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Antigua Asia Menor. Ver mapa más grande

Asia Menor. Península de Asia occidental, situada entre el mar Negro y el Mediterráneo, llamada antiguamente Anatolia. Por el E su estructura alcanza hasta el Éufrates; su litoral O es vecino del archipiélago Egeo y al NO la separan de Europa los Dardanelos, el mar de Mármara y el Bósforo. Tiene 750 000 km2 y forma una vasta meseta de 600 a 1 000 m de altura con zonas montañosas al N y al S. Políticamente pertenece a Turquía.
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Valle De Los Reyes, Egipto

domingo, diciembre 09, 2007

La especifidad individual persiste durante prolongación de la vida

CapituloI.IX


  • El Individuo



  • En resumen, la individualidad no es sólo un aspecto del organismo. Constituye también un carácter esencial de cada uno de sus elementos. Virtual en el seno del óvulo fecundado, manifiesta poco a poco sus caracteres a medida que el nuevo ser se desarrolla en el tiempo. El conflicto de este ser con su medio es lo que fuerza a sus tendencias ancestrales a actualizarse. Estas tendencias inclinan en ciertas direcciones determinadas nuestra actividades de adaptación. Efectivamente con las tendencias y las propiedades innatas de nuestros tejidos, las que determinan la manera como podemos utilizar el medio exterior. Cada uno de nosotros responde de manera particular a este medio. Escoge lo que le permite individualizarse más. Viene siendo un centro de actividades específicas, distintas, pero indivisibles. No puede separar el alma del cuerpo, ni la estructura, de la función, ni la célula de su medio, ni la multiplicidad de la, unidad, ni lo determinante de lo determinado. Empezamos a darnos cuenta de que la superficie del cuerpo no es el verdadero límite del individuo, y que sólo es capaz de establecer entre nosotros y el mundo exterior los límites indispensables a nuestra acción. Estamos construidos como los castillos almenados de la Edad Media, cuyo torreón se encontraba rodeado de multitud de cercos. Nuestras defensas interiores son numerosas y se hallan enlazadas las unas con las otras. La superficie de la piel constituye la frontera que nuestros enemigos microscópicos no deben franquear. No obstante, nos extendemos mucho más lejos de sus límites, más allá, del espacio y del tiempo. Conocemos el centro del individuo, pero ignoramos dónde se encuentran sus límites exteriores. Quizás tales límites no existen. Cada, hombre se encuentra ligado a los que le preceden y a los que le siguen y se funde en cierto modo con ellos. La humanidad no se compone de elementos separados y como las moléculas de un gas. Se parece a una malla de filamentos que se extienden en el tiempo y llevan, como las cuentas de un rosario, las generaciones sucesivas de individuos. Sin duda alguna, nuestra individualidad es real, pero es menos definida de lo que creernos. Nuestra completa independencia de los otros individuos y del mundo cósmico, es una mera, ilusión.



  • Nuestro cuerpo está formado con los elementos químicos del mundo exterior que penetran en él y se modifican, según su individualidad. Estos elementos se organizan en edificios temporales, tejidos, humores y órganos, que se derrumban y se reconstruyen durante toda la vida. Después de la muerte, retornan al mundo de la materia inerte. Ciertas sustancias químicas adquieren nuestros caracteres raciales o individuales, hasta convertirse en nosotros mismos. Otras, sólo atraviesan nuestro cuerpo, y participan de la existencia de cada uno de nosotros sin poseer ninguno de nuestros caracteres. Lo mismo que la cera no modifica su composición química cuando forma diferentes estatuas, pasan ellos por nosotros como un gran río del cual nuestras células extraen las materias necesarias a su crecimiento y a su consumo de energía. Según los místicos, recibimos también del mundo exterior algunos elementos espirituales. La gracia de Dios penetra en nuestra alma como el oxigeno del aire o el ázoe de los alimentos en nuestros tejidos.



  • La especificidad individual persiste durante toda lo duración de la vida, aunque los tejidos y los humores cambien continuamente. Órganos y medio interior se mueven al ritmo de procesos irreversibles, hacia transformaciones definitivas hasta llegar a la muerte, pero conservan siempre sus cualidades inmanentes. Ya no son modificados por la corriente de materia en que están sumergidos como no lo son los pinos de las montañas por las nubes que los atraviesan. Sin embargo, la individualidad se acusa o se atenúa según las condiciones del medio, y cuando estas condiciones son particularmente desfavorables, la individualidad parece disolverse. La personalidad mental es menos pronunciada que la personalidad orgánica. Si hemos de referirnos a los hombres modernos, podemos preguntarnos con justa razón, si aún existe. Ciertos observadores ponen su realidad en duda. Teodoro Dreiser la considera como un mito. Es cierto que los habitantes de la Ciudad Nueva presentan una gran uniformidad en su debilidad moral e intelectual. La mayor parte de los individuos están construidos según el mismo tipo: una mezcla de neurosis y apatía, de vanidad y de falta de confianza en si mismos, de fuerza muscular y de falta de resistencia a la fatiga, de tendencias genésicas, a la vez irresistibles y poco violentas, a veces homosexuales. Este estado se debe a graves desórdenes en la formación de la personalidad. No es solamente una actitud del espíritu, o una manera, susceptible de ser cambiada con facilidad. Es la expresión, ya sea de una cierta degeneración de la raza, ya del desarrollo defectuoso de los individuos o de ambos fenómenos a la vez.
    Esta decadencia es, hasta cierto punto, de origen hereditario. La supresión de la selección natural ha permitido la supervivencia de seres cuyos tejidos y cuya conciencia son de mala calidad. La raza se ha ido debilitando causa de la conservación de tales reproductores. No se sabe aún la importancia relativa de esta causa de degeneración, Como ya lo hemos expresado, la influencia de la herencia no es fácil de ser distinguida de la del medio ambiente. La idiotez y la locura tienen generalmente un origen ancestral. Por lo que toca a la debilidad mental, observada en las escuelas, en las universidades y en la población en general, proviene de desórdenes del desarrollo y no se debe a defectos hereditarios. Cuando esos seres flojos, de escasa inteligencia y faltos de moralidad, cambian radicalmente de medio y se les coloca en condiciones lo más primitivas posibles de vida, a veces se modifican y adquieren nuevamente su virilidad. El carácter atrófico de los productos de nuestra civilización no es, pues, incurable. Está lejos de constituir siempre la expresión de una decadencia racial. Entre la multitud de débiles y deficientes, existen sin embargo hombres completamente desarrollados. Cuando observamos con atención a estos sujetos, nos parecen superiores a los esquemas clásicos. En efecto, el individuo cuyas potencias están todas actualizadas no es de ningún modo conforme a la imagen que se hace de él cada especialista que lo estudia. No constituye los fragmentos de conciencia que procuran medir los psicólogos; no se encuentra tampoco en las reacciones químicas, los procesos funcionales y los órganos que se reparten los especialistas de la medicina; ni siquiera en la abstracción cuyas manifestaciones concretas procuran dirigir los educadores. Está casi ausente del ser rudimentario que se imaginan los: “Asistentes Sociales”, los directores de prisiones, los economistas, los sociólogos, los políticos, etc. En suma, no se muestra jamás a un especialista, a menos que éste consienta en tomar en cuenta el conjunto del cual sólo estudia una parte. Es muchísimo más que la suma de los datos acumulados por todas las ciencias particulares. No podemos abarcarle por entero. Encierra vastas regiones desconocidas. Sus potencialidades son gigantescas. Como la mayoría de los grandes fenómenos naturales, resulta aún ininteligible para nosotros. Cuando le contemplamos en la plena armonía de sus actividades orgánicas y espirituales, despierta en nosotros una poderosa emoción estética. Y es este individuo quien es el creador y el centro del universo.

