¿Puede la ciencia del hombre conducir a su renovación?
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Capitulo VIII
La ciencia que ha transformado el mundo material, nos ha, dado el poder de transformarnos a nosotros mismos. Nos ha revelado el secreto de los mecanismos de nuestra vida, y nos ha enseñado cómo provocar, artificialmente, su actividad; cómo modelarnos según la forma que deseemos. Gracias al conocimiento de si misma, la humanidad, por primera vez desde el comienzo de su historia, ha llegado a ser árbitro de su destino. Pero ¿será, capaz de utilizar con provecho la fuerza ilimitada de la ciencia? Para crecer de nuevo se Encuentra obligada a rehacerse y no puede rehacerse sin dolor, porque es a la vez el mármol y el escultor. Porque debe, con su propia sustancia, y a martillazos, hacer volar las astillas excedentes, a fin de recobrar su rostro verdadero. Seguramente no se resignará, a esta operación, antes de verse constreñida a ella por la necesidad. Por el momento, no advierte su urgencia, en medio del confort, la belleza y las maravillas mecánicas que ha conseguido por medio de la tecnología. No se da cuenta de que degenera, y en tal caso ¿por qué se esforzaría en modificar su manera de ser, de vivir y de pensar?
Felizmente se ha producido un acontecimiento inesperado para los ingenieros, economistas y políticos. El magnífico edificio financiero y económico de los Estados Unidos se ha derrumbado. En los primeros momentos, el público no creyó en una catástrofe de tal magnitud. Su fe no alcanzó a conmoverse y escuchó dócilmente las explicaciones de los economistas. La prosperidad tenía que volver. Hoy, comienza a hacerse la duda en las cabezas más inteligentes del ganado. ¿Son únicamente económicas las causas de la crisis? ¿Son únicamente financieras? ¿No debemos culpar también a la corrupción y a la estupidez de los políticos y de los financistas, a la ignorancia y a la ilusión de los economistas? ¿No ha disminuido la vida moderna la inteligencia y la moralidad de toda la nación? ¿Por qué estamos obligados a pagar cada año varios miles de millones de dólares para combatir la criminalidad? ¿Por qué, a despecho de tan gigantescas sumas, los gangsters continúan atacando victoriosamente los bancos, matando agentes de policía, robando, exigiendo rescates y asesinando niños? ¿Por qué el número de los retardados mentales y de los locos es cada día mayor? ¿No depende acaso la crisis mundial de factores individuales y sociales de mayor importancia que los económicos? Acaso pueda afirmarse que el espectáculo de nuestra civilización, en este comienzo de su decadencia, nos fuerce a interrogarnos si la causa del mal no se encuentra en nosotros mismos, tanto como en nuestras instituciones. La renovación será posible sólo cuando nos demos cuenta, de su absoluta necesidad. Por el momento, el único obstáculo que puede elevarse ante nosotros, para evitarla, sería nuestra inercia y no la incapacidad de nuestra raza para alzarse de nuevo. Efectivamente, la crisis económica ha sobrevenido antes que nuestras cualidades ancestrales hayan sido por completo destruidas por la ociosidad la corrupción, y la vida blanda. Sabemos que la apatía intelectual, la inmoralidad y la criminalidad son, por lo general, caracteres que no se transmiten hereditariamente. La mayor parte de los niños, poseen, al nacer, las mismas potencialidades de sus padres, y para desarrollarlas, basta con desearlo. Tenemos a nuestra disposición, si queremos conseguirlo, las potencias todas de los métodos científicos, y hay todavía entre nosotros hombre capaces de utilizarlas con absoluto desinterés. La sociedad moderna no ha logrado ahogar aún todos los centros de cultura intelectual, valor moral, virtud y audacia. El fuego no se ha extinguido, luego el mal no es irreparable. Pero la renovación de los individuos exige que se renueve asimismo la vida moderna y esto es imposible sin llegar a una revolución. No basta, pues, con comprender la necesidad de un cambio total y poseer los medios científicos para realizarlo. Hace falta, también que el derrumbe espontáneo de la civilización tecnológica desencadene con su violencia el impulso necesario a un cambio tal.
¿Pero tenemos aún la suficiente energía y clarividencia para tan gigantesco esfuerzo? A primera vista, no lo parece. El hombre moderno ha caído en una total indiferencia hacia todas las cosas, con excepción del dinero. Sin embargo, existe una razón para, tener esperanzas. Después de todo, las razas que han construido la civilización presente no se han extinguido. En el plasma germinativo de sus descendientes degenerados existen todavía las potencialidades ancestrales. Estas potencialidades permanecen susceptibles de actualizarse. Por cierto, los representantes de las razas enérgicas y nobles se encuentran ahogados por la multitud de proletarios cuya industria ha provocado de una manera ciega su desarrollo. Aunque estos representantes de la razas fuertes existan en pequeño número, esta insignificancia no sería un obstáculo para su éxito, desde el momento en que poseen en estado virtual una fuerza maravillosa. Es preciso recordar lo que hemos realizado desde la caída del imperio romano. En el pequeño territorio de los Estados del Oeste de Europa; en medio de incesantes combates, de hambres terribles y de epidemias, hemos logrado conservar, durante toda la Edad Media, los restos de la cultura antigua. En el curso de los largos siglos oscurantistas, nuestra sangre ha corrido en todas partes en defensa de la cristiandad contra nuestros enemigos del Norte, del Este y del Sur. Gracias s su esfuerzo inmenso, hemos logrado escapar al sueño del islamismo. En seguida se produjo un milagro: brotó la ciencia del espíritu de los hombres formados por la disciplina escolástica. Y, cosa más extraña aún, la ciencia ha sido cultivada por los hombres de Occidente, por ella, por su verdad, por su belleza, con un total desinterés. En vez de vegetar en el egoísmo individual, como acontece en Oriente y sobre todo en China, la ciencia ha transformado nuestro mundo en cuatrocientos años. Nuestros padres han realizado una obra única en la historia de la humanidad. Los hombres que en Europa y en América descienden de ellos, han olvidado la historia en su mayoría. Otro tanto ocurre con los que hoy aprovechan de la civilización material construida por nosotros, por ejemplo los blancos que antaño no combatieron en los campos de batalla de Europa, y los amarillos, y los cobrizos y los negros., que procedieron de la misma manera y cuya ola siempre creciente alarma acaso demasiado a Spengler. Lo que ya realizamos una vez, somos capaces de emprenderlo de nuevo. Si se derrumbase nuestra civilización, construiríamos otra, pero ¿es indispensable que atravesemos el caos para lograr el órden y la paz? ¿Será posible que nos levantemos otra vez antes de sufrir la prueba sangrienta de un trastorno completo? ¿Seremos capaces de reconstruirnos a nosotros mismos, de evitar cataclismos al parecer inminentes y de continuar nuestra ascensión?
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