Selección de los individuos. — Las clases biológicas y sociales.entre los hombres civilizados
Desarrollar a los fuertes
Es necesario hacer una selección entre la multitud de los hombres civilizados. Sabemos que la selección natural no ha obrado desde hace largo tiempo, que muchos individuos inferiores han sido conservados gracias a los esfuerzos de la higiene y de la medicina y que su multiplicación ha sido perjudicial a la raza humana. Pero no podemos prevenir la reproducción de los débiles que no son ni locos ni criminales, ni suprimir a los niños de mala calidad como se destruye, en una camada de perros recién nacidos, a los que presentan defectos. Hay un solo medio de impedir el predominio desastroso de los débiles, y es desarrollar a los fuertes. La inutilidad de nuestros esfuerzos para mejorar a los individuos de mala calidad se ha hecho evidente; vale más hacer crecer a los que son de buena calidad. Fortificando a los fuertes se llevará una ayuda efectiva a los inferiores. La multitud aprovechará siempre de las ideas, las invenciones de los escogidos y de las instituciones creadas por ellos. En lugar de nivelar, como hacemos hoy, las desigualdades orgánicas y mentales, las exageraremos y nos haremos hombres más grandes. Es preciso abandonar la peligrosa idea de restringir a los fuertes, de elevar a los débiles y de hacer de este modo pulular a los mediocres.
Debemos buscar entre los niños aquellos que poseen altas potencialidades, y desarrollarlos tan completamente como sea posible, y dar en esta forma a la nación una aristocracia no hereditaria. Niños así se encuentran en todas las clases de la sociedad, aunque los hombres distinguidos aparezcan más frecuentemente en las familias inteligentes que en las otras. Los descendientes de los hombres que han fundado la civilización norteamericana han conservado a menudo sus cualidades anteriores. Estas se esconden generalmente bajo el aspecto de la degeneración, y ésta procede de la educación, de la ociosidad, de la falta de responsabilidad y de disciplina moral. Los hijos de hombres muy ricos, como los de los criminales, deben ser sustraídos, desde su edad más primitiva, al medio que los corrompe y, separados de sus familias, serán capaces de manifestar su fuerza hereditaria. En todas las familias aristocráticas de Europa existen individuos de gran vitalidad. En Francia, en Inglaterra, en Alemania, los descendientes de los cruzados y de los barones feudales se encuentran todavía en gran número. Las leyes de la genética nos indican la posibilidad de que entre ellos aparezcan seres aventureros e intrépidos; es probable también que la línea de los criminales que han tenido imaginación, audacia y juicio, la de los héroes de la Revolución Francesa y de la Rusa y la de los magnates de la finanza y de la industria sea utilizable en la construcción de una élite emprendedora. La criminalidad, como se sabe, no es hereditaria, si no está unida a la debilidad de espíritu o a otros defectos mentales o cerebrales. Rara vez se encuentran altas potencialidades entre los hijos de gentes razonables, inteligentes, serias, que no han tenido éxito en su carrera, han hecho malos negocios o han vegetado toda su vida en situaciones inferiores. Estas potencialidades están ausentes por lo general en las familias de campesinos que viven desde siglos en la misma granja. Sin embargo, de tales medios surgen a veces artistas, poetas, aventureros, santos. Una familia de Nueva York, cuyos miembros son conocidos por sus brillantes cualidades, procede de campesinos que cultivaron el mismo trozo de tierra en el sur de Francia desde la época de Carlomagno hasta la de Napoleón.
La fuerza y el talento pueden aparecer bruscamente en familias en las cuales nunca se han mostrado antes; en el hombre, lo mismo que en los otros animales y en las plantas, se producen mutaciones. Aun entre los proletarios se hallan individuos capaces de alto desarrollo, pero este fenómeno es poco frecuente. En efecto, la repartición de la población de un país en diferentes clases no es el efecto del azar ni de convenciones sociales: ella tiene una base biológica profunda. Porque depende de las propiedades fisiológicas y mentales de los individuos. En países libres, tales como los Estados Unidos y Francia, cada uno ha tenido, en el pasado, libertad de elevarse al sitio que era capaz de conquistar. Los que hoy son proletarios deben su situación a defectos hereditarios de su cuerpo y de su espíritu. Lo mismo, los campesinos han permanecido voluntariamente ligados al suelo desde la Edad Media, porque poseen la valentía, el juicio, la resistencia, la falta de imaginación y de audacia que los hacen aptos a ese género de vida. Los antepasados de esos cultivadores desconocidos, amantes apasionados de la tierra, soldados anónimos, indestructible armazón de las naciones de Europa, fueron, a pesar de sus grandes cualidades, de una constitución orgánica y mental más débil que la de los señores medioevales que conquistaron la tierra y la defendieron contra todos los invasores. Los primeros han nacido siervos; los segundos, reyes. Hoy en día es indispensable que las clases sociales sean cada vez clases biológicas. Los individuos deben subir o descender al nivel al cual los destina la calidad de sus tejidos y de su alma. Es preciso facilitar la ascensión de los que tienen los mejores órganos y el mejor espíritu; es preciso que cada uno ocupe su sitio natural. Los pueblos modernos pueden salvarse por el desarrollo de los fuertes, no por la protección de los débiles.
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