El hombre moderno es el resultado de su medio , de los hábitos y de los pensamientos impuestos

Realismo y nominalismo
Cap.I,X


La sociedad moderna ignora al individuo. No tiene en cuenta sino a los seres humanos. Cree en la realidad de lo universal y nos trata como si fuésemos abstracciones. Es la confusión de la realidad de los conceptos del ser humano, que la ha conducido a uno de sus errores más graves: a la estandarización de los hombres. Si fuesen éstos todos idénticos, sería posible elevarles y hacerles vivir y trabajar en grandes manadas, como a bestias. Pero cada uno tiene una personalidad diferente, y no puede ser tratado como un símbolo. Como se sabe, desde hace tiempo, la mayoría de los grandes hombres han sido educados en forma aislada, o han rehusado entrar en el molde de la escuela. La verdad es que la escuela es indispensable para los estudios técnicos. Responde asimismo a las necesidades del niño en contacto con sus semejantes. Pero la educación debe poseer una dirección sin cesar atenta, y esta dirección no puede ser dada sino por los padres. Sólo estos últimos, especialmente la madre, han observado desde el comienzo las particularidades fisiológicas y mentales, cuya orientación constituye el fin de la educación. La sociedad moderna ha cometido la grave falta de sustituir, desde la primera edad, la enseñanza familiar por la escuela. A ello la ha obligado la traición de las mujeres. Éstas entregan a sus hijos al “kindergarten” para ocuparse de su carrera, de sus ambiciones mundanas, de sus placeres sexuales, de sus fantasías literarias o artísticas, o sencillamente para jugar al bridge, ir al cine, perder su tiempo en una atareada pereza. De este modo, han producido la extinción del grupo familiar, en el cual crecía el niño en compañía de los adultos y aprendía de ellos mucho. Los perros nuevos, criados en la misma casucha con los animales de su edad, son menos desenvueltos que aquellos que corren en libertad con sus padres. Lo mismo ocurre con los niños perdidos entre la muchedumbre de otros niños, si se les compara con los que viven con los adultos inteligentes. El niño modela con facilidad sus actividades fisiológicas, afectivas y mentales sobre las de su medio. Recibe, pues; muy poco de los niños de su edad. Cuando se encuentra reducido a ser sólo una unidad en una escuela, se desarrolla mal. Para progresar, el individuo necesita la soledad relativa y la atención del pequeño grupo familiar.Igualmente, gracias a la ignorancia del individuo, la sociedad moderna atrofia a los adultos. El hombre no soporta impunemente la forma de existencia y el trabajo uniforme y estúpido impuesto a los obreros de la fábrica, a los empleados de oficina, a aquellos, en fin, que deben asegurar la producción en masa. En la inmensidad de las ciudades modernas, se encuentra aislado y perdido. Constituye una abstracción económica; una cabeza de rebaño. Pierde su cualidad de individuo. No tiene ni responsabilidad ni dignidad. En medio de la multitud, emergen los ricos, los políticos poderosos, los bandidos de gran envergadura. Los otros, no son más que un polvo anónimo. Por el contrario, el individuo conserva su personalidad cuando forma parte de un grupo en el cual es conocido, ya sea en un villorrio, en una aldea pequeña donde su importancia relativa es más grande, donde puede esperar llegar a ser, a su vez, un ciudadano influyente. El desconocimiento teórico de la individualidad, le ha conducido a su desaparición real.




  • Otro error, debido a la confusión de conceptos del individuo, es la igualdad democrática. Este dogma se deshace hoy día, bajo los golpes de la experiencia de los pueblos. No hace, pues, falta, demostrar su falsedad, pero, no hay más remedio que admirarse de su prolongado éxito. ¿Cómo ha podido la humanidad creer en ella durante tanto tiempo? Esta no tiene en cuenta la constitución del cuerpo y de la conciencia. No calza con el hecho concreto que es el individuo. Ciertamente, los seres humanos son iguales, pero los individuos no lo son. La igualdad de sus derechos es una ilusión. El débil de espíritu y el hombre de genio no deben ser iguales ante la ley. El ser estúpido, ininteligente, incapaz de atención, disperso, no tiene derecho a una educación superior. Es un absurdo concederle el mismo poder electoral que al individuo completamente desarrollado. Los sexos no son iguales y es muy peligroso desconocer estas diferencias. El principio democrático ha contribuido a la desaparición de la civilización, impidiendo el desarrollo de la élite. Evidentemente, las desigualdades individuales deben ser respetadas. Existen, en la sociedad moderna, funciones apropiadas a los grandes, a los medianos y a los inferiores, pero es necesario formar individuos superiores, por medio de los mismos procedimientos que se forman los mediocres. Así, pues, la estandarización del ser humano por el ideal democrático, ha asegurado el predominio de los débiles. Estos son, en todos los dominios, preferidos a los fuertes. Son protegidos y ayudados, y a menudo admirados. Igualmente ocurre con los enfermos, los criminales y los locos, quienes atraen la simpatía del público. Es el mito de la igualdad, el amor del símbolo, el desdén del hecho concreto que, en gran medida, es culpable de la disolución del individuo. Como resultaba imposible levantar a los inferiores, el único medio de producir la igualdad entre los hombres era conducirlos a todos al nivel más bajo. Así ha desaparecido la fuerza de la personalidad. No sólo el concepto del individuo ha sido confundido con el del ser humano, sino que este último ha sido adulterado por la introducción de elementos extraños y privado de los suyos propios. Le hemos aplicado conceptos que pertenecen al mundo mecánico. Hemos ignorado el pensamiento, el sufrimiento moral, el sacrificio, la belleza y la paz. Hemos tratado al hombre como a una sustancia química, como a una máquina, como al rodaje de una máquina. Le hemos amputado sus actividades morales, estéticas y religiosas. Hemos suprimido igualmente algunos aspectos de sus actividades fisiológicas. No nos hemos preguntado cómo los tejidos y la conciencia se acomodarían a los cambios de alimentación y al modo de vida. Hemos abandonado totalmente el papel capital de las funciones de adaptación y la gravedad de la consecuencia de mantenerlas en reposo. Nuestra debilidad actual proviene, a la vez, del desconocimiento de la individualidad y de la ignorancia de la constitución del ser humano.


    Significado práctico del conocimiento de nosotros mismos.

    El hombre moderno es el resultado de su medio, de los hábitos de vida y de los pensamientos que la sociedad le ha impuesto. Ya sabemos cómo afectan estos hábitos nuestro cuerpo y nuestra conciencia. También sabemos al presente cuan imposible nos es acomodarnos sin degenerar al medio creado en torno nuestro por la tecnología. No es la ciencia la responsable de nuestro estado actual. Somos nosotros los culpables, porque no hemos sabido distinguir lo permitido de lo prohibido. Hemos hecho frente a las leyes naturales, cometiendo así el pecado supremo, el pecado que siempre y fatalmente es castigado. Los dogmas de la religión científica y de la moral industrial han caído ante la realidad biológica. La vida concede siempre la misma respuesta a los que le piden lo que está prohibido: los debilita. Y las civilizaciones se hunden. Las ciencias de la materia inerte nos han conducido a un país que no es el nuestro. Hemos aceptado ciegamente cuanto nos han ofrecido. El individuo se ha tornado estrecho, especializado, inmoral, ininteligente, incapaz de dirigirse a si mismo y de dirigir sus instituciones. Pero al mismo tiempo las ciencias biológicas nos han revelado el más precioso de los secretos: las leyes del desarrollo do nuestro cuerpo y de nuestra conciencia. Es este conocimiento que nos da el medio de renovarnos. En tanto que las cualidades de la raza se mantengan intactas, la fuerza y la audacia de nuestros antepasados podrá despertarse en los hombres modernos. Pero ¿serán éstos capaces de desearlo hasta conseguirlo?

¿Puede la ciencia del hombre conducir a su renovación?


    www.edicioneslaberinto.es/freud.htm

  • Capitulo VIII




  • La ciencia que ha transformado el mundo material, nos ha, dado el poder de transformarnos a nosotros mismos. Nos ha revelado el secreto de los mecanismos de nuestra vida, y nos ha enseñado cómo provocar, artificialmente, su actividad; cómo modelarnos según la forma que deseemos. Gracias al conocimiento de si misma, la humanidad, por primera vez desde el comienzo de su historia, ha llegado a ser árbitro de su destino. Pero ¿será, capaz de utilizar con provecho la fuerza ilimitada de la ciencia? Para crecer de nuevo se Encuentra obligada a rehacerse y no puede rehacerse sin dolor, porque es a la vez el mármol y el escultor. Porque debe, con su propia sustancia, y a martillazos, hacer volar las astillas excedentes, a fin de recobrar su rostro verdadero. Seguramente no se resignará, a esta operación, antes de verse constreñida a ella por la necesidad. Por el momento, no advierte su urgencia, en medio del confort, la belleza y las maravillas mecánicas que ha conseguido por medio de la tecnología. No se da cuenta de que degenera, y en tal caso ¿por qué se esforzaría en modificar su manera de ser, de vivir y de pensar?



