Uno de los más altos galardones alcanzados por José, el fugitivo hijo de Jacob, fue haber contraído matrimonio con una joven, al parecer de la familia real egipcia. Nos referimos a Asenat, hija de potifera, príncipe de On.
Gracias a tan elevada unión, el antiguo esclavo quedo convertido en príncipe y obtuvo entusiasta recepción en todo el territorio nacional. Cuando José se unió en matrimonio con Asenat, contaba con 30 años de edad.
En otras palabras, somos hijos de Dios. Un príncipe de esta naturaleza cayó en los brazos de Asenat, la princesa egipcia.
Al ver este hecho del matrimonio con una princesa, habiendo sido el fugitivo, esclavo y prisionero, gritaran muchos: ¡Que fortuna! Acá fue Asenat la afortunada, pues siendo solo princesa de una humilde provincia, se convirtió en esposa de un príncipe de Dios. Bienaventurada ella que con este matrimonio unió su sangre a la del pueblo de Dios. Y aquí esta su valor. Asenat miro, allá en el lejano trasfondo, todas las capacidades de grandeza que dormían en el alma de su joven pretendiente. Y no lo desprecio. Vio no lo que su pretendiente ya era, sino lo que podría llegar a ser. ¡Tantas mujeres han fracasado porque ven el presente y no el porvenir! En muchos casos, creo yo, que la esposa debe ser también madre de su esposo. Ella empieza la formación de ese hombre, allí donde él perdió el cuidado de la madre. Los dos así, casados, eso si ambos príncipes de Dios, de la inteligencia y del amor, van limando asperezas hasta lograr él la formación de la esposa perfecta, y ella la del varón perfecto.
Asenat se unió a José y fue feliz. Tuvieron dos hijos: Manases y Efraín. Asenat no vio en José al esclavo, sino al príncipe de Dios. No miro lo exterior, sino lo interior, el alma, la chispa de grandeza que se encerraba en el hombre a quien unió su vida. En el segundo libro de los reyes se nos habla de Abisag de Sumen, joven que se acostó a los pies del rey David. ¿Por qué se acostó a los pies del octogenario rey David? Ella quería ser madre, pero madre de un príncipe, por eso buscaba el lecho de un rey.¡Gloriosa constelación esta de mujeres superiores...!Buscan al hombre de promesa, buen caballero, inteligente, juicioso, dedicado al estudio, y se casan con él. Este hombre, bien entendido, bien estimulado, puede llegar a ceñir corona, ser rey. A su grandeza, indudablemente, va unida su mujer.
Asenat, la princesa Asenat, vio en el joven José, recién salido del sufrimiento, una personalidad que podría llegar a mucho. Y lo acepto por esposo. ¡Magnifica elección! ¡Excelente matrimonio este de una princesa inteligente y visionaria, con un príncipe de Dios! Eran dos almas grandes, nobles, aspirantes, trabajadoras, unidas por el amor, harían mucho en bien de la humanidad, y así pasó. La mujer egipcia tiene fama por su belleza física. Asenat, además de egipcia era princesa y además de esto poseía un buen sentido intelectual que la llevo a una sabia elección. Ya como esposa, parece, ocupo su lugar, siendo una ayuda idónea de su marido, pero lo haría sin ostentación. Es curioso ver que muchas veces José salía acompañado de sus hijos, pero no de su mujer. ¿Por qué? Seguro ella prefería edificar, a la sombra del hogar, la grandeza de su marido.
José fue su nombre hebreo. En Egipto el faraón le puso Imoteph. Hay grabados en la pared de la ciudad dónde vivía. Inclusive se encontró un anillo - sello que perteneció a él.
ResponderBorrarGracias por su aporte. Salem
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