José, el hijo de Jacob, tuvo dos hijos: Manases y Efraín. Nacieron en Egipto cuando su padre había sido elevado a la categoría de príncipe.
Parece que José nunca olvido la humanidad de su origen ni el áspero camino que recorrió para llegar al poder. Cuando nació el primero de sus hijos, lo llamo Manases “porque Dios, dijo, me hizo olvidar todo mi trabajo, y toda la casa de mi padre” (Gen.4.51).
Tiempo después del nacimiento de Manases, nació Efraín, segundo hijo de José. La llamo Efraín porque, dijo: “Dios me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción” (Gen.41.52).
Años después de José, David, el dulce cantor de Israel, al verse en semejante experiencia, escribió: “Estando en angustia tu me hiciste ensanchar” (Sal.4.1). Es muy difícil aceptar los días angustiosos. Cuando estos llegan, el alma eleva su protesta al cielo. Al hacerlo nunca pensamos que Dios puede convertir estas angustias en semilleros de futuras victorias. Los árboles en el norte, al llegar el invierno pierden toda su fronda, sus flores, sus frutos, pero nunca su fuego interior. El invierno pasa y la savia oculta, aquello que no murió bajo los rigores del frió, vuelve a mostrar su vigor y cubre los campos de un traje hermoso y lleno de colores. Algo semejante pasa en la vida de todos los hombres. José experimento esto en su vida y estas experiencias las dejo narradas en los nombres de sus hijos: Manases, olvido; Efraín, prosperidad en la tierra de dolor. Estos dos hombres encierran dos grandes filosofías, dignas de ser estudiadas y practicadas.
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