  • Felizmente se ha producido un acontecimiento inesperado para los ingenieros, economistas y políticos. El magnífico edificio financiero y económico de los Estados Unidos se ha derrumbado. En los primeros momentos, el público no creyó en una catástrofe de tal magnitud. Su fe no alcanzó a conmoverse y escuchó dócilmente las explicaciones de los economistas. La prosperidad tenía que volver. Hoy, comienza a hacerse la duda en las cabezas más inteligentes del ganado. ¿Son únicamente económicas las causas de la crisis? ¿Son únicamente financieras? ¿No debemos culpar también a la corrupción y a la estupidez de los políticos y de los financistas, a la ignorancia y a la ilusión de los economistas? ¿No ha disminuido la vida moderna la inteligencia y la moralidad de toda la nación? ¿Por qué estamos obligados a pagar cada año varios miles de millones de dólares para combatir la criminalidad? ¿Por qué, a despecho de tan gigantescas sumas, los gangsters continúan atacando victoriosamente los bancos, matando agentes de policía, robando, exigiendo rescates y asesinando niños? ¿Por qué el número de los retardados mentales y de los locos es cada día mayor? ¿No depende acaso la crisis mundial de factores individuales y sociales de mayor importancia que los económicos? Acaso pueda afirmarse que el espectáculo de nuestra civilización, en este comienzo de su decadencia, nos fuerce a interrogarnos si la causa del mal no se encuentra en nosotros mismos, tanto como en nuestras instituciones. La renovación será posible sólo cuando nos demos cuenta, de su absoluta necesidad. Por el momento, el único obstáculo que puede elevarse ante nosotros, para evitarla, sería nuestra inercia y no la incapacidad de nuestra raza para alzarse de nuevo. Efectivamente, la crisis económica ha sobrevenido antes que nuestras cualidades ancestrales hayan sido por completo destruidas por la ociosidad la corrupción, y la vida blanda. Sabemos que la apatía intelectual, la inmoralidad y la criminalidad son, por lo general, caracteres que no se transmiten hereditariamente. La mayor parte de los niños, poseen, al nacer, las mismas potencialidades de sus padres, y para desarrollarlas, basta con desearlo. Tenemos a nuestra disposición, si queremos conseguirlo, las potencias todas de los métodos científicos, y hay todavía entre nosotros hombre capaces de utilizarlas con absoluto desinterés. La sociedad moderna no ha logrado ahogar aún todos los centros de cultura intelectual, valor moral, virtud y audacia. El fuego no se ha extinguido, luego el mal no es irreparable. Pero la renovación de los individuos exige que se renueve asimismo la vida moderna y esto es imposible sin llegar a una revolución. No basta, pues, con comprender la necesidad de un cambio total y poseer los medios científicos para realizarlo. Hace falta, también que el derrumbe espontáneo de la civilización tecnológica desencadene con su violencia el impulso necesario a un cambio tal.



  • ¿Pero tenemos aún la suficiente energía y clarividencia para tan gigantesco esfuerzo? A primera vista, no lo parece. El hombre moderno ha caído en una total indiferencia hacia todas las cosas, con excepción del dinero. Sin embargo, existe una razón para, tener esperanzas. Después de todo, las razas que han construido la civilización presente no se han extinguido. En el plasma germinativo de sus descendientes degenerados existen todavía las potencialidades ancestrales. Estas potencialidades permanecen susceptibles de actualizarse. Por cierto, los representantes de las razas enérgicas y nobles se encuentran ahogados por la multitud de proletarios cuya industria ha provocado de una manera ciega su desarrollo. Aunque estos representantes de la razas fuertes existan en pequeño número, esta insignificancia no sería un obstáculo para su éxito, desde el momento en que poseen en estado virtual una fuerza maravillosa. Es preciso recordar lo que hemos realizado desde la caída del imperio romano. En el pequeño territorio de los Estados del Oeste de Europa; en medio de incesantes combates, de hambres terribles y de epidemias, hemos logrado conservar, durante toda la Edad Media, los restos de la cultura antigua. En el curso de los largos siglos oscurantistas, nuestra sangre ha corrido en todas partes en defensa de la cristiandad contra nuestros enemigos del Norte, del Este y del Sur. Gracias s su esfuerzo inmenso, hemos logrado escapar al sueño del islamismo. En seguida se produjo un milagro: brotó la ciencia del espíritu de los hombres formados por la disciplina escolástica. Y, cosa más extraña aún, la ciencia ha sido cultivada por los hombres de Occidente, por ella, por su verdad, por su belleza, con un total desinterés. En vez de vegetar en el egoísmo individual, como acontece en Oriente y sobre todo en China, la ciencia ha transformado nuestro mundo en cuatrocientos años. Nuestros padres han realizado una obra única en la historia de la humanidad. Los hombres que en Europa y en América descienden de ellos, han olvidado la historia en su mayoría. Otro tanto ocurre con los que hoy aprovechan de la civilización material construida por nosotros, por ejemplo los blancos que antaño no combatieron en los campos de batalla de Europa, y los amarillos, y los cobrizos y los negros., que procedieron de la misma manera y cuya ola siempre creciente alarma acaso demasiado a Spengler. Lo que ya realizamos una vez, somos capaces de emprenderlo de nuevo. Si se derrumbase nuestra civilización, construiríamos otra, pero ¿es indispensable que atravesemos el caos para lograr el órden y la paz? ¿Será posible que nos levantemos otra vez antes de sufrir la prueba sangrienta de un trastorno completo? ¿Seremos capaces de reconstruirnos a nosotros mismos, de evitar cataclismos al parecer inminentes y de continuar nuestra ascensión?

Reorientar intelectual - El error del Renacimiento - La supremacía de la materia y del hombree

  • Transformando el pensamiento


  • No podemos emprender nuestra propia restauración y la de nuestro medio, antes de haber transformado nuestra manera de pensar. En efecto, la sociedad moderna ha sufrido desde su origen de una falla intelectual, falla que repetimos sin cesar desde la época del Renacimiento. La tecnología ha construido al hombre, no según el espíritu científico, sino según concepciones metafísicas erróneas. Ha llegado el momento de dejar de lado esas doctrinas. Es preciso que rompamos las barreras que se han elevado entre las propiedades de los objetos. El error que hoy padecemos consiste en una mala interpretación de las ideas geniales de Galileo. Galileo distinguió, como se sabe, las cualidades primarias de las cosas, dimensiones y pesos, que son susceptibles de ser medidos en sus cualidades secundarias, forma, color, olor, que no son mensurables. Lo cualitativo fue separado de lo cuantitativo. Lo cuantitativo, expresado en lenguaje matemático, nos trajo la ciencia. Lo cualitativo fue descuidado. La abstracción de las cualidades primarias de los objetos era legítimo, pero el olvido de las cualidades secundarias no lo era. Aquello tuvo graves consecuencias para nosotros, pues en el hombre lo que no se mide es más importante que lo que puede medirse. La existencia del pensamiento es tan fundamental como la de los equilibrios físico-químicos del suero sanguíneo. La separación de lo cualitativo y lo cuantitativo se hizo más profunda aún cuando Descartes creó la dualidad del cuerpo y del alma. Desde entonces las manifestaciones del espíritu se hicieron inexplicables. Lo material fue definitivamente aislado de lo espiritual. La estructura orgánica y los mecanismos fisiológicos adquirieron una realidad mucho mayor que el placer, el dolor, la belleza. Este error condujo a nuestra civilización por la ruta que llevó a la ciencia a la plenitud de su triunfo, y al hombre a su fracaso total.



