Según él, los pensadores seculares modernos argumentan en su mayoría que la ciencia moderna ha demostrado que la vida es fruto de un proceso completamente natural, e imprevisto. Y que Dios no tiene nada que ver con dicho proceso.
Sin embargo, y aunque la polarización Dios versus no-Dios sea una de las grandes tensiones de la cultura occidental contemporánea, Broom no pretende reflexionar sobre dicha tensión, sino que se cuestiona si los detalles que la ciencia ha revelado a lo largo de la historia apuntarían realmente a una dimensión trascendente e intencionada en la materia.
La selección natural
Para empezar, Broom se centra en la selección natural, como descripción de las transformaciones biológicas producidas en los genes, y que dan como resultado variaciones en el fenotipo. Esta selección natural, señalan los científicos, es un proceso en el que no existe la inteligencia ni hay implicado un propósito último. Es, simplemente, una fuerza amoral, tan inevitable como la gravedad.
La expresión “selección natural” se ha convertido, según Broom, en una especie de expresión mágica que elimina cualquier atisbo escéptico, como si estuviera llena de poder y de autoridad, y pudiera explicarse con ella cualquier hecho del mundo material. Es por tanto necesario preguntarse, señala Broom, si la selección natural puede ser tan fácilmente reducida a un proceso sin conciencia ni propósito.
Para el autor, incluso aunque sea utilizada de una manera simplista, la “selección natural” representa un proceso verdaderamente intencional que supone – en palabras de Charles Darwin- escudriñar continuamente las pequeñas variaciones del mundo, rechazar lo malo, preservar y sumar lo bueno, trabajar silenciosamente y aprovechar las oportunidades.
Y esto para cualquier organismo en relación con sus condiciones de vida y sus entornos orgánico e inorgánico. Toda esta intención, según algunos científicos, podría provenir incluso de los propios átomos y moléculas.
La complejidad biológica y la intención
Otro tema clave de la biología es cómo los órganos de gran complejidad podrían haber evolucionado. La respuesta suele darse en términos graduales, acerca del poder creativo de pequeños cambios acumulativos que han llevado de una complejidad menor a una progresivamente mayor.
La explicación material de este hecho requiere, incluso para los científicos más materialistas, de la asunción de que los órganos sólo “aceptan aquellas mutaciones que mejoran su rendimiento”, es decir, que existe en ellos una especie de “intención”, que limitaría los caminos a seguir en su propio desarrollo.
Otro aspecto a discutir desde esta perspectiva es la diferenciación entre objetos y organismos. Para Broom, los científicos materialistas han caído en el error de pretender explicar el funcionamiento y desarrollo de los organismos comparándolos con modelos de programas informáticos que tratan de imitar a la biología, pero en los que las opciones de desarrollo se producirían de manera aleatoria (Broom se refiere específicamente a un modelo informático desarrollado por Richard Dawkins para explicar la vida).
La trampa de la lógica
Estas analogías sólo pueden demostrar que los cambios aleatorios producirían una variedad indefinida de formas, que en realidad sólo se parecerían de manera superficial a las formas materiales, vivas o no, cuyos componentes resultan sorprendentemente fieles a las leyes de la química o de la vida y, al mismo tiempo, requieren de una progresión para los pequeñas alteraciones que en ellas se provocan.
Según Broom, los científicos materialistas confunden así los objetos con los sistemas naturales, intencionados y llenos de significado. Éstos últimos parecen más bien el fruto de órdenes, tan cuidadosamente tramados, que hacen pensar en la influencia de un poder o fuerza similar a la de la mente.
Por otro lado, Broom señala que el naturalismo afirma que los sistemas vivos son mecánicos, y por tanto explicables en términos de leyes físicas y químicas objetivas.
Sin embargo, en el momento en que se afirma que la vida es mecánica y, por tanto, reducible a un complejo conjunto de mecanismo bioquímicos inanimados, se cae en una trampa lógica: admitir el mecanicismo en el mundo vivo es admitir la necesidad de condiciones límites que no pueden explicarse por las propias leyes inanimadas.
Observación y dimensión trascendente
El materialismo biológico parece obsesionado, en definitiva, con una economía causal unilateral de influencias completamente materiales. Admitiendo sólo las leyes de un mundo material sin propósito, ofrece así una teoría absurdamente truncada de la vida, que falla al dar cuenta de la propia “vitalidad” del mundo biológico.
¿Por qué los átomos y las moléculas se unen para formar sistemas que rezuman un sentido de propósito y destino? Broom propone un modelo de creación evolutiva que no evitaría salirse de la actividad esencial de Dios, para pasarse al núcleo de los procesos orgánicos.
En otras palabras, escribe el autor, sólo con examinar los hechos revelados por la ciencia nos enfrentamos a una dimensión en la materia relacionada con un elemento “mental”. Por tanto, la observación de la Naturaleza sugiere que en ella existe una dimensión trascendente.