Mila Dosso
Barack Obama no es “ningún” Condoleezza Rice ni un Collin Powell, pero tampoco es un Martin Luther King Jr. y menos un Malcolm X. Sí, el imperio ha conseguido su representante perfecto, el que casi blinda sus acciones con su poesía y color.
Es cierto que la elección de Obama se ha hecho historia y ha sido un paso importante para curar los heridos profundos de la esclavitud. ¿Pero querrá y logrará torcerle el brazo a los auténticos y agraciados amos del imperio?
Nadie puede negar el momento histórico que vive los Estados Unidos de Norteamérica. Pero suena como un contrasentido –y ojalá lo sea– que una nación construida con la mano de obra de los esclavos africanos acabe de elegir su primer presidente afrodescendiente.
Uno desearía que fuera un buen presagio que un país con una Constitución que aún mantiene su lenguaje original, que define a los negros como “tres quintos de un ser humano” –a los que les fue otorgado el voto en 1870, cinco años después de la abolición de la esclavitud y casi una centuria más tarde que la ratificación constitucional- haya tenido el coraje (¿o la desesperación?) de votar masivamente para la presidencia de la mayor potencia mundial a un hombre negro.
Parodiando a Marx y a Engels, “un fantasma recorre todo el mundo”. Pero no es el fantasma del comunismo que anunciaba el famoso manifiesto escrito en 1848. Ahora es el fantasma de la audacia y la esperanza. En la creencia, y por qué no decirlo, en la certeza que maneja la mayoría de los seres humanos del planeta de que el capitalismo y la democracia tienen la capacidad para renovarse, aprendiendo de sus errores y manteniendo en alto el deseo de que el mundo puede ser mejor. Que sobre los excesos del presente, los errores de los contemporáneos y las fallas de las estructuras públicas y privadas, se pueden edificar las soluciones del futuro que empujen, en una dirección precisa, a favor del progreso, hacia una sociedad planetaria más humana, respetuosa de la ley y, especialmente, más fraterna y globalmente solidaria.
Muchas preguntas y pocas respuestas
¿Qué sucedió en Estados Unidos para llevar a cabo un cambio tan radical?
Obama tuvo la habilidad de aprovechar un momento de desesperación dentro del pueblo de Estados Unidos y jugó sus cartas casi a la perfección. Sin hablar jamás del Black Power ni responsabilizar a los blancos por la opresión de los negros. Y menos aún comentó sobre sus propias experiencias como un hombre de raza mestiza.
¿Cuál es entonces la atracción de Obama para las grandes masas? Precisamente la misma que Jhon o Robert Kennedy: ofrecer una “nueva”, joven y aparentemente progresista cara del Partido Demócrata, con el plus de ser un miembro de la elite afroamericana.
Pero no se puede ignorar la política imperialista de los EE.UU. y decir que el mundo puede encaminarse a una etapa de paz, que el imperio puede humanizarse y poner fin a las guerras o el sometimiento y la humillación de naciones enteras, sólo porque el demócrata Barack Obama, parezca –o lo sea auténticamente– más bueno que su antecesor. Algo, por otra parte, no tan difícil tratándose ese predecesor nada menos que del inefable George Bush (h), un fanático paranoico, intoxicado de mesianismo, con menos luces que un bicho canasto, borracho de poder y alcohol. Y, además, un racista enamorado de la pena de muerte, sobre todo contra los negros...“esos negros” igualitos a Barack, a quien pasó la mano y dio la bienvenida con espléndidos elogios (¿?). Y, encima, misógino, como buen racista.
Sin dudas que la política que desarrolle el novel presidente tendrá sus diferencias con la de Bush, con de un perfil más dialoguista, tendrá un discurso mas pacifista, más carismático, más simpático ante las cámaras de televisión, pero de ninguna manera cuestionará la estructura de dominación que mantiene a países como el nuestro bajo la bota imperial y al servicio de las multinacionales.
Barack es la cara perfecta del imperio. ¿Quién mejor puede presentar una imagen simpática de una Washington decaída y destruida por los ocho años de Bush-Cheney y sus guerras sin fin? ¿Será igual de fácil para Al Qaeda u otros grupos anti-estadounidenses enfrentar a un jefe de estado moreno con nombre árabe? ¿Podrán los pueblos doblegados apuntar sus dedos a la Casa Blanca y reclamar por sus acciones agresivas, intervencionistas e imperiales? ¿Y qué pasará con el pueblo estadounidense? ¿Bajará la guardia y respirará con alivio pensando que la tormenta ya pasó y ahora está en buenas manos, y que no hay que protestar más, ni criticar más, ni reclamar cambios reales?
El estado norteamericano tiene la función de asegurar, a nivel mundial, la explotación de los pueblos por parte sus corporaciones. Más aún en este período que le tocará administrar al nuevo presidente, donde la economía mundial está en caída libre hacia la peor crisis de la historia.
En consecuencia, la política que desarrollará Obama será la misma: que la crisis la paguen los trabajadores y los pueblos oprimidos del mundo para que la estructura imperial se mantenga.
Obama no es, como se lo quiere presentar, el sucesor de Luther King, un pacifista, un representante de la lucha contra la gran burguesía mundial.
Por el contrario, grandes “nombres” del establishment norteamericano están con él: Kissinger, Colin Powell (ex canciller de Bush y general de la guerra de rapiña contra Iraq), Paul Volcker (jefe de la Reserva Federal bajo Carter y Reagan), Larry Summers y James Rubin (funcionarios de Clinton).
Sí, el imperio ha conseguido su representante perfecto, el que casi blinda sus acciones con su poesía y color. Es cierto que la elección de Obama se ha hecho histórica y ha sido un paso importante para curar las heridas profundas de la esclavitud. Pero el imperio seguirá siendo el imperio. Retomo su frase: “A los que están fuera de Estados Unidos que nos quieren destruir, sépanlo con claridad que nosotros los derrotaremos”.
Estremeció de miedo. Tanto como de placer ver a Bush subir al helicóptero y retirarse de la historia con millones de zapatazos sobre él.
De igual modo, así como Gabriel García Márquez dice que existen seres con el privilegio sobrenatural de volver a los sitios de sus afectos y repetir los mismos actos de sus mejores recuerdos en los días anteriores a su muerte, nos gustaría que existiera un presidente afroamericano de Estados Unidos con el privilegio de comenzar su política exterior como si nunca hubiese existido otra. Una suerte de cancelación del pasado en el inicio de su mandato , que deje a un lado los intereses del poderosísimo complejo militar industrial y suprima las guerras de destrucción del imperio, que tanta desdicha, miseria y muerte han llevado a numerosos pueblos.
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