  • A fin de enmendar nuestra dirección, debemos transportarnos con el pensamiento al medio en que vivían los hombres del Renacimiento, impregnamos de su espíritu, de su pasión por la observación empírica y de su desdén por los sistemas filosóficos. Como ellos, debemos distinguir las cualidades primarias y secundarias de las cosas, pero es preciso separarnos radicalmente de los mismos acordando a las cualidades secundarias la misma realidad que a las primarias. Arrojaremos también el dualismo de Descartes. El espíritu debe ser reintegrado en la materia. El alma no ha de parecernos diferente al cuerpo. Las manifestaciones mentales deben estar tan a nuestro alcance como las fisiológicas. Ciertamente, lo cualitativo es materia de estudio más difícil que lo cuantitativo. Los hechos concretos no satisfacen nuestro espíritu que ama el aspecto definitivo de las abstracciones. Pero la ciencia no debe ser cultivada sólo por sí misma, por la elegancia de sus métodos, por su claridad y su belleza. Tiene por objeto el beneficio material y espiritual del hombre. Debemos dar tanta importancia a los sentimientos como a la termodinámica. Es indispensable que nuestro pensamiento abarque todos los aspectos de la realidad. En lugar de abandonar los residuos de las abstracciones científicas, utilizaremos a la vez residuos y abstracciones. No aceptaremos la superioridad de lo cuantitativo, de la mecánica, de la física y de la química. Renunciaremos a la actitud intelectual engendrada por el Renacimiento y a la definición arbitraria que ése nos ha dado de lo real, pero conservaremos todas las conquistas que la humanidad ha hecho gracias a ella. El espíritu y las técnicas de la ciencia constituyen nuestro más preciado bien.



  • Será, difícil desembarazarnos de una doctrina que, durante más de trescientos años, ha dominado la inteligencia de los civilizados. La mayoría, de los sabios tiene fe en la realidad de los Universales, en el derecho exclusivo a existir de lo cuantitativo, en la primacía de la, materia, en la separación del espíritu del cuerpo y en la situación subordinada del espíritu. Estos no renegarán sus creencias con facilidad, pues un cambio tal conmovería hasta en sus cimientos la pedagogía, la medicina, la higiene, la psicología y la sociología. El jardincillo que cultiva cada cual fácilmente, se transformaría en una selva inextricable difícil de desenmarañar. Si la civilización científica abandonase el camino que sigue desde el Renacimiento hasta hoy, y retornase a la observación ingenua de lo concreto, se producirían en seguida los acontecimientos más extraños. La materia no primaría, las actividades mentales llegarían a ser tomadas igualmente en cuenta que las fisiológicas. El estudio de las funciones morales, estéticas y religiosas llegaría a sernos tan indispensable como el de las matemáticas, la física o la química. Los métodos actuales de educación nos parecerían absurdos. Escuelas y Universidades se verían forzadas a cambiar sus programas. Se preguntaría a los higienistas por qué se ocupan con exclusividad de la prevención de ]as enfermedades de los órganos y abandonan casi completamente las enfermedades mentales; por qué aíslan a las gentes atacadas de enfermedades infecciosas y no a las que contagian a los otros con sus enfermedades morales e intelectuales. Por qué son consideradas peligrosas las costumbres o hábitos que ocasionan enfermedades orgánicas, y no los que conducen a la corrupción, a la criminalidad y a la locura. El público rehusaría dejarse curar por médicos que no conocen sino una pequeña parte del cuerpo. Los patólogos tendrían que estudiar las lesiones del medio interior lo mismo que estudian las de los órganos. Estarían obligados a tener en cuenta la influencia de los estados mentales sobre la evolución de las enfermedades de los tejidos. Los economistas comprenderían por fin que los hombres sienten y sufren, y que no basta con darles trabajo y alimento, desde el punto en que tienen necesidades espirituales tan agudas como las fisiológicas. Comprenderían, asimismo, que las crisis económicas y financieras pueden tener un origen moral o intelectual. Dejaríamos de estar constreñidos a estimar como beneficios de la civilización moderna, las condiciones bárbaras de la vida de las grandes ciudades, la tiranía de la fábrica y de la oficina, el sacrificio de la dignidad moral al interés económico, y el del espíritu al dinero. Arrojaríamos lejos de nosotros las invenciones mecánicas que son perjudiciales para el desarrollo humano. El aspecto económico, no se nos aparecería como la razón primordial ante lo cual todo debe inclinarse. Es evidente que la liberación del prejuicio materialista, modificaría la mayor parte de las formas de la vida presente. Así, pues, la sociedad se opondrá con todas sus fuerzas a esta forma de progreso del pensamiento.



  • Por otra parte, también es importante que la falla del materialismo no conduzca a una reacción exageradamente espiritualista. Desde el momento en que la civilización científica y el culto de la materia no han triunfado, la tentación puede ser muy grande de lanzarse a elegir el culto opuesto, o sea del espíritu. La primacía de la psicología no sería menos peligrosa que la de la fisiología, la de la física y la de la química. Freud es más peligroso que los más extremados mecanicistas. Sería tan desastroso reducir el hombre a su aspecto mental, como lo sería el reducirlo a sus aspectos fisiológicos y físico-químicos. EI estudio de las propiedades físicas del suero sanguíneo, de sus equilibrios iónicos, de la permeabilidad del protoplasma, de la constitución química de los antígenos etc., no es menos indispensable que el de los sueños, los estados mediumínicos, los efectos psicológicos de la oración, la memoria de las palabras, etc. La substitución de lo material por lo espiritual, no corregiría el error cometido por el Renacimiento. La exclusión de la materia sería más nefasta aún que la del espíritu. La salud no se encontrará sino en el abandono de todas las doctrinas. En la plena aceptación de los datos de la observación positiva. En suma, ni la aceptación del hecho que el hombre no es ni más ni menos otra cosa que estos datos.

La aventura más bella y peligrosa es la renovación del hombre moderno

  • Construir una síntesís



  • Estos datos de que ya hemos hablado deben servir de base a la reconstrucción del hombre. Nuestro primer deber es hacerles útiles. Asistimos, desde hace años a los progresos de los eugenistas, de los genetistas, de los biometristas, de los estadísticos, de los behavioristas, de los fisiólogos, de los anatomistas, de los químicos-orgánicos, de los químicos-biológicos, de los físicos-químicos, de los psicólogos, de los médicos, de los endocrinólogos, de los higienistas, de los psiquiatras, de los criminalistas, de los educadores, de los pastores, de los economistas, de los sociólogos, etc. También sabemos cuán insignificantes son los resultados prácticos de sus investigaciones. Este gigantesco conjunto de conocimientos se encuentra diseminado en las revistas técnicas, en los tratados y en el cerebro de los sabios. Cada cual sólo posee un fragmento. Hace falta, ahora, reunir estas parcelas en un todo, y hacer vivir este todo en el espíritu de algunos individuos. Entonces, la ciencia del hombre llegará a ser fecunda.
    Esta tarea es difícil. ¿Cómo construir una síntesis? ¿En torno de qué aspecto de los seres humanos debe agruparse? ¿Cuál es la más importante de nuestras actividades? ¿La económica, la política, la social, la mental o la orgánica? ¿Qué ciencia debe crecer y absorber a las otras? Sin ninguna duda, nuestra reconstrucción y la de nuestro medio económico y social exige un conocimiento preciso de nuestro cuerpo y de nuestra alma, es decir, de la fisiología, de la psicología y de la patología. De todas las ciencias que se ocupan del hombre, desde la anatomía hasta la, economía política, la medicina es la más comprensiva. Sin embargo, está lejos de coger su objeto en toda su extensión. Se ha contentado hasta ahora con estudiar la estructura y las actividades del individuo en estado de salud y de enfermedad y de procurar sanar a los enfermos. Ha cumplido esta tarea con éxito muy modesto. Ha obtenido mayores triunfos, como se sabe, en la prevención de las enfermedades. Sin embargo, su papel en nuestra civilización ha seguido siendo secundario, excepto cuando, por medio de la higiene, ha ayudado a la industria a acrecentar la población. Se diría que sus propias doctrinas la han paralizado. Nada le impediría hoy desembarazarse de los sistemas de los cuales aún se vale y ayudarnos de manera más efectiva. Hace cerca de trescientos años, un filósofo que soñaba con consagrar su vida, concibió con la mayor claridad, las funciones de que era capaz. “El espíritu – escribía Descartes en el “Discurso del Método” – depende de tal manera del temperamento y de la disposición de los órganos del cuerpo, que es posible encontrar algún sistema que convierta a los hombres en más hábiles y mejores de lo que han sido hasta aquí, y creo que es en la medicina donde hay que buscarlo. Es verdad que la que se mantiene actual mente en uso contiene pocas cosas cuya utilidad sea notable, pero sin que esté en mi ánimo desdeñarla, podría asegurar que no existe nadie, ni siquiera los que de ella hacen una profesión, que no confiese que todo lo que de esta ciencia se sabe no es casi nada, junto a lo que resta por saber, y que se podrían eliminar una cantidad de enfermedades, tanto del cuerpo como del alma y quizás también el debilitamiento de la vejez, si se obtuviese una suma de los conocimientos de sus causas y de los remedios de que la naturaleza nos ha provisto”.



