Cap.I,X
La sociedad moderna ignora al individuo. No tiene en cuenta sino a los seres humanos. Cree en la realidad de lo universal y nos trata como si fuésemos abstracciones. Es la confusión de la realidad de los conceptos del ser humano, que la ha conducido a uno de sus errores más graves: a la estandarización de los hombres. Si fuesen éstos todos idénticos, sería posible elevarles y hacerles vivir y trabajar en grandes manadas, como a bestias. Pero cada uno tiene una personalidad diferente, y no puede ser tratado como un símbolo. Como se sabe, desde hace tiempo, la mayoría de los grandes hombres han sido educados en forma aislada, o han rehusado entrar en el molde de la escuela. La verdad es que la escuela es indispensable para los estudios técnicos. Responde asimismo a las necesidades del niño en contacto con sus semejantes. Pero la educación debe poseer una dirección sin cesar atenta, y esta dirección no puede ser dada sino por los padres. Sólo estos últimos, especialmente la madre, han observado desde el comienzo las particularidades fisiológicas y mentales, cuya orientación constituye el fin de la educación. La sociedad moderna ha cometido la grave falta de sustituir, desde la primera edad, la enseñanza familiar por la escuela. A ello la ha obligado la traición de las mujeres. Éstas entregan a sus hijos al “kindergarten” para ocuparse de su carrera, de sus ambiciones mundanas, de sus placeres sexuales, de sus fantasías literarias o artísticas, o sencillamente para jugar al bridge, ir al cine, perder su tiempo en una atareada pereza. De este modo, han producido la extinción del grupo familiar, en el cual crecía el niño en compañía de los adultos y aprendía de ellos mucho. Los perros nuevos, criados en la misma casucha con los animales de su edad, son menos desenvueltos que aquellos que corren en libertad con sus padres. Lo mismo ocurre con los niños perdidos entre la muchedumbre de otros niños, si se les compara con los que viven con los adultos inteligentes. El niño modela con facilidad sus actividades fisiológicas, afectivas y mentales sobre las de su medio. Recibe, pues; muy poco de los niños de su edad. Cuando se encuentra reducido a ser sólo una unidad en una escuela, se desarrolla mal. Para progresar, el individuo necesita la soledad relativa y la atención del pequeño grupo familiar.Igualmente, gracias a la ignorancia del individuo, la sociedad moderna atrofia a los adultos. El hombre no soporta impunemente la forma de existencia y el trabajo uniforme y estúpido impuesto a los obreros de la fábrica, a los empleados de oficina, a aquellos, en fin, que deben asegurar la producción en masa. En la inmensidad de las ciudades modernas, se encuentra aislado y perdido. Constituye una abstracción económica; una cabeza de rebaño. Pierde su cualidad de individuo. No tiene ni responsabilidad ni dignidad. En medio de la multitud, emergen los ricos, los políticos poderosos, los bandidos de gran envergadura. Los otros, no son más que un polvo anónimo. Por el contrario, el individuo conserva su personalidad cuando forma parte de un grupo en el cual es conocido, ya sea en un villorrio, en una aldea pequeña donde su importancia relativa es más grande, donde puede esperar llegar a ser, a su vez, un ciudadano influyente. El desconocimiento teórico de la individualidad, le ha conducido a su desaparición real.
