiente como para rectificar los problemas surgidos de su propia «coherencia». Para el franquismo, la religión católica era verdadera y como tal, no podía dejar de incluirla en sus planes educativas o de otorgarle poder en distintas esferas políticas. Lo que no obsta a que por razones de eutaxia, el régimen tuviera que hacer concesiones, por ejemplo, al protestantismo, si es que quería ganarse la ayuda de los Estados Unidos tras la salida del periodo autárquico. Por su parte, la URSS también fue coherente con su ortograma: si la religión es falsa y su verdad consiste en la miseria social, entonces basta relegarla al ámbito civil y desconectarla del Estado para que ella se fuera deshaciendo por si misma a medida que el socialismo avanzara. A su vez, por razones de eutaxia, el Estado tuvo que incluir a la religión en sus planes, creándose el Consejo soviético para asuntos de las religiones, en el que el Estado tenía al final que tener en cuenta a ese «vector ascendente» que constituían las iglesias.
El contraste es evidente con la España del régimen de 1978 fruto de un cambalache entre distintas fuerzas en principio incompatibles entre sí. Lo que tenemos es un Estado «agnóstico», en la medida en que no es confesional pero incluye a la religión católica en su constitución. Lo calificamos de «agnóstico» en el sentido en que Gustavo Bueno ha hablado en su último libro: un «agnosticismo» que o bien se acaba resolviendo en una «religiosidad vergonzante» o en un «ateismo vergonzante». Un régimen cuyas incongruencias en materia religiosa brota precisamente de su ambigüedad suficientemente calculada para que los distintos partidos pudieran medrar a costa de las sutilezas burocráticas.
La «falsa conciencia» de las izquierdas indefinidas consiste en que habiendo aceptado el régimen de 1978 y la democracia parlamentarista coronada, pretenden imponer sus programas políticos como si el Estado fuera ateo. Pero no lo es, es «agnóstico», indiferente a la verdad de las religiones que deja al libre arbitrio de los individuos consumidores que además contando con libertad casi ilimitada de asociación, cuentan con la posibilidad de pergeñar «plataformas ciudadanas» para que se lleven a cabo sus demandas. Y si estos individuos, democráticamente –es decir, amparado en la legalidad del régimen democrático– eligen a un gobierno que llega a concordatos con la Iglesia católica para que opcionalmente se imparta religión en la enseñanza al amparo de la Constitución, ¿cómo puede calificarse a esto de antidemocrático, de vuelta a la inquisición o de fascista? Quien afirme que la Religión católica confesional debe salir del sistema educativo, debe saber que se está oponiendo al régimen democrático actual y por tanto, en todo caso, el antidemócrata será él hasta que, por lo pronto, no se rescinda el Concordato.