  • Gracias a la anatomía, a la fisiología, a la psicología, a la patología, la medicina posee las bases esenciales del conocimiento del hombre. Le sería fácil extender sus miradas y abrazar, además, el cuerpo y la conciencia juntamente con sus relaciones con el mundo material y mental, asociarse a la sociología y convertirse en la ciencia por excelencia del ser humano. Crecería no hasta el punto de curar o de prevenir las enfermedades, sino hasta el extremo de dirigir todas nuestras actividades orgánicas, mentales y sociales. Comprendida así, nos permitiría construir al individuo según las reglas de su propia naturaleza. Sería la inspiradora de los que han tomado sobre si la tarea de conducir a la humanidad a una civilización verdadera. Hoy día, la educación, la higiene, la religión, la construcción de ciudades, la organización política, económica y social de la nación se encuentran confiadas a personas que conocen sólo un aspecto del hombre. Parecería insensato reemplazar a los ingenieros de las fábricas de metalurgia, o de productos químicos, por políticos, juristas, profesores o filósofos. Sin embargo, es a tales personas a quienes se permite tomar la dirección infinitamente más difícil de la formación fisiológica y mental de los hombres civilizados y aún del gobierno de las grandes naciones. La medicina, desarrollada más allá de la concepción de Descartes, ha llegado a ser la ciencia del hombre, y podría proveer a la sociedad moderna de ingenieros que conociesen los mecanismos del ser humano y sus relaciones con el mundo exterior.



  • Esta superciencia no podrá ser utilizada si no anima nuestra inteligencia en lugar de permanecer encerrada en las bibliotecas. Pero, ¿puede un cerebro humano asimilar una cantidad tan enorme de conocimientos? ¿Existen hombres capaces de conocer bien la anatomía, la fisiología, la química, la psicología, la patología, la medicina, y de conocer al mismo tiempo las nociones profundas de la genética, de la química alimenticia, de la pedagogía, de la estética, de la moral, de la religión, de la economía política y social? Yo creo que podría responderse afirmativamente a esta pregunta . La adquisición de todas estas ciencias no es imposible a un espíritu vigoroso. Exigiría alrededor de veinticinco años de estudios ininterrumpidos. A los cincuenta años, aquellos que tuvieran el valor de someterse a esta disciplina, se encontrarían capaces probablemente de dirigir la construcción de los seres humanos, y de una civilización hecha realmente para ellos. A la verdad, será necesario que estos sabios renuncien a las costumbres ordinarias de la existencia, quizás al matrimonio, a la familia. No podrían jugar al golf, ni al bridge, ni acudir al cine, ni escuchar los programas de las radios, ni pronunciar discursos en los banquetes, ni ser miembros de comités determinados, ni asistir a sesiones de las sociedades científicas o de partidos políticos, o de las Academias, ni atravesaría el Océano para formar parte en los Congresos Internacionales. Sería necesario que vivieran como los monjes de las grandes órdenes contemplativas. No como profesores de universidades, y menos aún como lo hacen los hombres de negocio modernos. En el curso de la historia de las grandes naciones muchos individuos se han sacrificado por la salud de su país. El sacrificio parece una condición necesaria en la vida. Hoy como ayer, los hombres se encuentran dispuestos al supremo renunciamiento. Si las multitudes que habitan las ciudades indefensas a la. orilla del Océano se encontrasen amenazadas por los explosivos y los gases, ningún aviador militar trepidaría en lanzarse, él, su aparato y sus bombas, sobre los invasores. ¿Por qué, entonces, algunos individuos no sacrificarían su vicia por adquirir la ciencia indispensable a la reconstrucción del ser humano civilizado y de su medio? Ciertamente, esta tarea es dura en extremo, pero existen espíritus capaces de emprenderla. La debilidad de los sabios que se encuentran a veces en universidades y laboratorios, proviene de la mediocridad de su fin. De la estrechez de su vida. Los hombres crecen cuando se encuentran inspirados por un alto ideal, cuando contemplan vastos horizontes. El sacrificio de si mismo no es difícil, cuando se arde en la pasión de una gran aventura.

Las Instituciones adecuadas en la renovación del hombre


  • Según las leyes naturales

  • La renovación del hombre exige que su espíritu y su cuerpo puedan desarrollarse según las leyes naturales y no según las teorías de las distintas escuelas. Es preciso que se libere desde su infancia de los dogmas de la civilización industrial y de los principios que forman la base de la sociedad moderna. Para representar su papel constructivo, la ciencia del hombre no necesita instituciones costosas y numerosas. De hecho, podría utilizar las que ya existen, siempre que éstas se rejuvenecieran. El éxito de una empresa tal lo determinará en algunos países la actitud del gobierno, y, en otros, la del público. En Italia, Alemania o Rusia, si el dictador juzgase útil formar niños según un tipo determinado, modificar de cierta manera a los adultos y su modo de vida, las instituciones adecuadas surgirían en el acto. En las democracias, el progreso debe venir de la iniciativa privada. Cuando el público se dé cuenta más clara del fracaso de nuestras creencias pedagógicas, médicas, económicas y sociales, se preguntará quizás cómo remediar esta situación.



  • En tiempos pasados han sido los individuos que vivieron aislados quienes han provocado el impulso de la religión, de la ciencia y de la educación. Por ejemplo, el desarrollo de la higiene en los Estados Unidos se ha debido por entero a la inspiración de algunos hombres. Hermann Biggs es quien ha convertido a Nueva York en una de las ciudades más sanas del mundo. Fue un grupo de jóvenes desconocidos quienes, bajo la dirección de Welch, fundaron la “John Hopkins Medical School”, determinando los sorprendentes progresos de la patología, de la cirugía y de la higiene en los Estados Unidos. Cuando nació la bacteriología del cerebro de Pasteur, el Instituto Pasteur fue creado en París por una suscripción nacional. Al “Rockefeller Institute for Medical Research” lo fundó en Nueva York John D. Rockefeller, porque la necesidad de los nuevos descubrimientos en el dominio de medicina se había hecho evidente para Welch, para Theobald Smith, para Mitchell Prudden, para Simon Flexner, para Christian Herter y para multitud de otros sabios. En muchas universidades americanas fueron también ciudadanos particulares quienes establecieron laboratorios de investigaciones destinados a hacer progresar la fisiología, la criminología, la química de la nutrición, etc. Las grandes fundaciones Carnegie y Rockefeller se inspiraron en ideas más generales. Aumentar la instrucción del público, levantar el nivel científico de las universidades, promover la paz entre las naciones, prevenir las enfermedades infecciosas, mejorar la salud y el bienestar de todos, gracias a los métodos científicos, siempre es el convencimiento de la existencia de una necesidad lo que determina estos movimientos. EI Estado no intervino en sus comienzos, pero más tarde las instituciones privadas trajeron consigo el progreso de las instituciones públicas. En Francia, por ejemplo, la enseñanza de la bacteriología fue dada primeramente en el Instituto Pasteur. En seguida todas las universidades del Estado instituyeron cátedras y laboratorios de bacteriología.