Otro error, debido a la confusión de conceptos del individuo, es la igualdad democrática. Este dogma se deshace hoy día, bajo los golpes de la experiencia de los pueblos. No hace, pues, falta, demostrar su falsedad, pero, no hay más remedio que admirarse de su prolongado éxito. ¿Cómo ha podido la humanidad creer en ella durante tanto tiempo? Esta no tiene en cuenta la constitución del cuerpo y de la conciencia. No calza con el hecho concreto que es el individuo. Ciertamente, los seres humanos son iguales, pero los individuos no lo son. La igualdad de sus derechos es una ilusión. El débil de espíritu y el hombre de genio no deben ser iguales ante la ley. El ser estúpido, ininteligente, incapaz de atención, disperso, no tiene derecho a una educación superior. Es un absurdo concederle el mismo poder electoral que al individuo completamente desarrollado. Los sexos no son iguales y es muy peligroso desconocer estas diferencias. El principio democrático ha contribuido a la desaparición de la civilización, impidiendo el desarrollo de la élite. Evidentemente, las desigualdades individuales deben ser respetadas. Existen, en la sociedad moderna, funciones apropiadas a los grandes, a los medianos y a los inferiores, pero es necesario formar individuos superiores, por medio de los mismos procedimientos que se forman los mediocres. Así, pues, la estandarización del ser humano por el ideal democrático, ha asegurado el predominio de los débiles. Estos son, en todos los dominios, preferidos a los fuertes. Son protegidos y ayudados, y a menudo admirados. Igualmente ocurre con los enfermos, los criminales y los locos, quienes atraen la simpatía del público. Es el mito de la igualdad, el amor del símbolo, el desdén del hecho concreto que, en gran medida, es culpable de la disolución del individuo. Como resultaba imposible levantar a los inferiores, el único medio de producir la igualdad entre los hombres era conducirlos a todos al nivel más bajo. Así ha desaparecido la fuerza de la personalidad. No sólo el concepto del individuo ha sido confundido con el del ser humano, sino que este último ha sido adulterado por la introducción de elementos extraños y privado de los suyos propios. Le hemos aplicado conceptos que pertenecen al mundo mecánico. Hemos ignorado el pensamiento, el sufrimiento moral, el sacrificio, la belleza y la paz. Hemos tratado al hombre como a una sustancia química, como a una máquina, como al rodaje de una máquina. Le hemos amputado sus actividades morales, estéticas y religiosas. Hemos suprimido igualmente algunos aspectos de sus actividades fisiológicas. No nos hemos preguntado cómo los tejidos y la conciencia se acomodarían a los cambios de alimentación y al modo de vida. Hemos abandonado totalmente el papel capital de las funciones de adaptación y la gravedad de la consecuencia de mantenerlas en reposo. Nuestra debilidad actual proviene, a la vez, del desconocimiento de la individualidad y de la ignorancia de la constitución del ser humano.
Significado práctico del conocimiento de nosotros mismos.
El hombre moderno es el resultado de su medio, de los hábitos de vida y de los pensamientos que la sociedad le ha impuesto. Ya sabemos cómo afectan estos hábitos nuestro cuerpo y nuestra conciencia. También sabemos al presente cuan imposible nos es acomodarnos sin degenerar al medio creado en torno nuestro por la tecnología. No es la ciencia la responsable de nuestro estado actual. Somos nosotros los culpables, porque no hemos sabido distinguir lo permitido de lo prohibido. Hemos hecho frente a las leyes naturales, cometiendo así el pecado supremo, el pecado que siempre y fatalmente es castigado. Los dogmas de la religión científica y de la moral industrial han caído ante la realidad biológica. La vida concede siempre la misma respuesta a los que le piden lo que está prohibido: los debilita. Y las civilizaciones se hunden. Las ciencias de la materia inerte nos han conducido a un país que no es el nuestro. Hemos aceptado ciegamente cuanto nos han ofrecido. El individuo se ha tornado estrecho, especializado, inmoral, ininteligente, incapaz de dirigirse a si mismo y de dirigir sus instituciones. Pero al mismo tiempo las ciencias biológicas nos han revelado el más precioso de los secretos: las leyes del desarrollo do nuestro cuerpo y de nuestra conciencia. Es este conocimiento que nos da el medio de renovarnos. En tanto que las cualidades de la raza se mantengan intactas, la fuerza y la audacia de nuestros antepasados podrá despertarse en los hombres modernos. Pero ¿serán éstos capaces de desearlo hasta conseguirlo?
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