En la transmisión de la vida, y esto por mandato de Dios, empeñaron los patriarcas bíblicos todas sus energías. Adán, ante la presencia de la muerte, levanto la bandera de la vida, nombrando a su mujer madre de todos los vivientes. Ahí empezó la lucha interminable entre la muerte y la vida.
Noé al ver que la existencia se encontraba amenazada bajo las aguas de un diluvio universal, preparo el arca donde se salvo la vida de numerosas especies. Adán fue un transmisor de la vida, siendo Noé un conservador de la misma.
La Biblia ha sido el libro transmisor de vida por excelencia y ellos se debe a que da testimonio de la fuente de la vida verdadera, de Cristo nuestro Señor. Él lo dijo yo soy el camino la verdad y la vida”, “Yo he venido para que tengáis vida y para que la tengáis en abundancia”. Ciertamente todo cuanto tiene contacto con la vida y enseñanzas de Jesús recobra la vía y graba su nombre en las páginas de la historia. El pesebre de Belén, por el solo hecho de haber sido cuna del Niño Dios, se convirtió en sitio de veneración universal; el lodo del camino en las manos de Cristo se convirtió en medicina para curar a un hombre ciego. El hombre y la mujer que se pongan en las manos del Señor, también vendrán a ser benefactores de la humanidad y figuras de la historia, transmisores de vida.
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