  • No acontecerá probablemente lo mismo con las instituciones necesarias a la restauración del hombre Un día, sin duda, algún “College”, alguna Universidad, o alguna escuela de medicina, comprenderá su importancia. Ha habido veleidades en los esfuerzos a este respecto. La Universidad de Yale ha creado, como sabemos, un Instituto para el estudio de las relaciones humanas. Por otra parte la fundación Macy ha sido establecida con el fin de estudiar al hombre sano y enfermo y de integrar los conocimientos que poseernos a su respecto. En Génova, Nicola Pende ha formado un Instituto para el mejoramiento físico, moral e intelectual del individuo. Muchas personas comienzan a sentir la necesidad de una comprensión más amplia del ser humano, pero este sentimiento no ha sido formulado en parte alguna de manera tan clara como en Italia. Las organizaciones ya existentes deben sufrir ciertas modificaciones a fin de prestar utilidad. Es preciso, por ejemplo, que eliminen el resto del mecanismo estrecho del pasado siglo, y que comprendan la necesidad de una clarificación de los conceptos empleados en biología, la necesidad de la reintegración de las partes en el todo y la formación de sabios verdaderos al mismo tiempo que de trabajadores científicos. Es preciso también que la aplicación al hombre de los resultados de cada ciencia, desde la química de la nutrición hasta la economía política, sea confiada, no a especialistas de los cuales depende el progreso de las ciencias particulares, sino a aquellos que las conocen todas. Los especialistas deben ser los instrumentos de un espíritu sintético. Y serán utilizados por él de la misma manera que el profesor de medicina de una gran Universidad utiliza en los laboratorios de su clínica, los servicios de los patólogos, de los bacteriólogos, de los fisiólogos, de los químicos y de los físicos. No confía ni a unos ni a otros de estos sabios la dirección del estudio y del tratamiento de sus enfermos. Un economista, un endocrinólogo, un psicoanalista, un químico biólogo, ignoran igualmente al hombre. No se puede depositar confianza sino en lo que respecta a los límites de su propio dominio.



  • No debemos olvidar que nuestros conocimientos son aún rudimentarios y que la mayoría de los grandes problemas mencionados al comienzo de este libro aguardan aún su solución. Sin embargo, las interrogaciones que interesan a centenares de millones de individuos y al porvenir de la civilización, no pueden dejarse sin respuesta. Estas respuestas deben elaborarse en institutos de investigaciones consagrados a la ciencia del hombre. Hasta el presente nuestros laboratorios biológicos y médicos han inclinado sus actividades hacia la prosecución de la salud, hacia el descubrimiento de los mecanismos químicos y físico-químicos que son la base de los fenómenos fisiológicos. El Instituto Pasteur ha seguido con gran éxito la vía abierta por su fundador. Bajo la dirección de Duclaux y de Roux se ha especializado en el estudio de las bacterias y de los virus y en los medios de proteger a los seres humanos contra sus ataques; en el descubrimiento de los bacilos, de los sueros, de las sustancias químicas capaces de prevenir y curar las enfermedades. El Instituto Rockefeller ha emprendido la exploración de un campo aún mas vasto. Al mismo tiempo que los agentes productores de las enfermedades y sus efectos sobre los animales y los hombres, se analizan las actividades físicas, químicas, físico-químicas y fisiológicas manifestadas por el cuerpo. En los laboratorios del porvenir, estas investigaciones irán mucho más lejos. El hombre entero pertenece al dominio de la investigación biológica. Indudablemente, cada especialista debe continuar en libertad la exploración de su propio distrito. Pero importa que ningún aspecto importante del ser permanezca ignorado. El método empleado por Simon Flexner en la dirección del Instituto Rockefeller podría extenderse con provecho a los institutos biológicos y médicos del mañana. En el Instituto Rockefeller la materia viviente se estudia de manera muy comprensiva, desde la estructura de las moléculas hasta la del cuerpo humano. Sin embargo, en la organización de estas vastas investigaciones, Flexner no impone programa alguno a los miembros del Instituto. Se contenta con elegir sabios que experimenten una inclinación material por la exploración de estos diferentes territorios. Por un procedimiento análogo podrían organizarse laboratorios destinados al estudio de todas las actividades psicológicas y sociales del hombre, tanto como de sus funciones quirúrgicas y orgánicas. Las instituciones biológicas del porvenir, a fin de ser fecundas, deberán guardarse de la confusión de conceptos que hemos señalado como causas de la esterilidad de las investigaciones médicas. La ciencia suprema, la psicología, necesita de los métodos y conceptos de la fisiología, de la anatomía, de la mecánica, de la química, de la químico-física, de la física y de las matemáticas; es decir, de todas las ciencias que ocupan un rango inferior al suyo en la jerarquía de nuestros conocimientos. Sabemos que los conceptos de una ciencia de un rango más elevado, no pueden reducirse a los de una ciencia de un rango menos elevado; que los fenómenos macroscópicos no son menos fundamentales que los fenómenos microscópicos ; que los acontecimientos psicológicos son tan reales como los físico-químicos. Sin embargo los biólogos experimentan a menudo la tentación de retornar a las concepciones mecanicistas del siglo XIX, porque son cómodas. Evitamos así el abordar asuntos verdaderamente difíciles. Las ciencias de la materia inerte son indispensables para el estudio del organismo vivo. Resultan tan indispensables para el fisiólogo, como el conocimiento de la lectura y la escritura para el historiador. Pero son las técnicas y no los conceptos de estas ciencias las aplicables al hombre. El objetivo de los biólogos es el organismo vivo, y no modelos o sistemas artificialmente aislados. La fisiología general, como la entendía Bayliss es una parte pequeña de la fisiología. Los fenómenos orgánicos y mentales no pueden ser abandonados. Sabemos que la solución de los problemas humanos es lenta y que, en consecuencia, exige la vida de muchas generaciones de sabios. Hace falta, pues, una institución capaz de dirigir de manera ininterrumpida las investigaciones de las cuales depende el porvenir de nuestra civilización. Debemos procurar encontrar el medio de dar a la humanidad una especie de alma, de cerebro inmortal, que integrase sus esfuerzos y diese un fin a su marcha errante. La creación de tal institución constituiría un acontecimiento de gran importancia social. Este centro de ideas estaría compuesto, como la Corte Suprema de los Estados Unidos, de un número muy pequeño de hombres. Se perpetuaría indefinidamente, y sus ideas permanecerían siempre jóvenes. Los jefes democráticos, como los dictadores, podrían extraer de esta fuente de verdad científica las informaciones de las cuales necesitan para desarrollar una civilización realmente humana.



  • Los miembros de este elevado consejo se mantendrían libres de toda investigación y de toda enseñanza. No pronunciarían discursos, ni publicarían libros. Se contentarían con contemplar los fenómenos económicos, sociales, psicológicos, fisiológicos y patológicos, manifestados por las naciones civilizadas y los individuos que las constituyen. Seguirían con atención la marcha de la ciencia y la influencia de sus aplicaciones sobre nuestros hábitos de vida. Procurarían descubrir cómo modelar la civilización moderna sobre el hombre sin ahogar sus cualidades esenciales. Su meditación silenciosa protegería a los habitantes de la Ciudad Nueva contra las invenciones mecánicas que son peligrosas para sus tejidos o para su espíritu, contra las adulteraciones de pensamiento de la educación, de la nutrición, de la moral, de la sociología; contra todos los progresos inspirados, no por las necesidades del público, sino por el interés personal o las ilusiones de sus inventores. Impediría el deterioro orgánico y mental de la nación. A estos sabios habría que colocarles en su posición tan elevada, tan libre de intrigas políticas y de publicidad, como lo están los miembros de la Corte Suprema. A la verdad, su importancia sería mucho mayor aún que la de los juristas encargados de velar sobre la Constitución, porque tendrían la salvaguarda del cuerpo y del alma, de una gran raza en su lucha trágica contra las ciencias ciegas de la materia.

