Se termina una era donde el imperio norteamericano mostró su rostro más siniestro, durante la presidencia de Bush (hijo). Un fanático paranoico, intoxicado de mesianismo y con menos luces que una babosa; borracho de poder como antes lo fue de alcohol, fundamentalista de la derecha cristiana fascista, un racista enamorado de la pena de muerte, sobre todo contra los negros.
En fin, el peor presidente norteamericano de la última centuria, el que mayores tragedias desencadenó sobre su propio pueblo y el mundo entero, la contracara del homo sapiens, la encarnación del homo demens.
Su antípoda, Barack Obama, ha ganado con claridad las elecciones en Estados Unidos, despertando el entusiasmo de millones de personas, no sólo en aquel país sino en todo el mundo. Parece claro que la base electoral que sustenta su triunfo está constituida por los sectores más explotados y discriminados de la sociedad norteamericana: las llamadas minorías, los afrodescendientes, los inmigrantes hispanos y los blancos pobres y la clase obrera, víctimas de la crisis capitalista.
Por supuesto, como todo fenómeno político y social, la victoria de Obama tiene dos caras: por un lado, las expectativas que despertó en millones de oprimidos, que lo han convertido en su instrumento “para el cambio” al que aspiran; por otro, la esencia conservadora del establishment y del aparato del partido que lo llevó al poder.
No puede ignorarse ninguna de ambas facetas. Enfatizar sólo la primera y olvidar la segunda, nos conduciría a crearnos falsas ilusiones sobre lo que sucederá con la política norteamericana a partir de ahora, y en los límites reales del cambio con que se manejará el presidente electo. Hacer lo contrario, es decir, olvidar el factor de las masas, su acción (el voto a Obama) y sus expectativas, conduce a un error sectario que desprecia el nivel de conciencia con sus avances y dificultades.
Ambos factores se erigen como un hecho objetivo. Quienes creen que la obamamanía es una simple maniobra del régimen norteamericano para renovarse, vendida a través de los medios de comunicación, se ubican en esa maniquea visión de la realidad que ante cada nuevo hecho sólo ve la conspiración de una élite secreta que gobierna al mundo y le niegan cualquier crédito al enorme poder de las masas. Despreciarlas porque creen que son tontas es una actitud típica de la intelectualidad pequeño burguesa.
Obama, que al decir de todos encarna el sueño americano y los ideales de Martin Luther King (que ojalá pudiera hacerlos realmente suyos...), es el candidato triunfador de las elecciones porque existe una crisis profunda, no sólo económica, sino también política del imperialismo norteamericano. Crisis que, obviamente, la clase dominante norteamericana no desearía, pero que incluso a ella se le presenta como un hecho objetivo, que no puede controlar e intenta maniobrar con lo que tiene. Pero ojo, también es una crisis, porque la población norteamericanas está en un proceso de ruptura y descreimiento con los políticos de Washington y sus partidos, un dato significativo que no conviene olvidar.
El llamado sueño americano es posible analizarlo desde dos ángulos para conocer sus luces y sus sombras
Porque ese sueño, comenzó realmente siendo una ilusión. En su esencia, quienes lo gestaron, quienes hicieron de los Estados Unidos la cuna de la democracia que alguna vez fue —por supuesto obviando el pequeño detalle en el terreno de lo racial— crearon un canto a la Libertad, y hasta se puede, conceder que en su visión más depurada, podría acercarse inclusive a una concepción ácrata y libertaria de la vida, aunque descolorida y adulterada.
Pero hablemos de la concepción imperialista en la que finalizó el sueño americano, que más que un sueño es la mayor pesadilla terrorífica en la que el mundo se ha visto y se ve envuelto: guerras y guerras que las sucesivas administraciones americanas han llevado y llevan a cabo, arrastrando al mundo a derrumbes económicos y políticos cada vez más graves (Corea y Vietnam antes y las del Golfo, Afganistán e Iraq ahora). Los principales artífices del agotamiento de las reservas mundiales de petróleo, del disparatado precio del crudo, de los insostenibles movimientos especulativos y de las regresiones económicas de los pueblos del mundo que incrementaron el hambre, la injusticia y la miseria.
La pregunta hoy es ¿con qué sueña Obama? Según sus discursos, sueña con cambios, pero ya se sabe que los cambios llevan un axioma que dice “transformarlo todo para que nada cambie”. Y ya sabemos que una cosa es lo que se dice para ganar la presidencia y otra lo que se hace cuando se llega. Lo cierto es que el Obama electo ya ha empezado a hablar de un modo muy distinto a como hablaba cuando se postulaba.
Ese modo innovador que ilusionó a los estadounidenses se está acercando camaleónicamente a los idearios consagrados del capitalismo.
En fin, Obama, por mucho Obama que sea, no deja de ser lo que es: Alguien que critica las guerras basadas más en una ideología que en una amenaza real, pero que no está contra de ellas y menos contra la hegemonía estadounidense en el mundo.
Alguien más inteligente que Bush, más alto, más guapo y más elegante, que no socavará cómo éste a líderes latinoamericanos con discursos criminalizantes, pero que, muy amablemente, seguirá entorpeciendo el desarrollo de los pueblos latinoamericanos y de los pueblos desfavorecidos del planeta porque es también capitalista y neoliberal, aunque no lo parezca .
Alguien de la derecha moderada y centrista, más cercano a lo que se conoce como la socialdemocracia descafeinada de centro europa, que a una derecha radical y ultraconservadora representada por Bush y por Mc Cain. Pero alguien que no renunciará a su cargo de Imperator del sistema neoliberal en el que vivimos ni cambiará este capitalismo del mercado y del consumo, por un sistema sostenible y más humano.
Además, si acaso ese fuera su sueño no lo hará simplemente porque no lo dejarán.
¿Qué ganamos con Obama? Tal vez que los pisotones nos los den con mayor delicadeza y amabilidad, que sean más sutiles y “políticamente correctos”; pero no nos engañemos: los pisotones, son pisotones; son dolorosos después de todo; y no son ni apoyos ni regalos por más que se disfracen de ello.
Pero no olvidemos un detalle: millones que lo votaron han descubierto que su acción es capaz de hacer cambios, y que éste es posible.
Eso es lo importante y lo que hay que celebrar.