La restaauración del hombre deba ser iniciada dentro de las actuales circustancias del mundo

  • Según las leyes naturales
  • Se trata de sacar al hombre del estado de disminución intelectual, moral y fisiológica producido por las condiciones modernas de la vida, de desarrollar en él todas sus actividades virtuales, de darle la salud, de restituirle, por una parte, su unidad, y por otra, su personalidad, de hacerle crecer tanto cuanto permiten las cualidades hereditarias de sus tejidos y de su conciencia, de romper los moldes en los cuales la educación y la sociedad han conseguido encerrarle. Para llegar a este resultado, debemos intervenir en los procesos orgánicos y mentales que constituyen el individuo. Éste se halla ligado estrechamente a su medio ambiente y, en realidad, no tiene existencia autónoma. No podremos renovarlo sino en la medida en que transformemos el mundo que le rodea.

  • Debemos, pues, rehacer nuestro marco material y mental, pero las formas de la sociedad son rígidas. No podemos, actualmente, cambiarlas; y sin embargo, la restauración del hombre debe ser iniciada inmediatamente, en las actuales condiciones de la vida. Cada uno de nosotros puede modificar su modo de existencia, crear su propio medio en la multitud no pensante, imponerle una determinada disciplina fisiológica y mental, algunos trabajos, algunos hábitos, hacerse dueño de si mismo. Está, aislado, le es casi imposible resistir a su ámbito material, mental y económico. Para combatir victoriosamente este ámbito, debe asociarse con otros individuos en el mismo ideal. Las revoluciones se engendran a menudo por pequeños grupos en los cuales fermentan y se gestan las nuevas tendencias ; grupos semejantes son los que, durante el siglo XVIII, prepararon en Francia la caída de la monarquía. La Revolución Francesa fue hecha por los enciclopedistas más que por los jacobinos. Hoy día los principios de la civilización industrial deben ser combatidos por nosotros con el mismo encarnizamiento que el antiguo régimen por los enciclopedistas; pero la lucha será más dura porque los modos de existencia, proporcionados por la tecnología son tan agradables como el opio, el alcohol y la cocaína. Los individuos animados del espíritu de rebelión estarán obligados a asociarse, a organizarse, a sostenerse mutuamente. Pero ¿cómo proteger a los niños contra las costumbres de la Ciudad Nueva? Éstos siguen necesariamente los ejemplos de sus compañeros, y aceptan las supersticiones corrientes de orden médico, pedagógico y social, aun cuando se han emancipado de ellas por padres inteligentes.
  • En las escuelas, todos están obligados a conformarse a los hábitos del común. La renovación del individuo pide pues afiliarse a un grupo suficientemente numeroso para aislarse de la multitud, para imponerse las reglas necesarias, para poseer sus propias escuelas. Cuando esos grupos y esas escuelas existan, acaso algunas universidades abandonarán las formas ortodoxas de la educación y decidirán preparar a los jóvenes para la vida de mañana por disciplinas conformes a su verdadera naturaleza.
    Un grupo, aunque pequeño, es susceptible de escapar a la influencia nefasta de la sociedad de su época por el establecimiento entre sus miembros de una regla semejante a la disciplina militar o monástica. Este medio no es nuevo.
  • La humanidad ha atravesado ya períodos en que comunidades de hombres o de mujeres, con tal de alcanzar cierto ideal, debieron imponerse normas de conducta muy diferentes de las costumbres comunes. Nuestra civilización se desarrolló durante la Edad Media gracias a grupos de esa especie, como las órdenes monásticas, las de caballería y las corporaciones de artesanos. Entre las órdenes religiosas, unas se aislaron en los monasterios, las otras permanecieren en el mundo. Pero todas se sometieron a una estricta disciplina fisiológica y mental. Los caballeros tenían reglas que variaban según las diferentes órdenes, y estas reglas les imponían, en ciertas circunstancias, el sacrificio de la vida. En cuanto a los artesanos, sus relaciones entre ellos y con el público estaban determinadas por una minuciosa legislación. Los miembros de cada corporación tenían trajes, ceremonias y fiestas religiosas; en suma, esos hombres abandonaban más o menos las formas ordinarias de la existencia. ¿No somos capaces de repetir, en forma diferente, lo que hicieron los frailes, los caballeros y los artesanos de la Edad Media? Dos condiciones esenciales del progreso del individuo son el aislamiento y la disciplina. Hoy en día, todo individuo puede, aun en el tumulto de las grandes ciudades, someterse a esas condiciones. Es libre de escoger sus amigos, de no ir al teatro, al cine, de no escuchar los programas de radio, de no leer ciertos diarios y ciertos libros, de no enviar a sus hijos a ciertas escuelas, etc. Pero sobre todo por una regla intelectual, moral y religiosa y por rechazo para adoptar las costumbres de la multitud, seremos capaces de reconstruirnos. Los grupos suficientemente numerosos serían capaces de darse una vida todavía más personal. Los Dukobors del Canadá nos han enseñado cuánta independencia pueden mantener, aun en nuestra época, cuando la voluntad es suficientemente fuerte.No habría necesidad de un grupo disidente demasiado numeroso para cambiar profundamente la sociedad moderna. Es un dato de antigua observación que la disciplina da a los hombres una fuerza grande: una minoría ascética y mística adquiriría rápidamente un poder irresistible en la mayoría gozadora y ciega. Ella sería capaz, por la persuasión o acaso por la fuerza, de imponerle otras formas de vida. Ninguno de los dogmas de la sociedad moderna es indestructible. Ni las usinas gigantescas, ni los edificios comerciales que suben hasta las nubes, ni las grandes ciudades asesinas, ni la moral industrial ni la mística de la producción son necesarios a nuestro progreso. Otros modos de existencia y de civilización son posibles: la cultura sin la comodidad, la belleza sin el lujo, la máquina sin la esclavitud fabril, la ciencia sin el culto de la materia, permitirían a los hombres desarrollarse indefinidamente, preservando su inteligencia, su espíritu moral y su virilidad.

Selección de los individuos. — Las clases biológicas y sociales.entre los hombres civilizados


  • Desarrollar a los fuertes


  • Es necesario hacer una selección entre la multitud de los hombres civilizados. Sabemos que la selección natural no ha obrado desde hace largo tiempo, que muchos individuos inferiores han sido conservados gracias a los esfuerzos de la higiene y de la medicina y que su multiplicación ha sido perjudicial a la raza humana. Pero no podemos prevenir la reproducción de los débiles que no son ni locos ni criminales, ni suprimir a los niños de mala calidad como se destruye, en una camada de perros recién nacidos, a los que presentan defectos. Hay un solo medio de impedir el predominio desastroso de los débiles, y es desarrollar a los fuertes. La inutilidad de nuestros esfuerzos para mejorar a los individuos de mala calidad se ha hecho evidente; vale más hacer crecer a los que son de buena calidad. Fortificando a los fuertes se llevará una ayuda efectiva a los inferiores. La multitud aprovechará siempre de las ideas, las invenciones de los escogidos y de las instituciones creadas por ellos. En lugar de nivelar, como hacemos hoy, las desigualdades orgánicas y mentales, las exageraremos y nos haremos hombres más grandes. Es preciso abandonar la peligrosa idea de restringir a los fuertes, de elevar a los débiles y de hacer de este modo pulular a los mediocres.



  • Debemos buscar entre los niños aquellos que poseen altas potencialidades, y desarrollarlos tan completamente como sea posible, y dar en esta forma a la nación una aristocracia no hereditaria. Niños así se encuentran en todas las clases de la sociedad, aunque los hombres distinguidos aparezcan más frecuentemente en las familias inteligentes que en las otras. Los descendientes de los hombres que han fundado la civilización norteamericana han conservado a menudo sus cualidades anteriores. Estas se esconden generalmente bajo el aspecto de la degeneración, y ésta procede de la educación, de la ociosidad, de la falta de responsabilidad y de disciplina moral. Los hijos de hombres muy ricos, como los de los criminales, deben ser sustraídos, desde su edad más primitiva, al medio que los corrompe y, separados de sus familias, serán capaces de manifestar su fuerza hereditaria. En todas las familias aristocráticas de Europa existen individuos de gran vitalidad. En Francia, en Inglaterra, en Alemania, los descendientes de los cruzados y de los barones feudales se encuentran todavía en gran número. Las leyes de la genética nos indican la posibilidad de que entre ellos aparezcan seres aventureros e intrépidos; es probable también que la línea de los criminales que han tenido imaginación, audacia y juicio, la de los héroes de la Revolución Francesa y de la Rusa y la de los magnates de la finanza y de la industria sea utilizable en la construcción de una élite emprendedora. La criminalidad, como se sabe, no es hereditaria, si no está unida a la debilidad de espíritu o a otros defectos mentales o cerebrales. Rara vez se encuentran altas potencialidades entre los hijos de gentes razonables, inteligentes, serias, que no han tenido éxito en su carrera, han hecho malos negocios o han vegetado toda su vida en situaciones inferiores. Estas potencialidades están ausentes por lo general en las familias de campesinos que viven desde siglos en la misma granja. Sin embargo, de tales medios surgen a veces artistas, poetas, aventureros, santos. Una familia de Nueva York, cuyos miembros son conocidos por sus brillantes cualidades, procede de campesinos que cultivaron el mismo trozo de tierra en el sur de Francia desde la época de Carlomagno hasta la de Napoleón.



  • La fuerza y el talento pueden aparecer bruscamente en familias en las cuales nunca se han mostrado antes; en el hombre, lo mismo que en los otros animales y en las plantas, se producen mutaciones. Aun entre los proletarios se hallan individuos capaces de alto desarrollo, pero este fenómeno es poco frecuente. En efecto, la repartición de la población de un país en diferentes clases no es el efecto del azar ni de convenciones sociales: ella tiene una base biológica profunda. Porque depende de las propiedades fisiológicas y mentales de los individuos. En países libres, tales como los Estados Unidos y Francia, cada uno ha tenido, en el pasado, libertad de elevarse al sitio que era capaz de conquistar. Los que hoy son proletarios deben su situación a defectos hereditarios de su cuerpo y de su espíritu. Lo mismo, los campesinos han permanecido voluntariamente ligados al suelo desde la Edad Media, porque poseen la valentía, el juicio, la resistencia, la falta de imaginación y de audacia que los hacen aptos a ese género de vida. Los antepasados de esos cultivadores desconocidos, amantes apasionados de la tierra, soldados anónimos, indestructible armazón de las naciones de Europa, fueron, a pesar de sus grandes cualidades, de una constitución orgánica y mental más débil que la de los señores medioevales que conquistaron la tierra y la defendieron contra todos los invasores. Los primeros han nacido siervos; los segundos, reyes. Hoy en día es indispensable que las clases sociales sean cada vez clases biológicas. Los individuos deben subir o descender al nivel al cual los destina la calidad de sus tejidos y de su alma. Es preciso facilitar la ascensión de los que tienen los mejores órganos y el mejor espíritu; es preciso que cada uno ocupe su sitio natural. Los pueblos modernos pueden salvarse por el desarrollo de los fuertes, no por la protección de los débiles.

Tres métodos diferentes para desarrollar las potencialidades del cuerpo y del alma


  • Agentes físicos y quimicos


  • Aunque nuestro conocimiento del hombre sea todavía muy incompleto, nos da la capacidad para intervenir en la formación de su cuerpo y de su alma, para ayudarle a desarrollar todas sus potencialidades, y para modelarle según nuestros deseos, siempre que éstos no se alejen de las leyes naturales. Tenemos a nuestra disposición tres métodos diferentes. El primero consiste en hacer penetrar en el organismo sustancias químicas susceptibles de modificar la constitución de los tejidos, de los humores y de las glándulas, y las actividades mentales. El segundo, en poner a prueba por medio de modificaciones apropiadas del medio exterior, los mecanismos de la adaptación, reguladores de todas las actividades del cuerpo y de la conciencia. El tercero, en provocar estados mentales que favorezcan el desarrollo orgánico o determinen al individuo a construirse por sí mismo.. Estos métodos utilizan instrumentos de naturaleza física, química, fisiológica y psicológica. El manejo de esos instrumentos es difícil e incierto. Sus efectos, no se limitan a una sola parte del organismo, y se extienden a todos los sistemas. Actúan lentamente, aún durante la infancia y la juventud, y marcan al individuo con una impronta definitiva .



  • Los factores químicos y físicos del medio exterior, como se sabe, son capaces de modificar profundamente los tejidos y el espíritu. Para hacer a los hombres resistentes y osados, es preciso utilizar los largos inviernos de las montañas, los países de estaciones alternativamente ardientes y heladas, aquellos donde hay nieblas frías y poca luz, que están barridos por todos los huracanes y cuya tierra es pobre y está cubierta de rocas. En tales regiones se podrían colocar las escuelas destinadas a la formación de una élite dura y ardiente, y no en los países del Sur europeo, donde el sol siempre brilla y cuya temperatura es caliente e igual. La Riviera y la Florida (en los Estados Unidos) no convienen sino a los degenerados, a los enfermos, a los viejos y a los individuos normales que necesitan descansar durante un corto período. La energía moral, el equilibrio nervioso, la resistencia orgánica aumentan entre las personas expuestas a alternativas de calor y de frío, de sequedad y de humedad, de sol violento, de lluvia y de nieve, de viento y de niebla, en una palabra, a las intemperies ordinarias de las regiones septentrionales. La brutalidad del clima de la América del Norte, donde bajo el sol de España hay inviernos escandinavos, ha sido posiblemente una de las causas de la legendaria fuerza y de la intrepidez del yanqui de otros tiempos. Estos factores han perdido casi enteramente su eficacia, desde que los hombres se protegen contra la dureza del clima por la comodidad de sus casas y el sedentarismo de su vida.



  • Conocemos mal todavía el efecto de las sustancias químicas contenidas en los alimentos sobre las actividades fisiológicas y mentales. La opinión de los médicos en esta materia no tiene sino un valor muy débil, puesto que ellos no han hecho nunca experiencias bastante prolongadas en los seres humanos, para conocer la influencia de una alimentación determinada. Pero sabemos que, en el pasado, los hombres de nuestra raza que dominaron a sus grupos por la inteligencia, la brutalidad y el valor, se alimentaban sobre todo de carne, de harinas gruesas y de alcohol. Nuevas experiencias se necesitan para precisar la influencia de esos factores. Parece que por el tipo de la alimentación, por su cantidad y su calidad, se puede alcanzar tanto al cuerpo como al espíritu. Es probable que a aquellos cuyo destino es crear, emprender y mandar, la alimentación de los trabajadores manuales no les conviene, ni tampoco la de los monjes contemplativos que, viviendo en la paz de sus monasterios, tratan de ahogar en ellos las pasiones del siglo. Debemos descubrir cuál alimentación es preciso dar a los hombres modernos que vegetan en las oficinas y en las fábricas. Puede ser que resulte indispensable disminuir su sedentarismo, a fin de que no tomen los defectos de los animales domésticos.Ciertamente, no podríamos alimentarlos como a nuestros antepasadoscuya vida fue una lucha perpetua contra las cosas, los animales y sus semejantes. Pero no es con ayuda de vitaminas y de frutas con lo que se les mejorará: estas sustancias siempre se han encontrado en abundancia en la leche, la mantequilla, los cereales y las legumbres. Sin embargo, las poblaciones que ingieren tales aumentos no han manifestado hasta ahora cualidades excepcionales. Lo mismo pasa en los laboratorios con los animales sometidos a una alimentación teóricamente excelente. Necesitamos sustancias que sin aumentar el volumen del esqueleto y su peso, produzcan la liviandad y la fuerza de los músculos, la resistencia nerviosa, la agilidad espiritual. Un día, acaso, algún sabio encontrará el medio de producir grandes hombres con ayuda de niños corrientes, como las abejas transforman una larva común en reina con ayuda de alimentos que saben prepararle. Pero es probable que ningún factor físico o químico, por sí solo, haga progresar mucho al individuo: es un conjunto de variadas condiciones el que determina la superioridad de las formas orgánicas y mentales.

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