Mila Dosso
“El hombre es un dios con prótesis.”
(Sigmund Freud)
El filósofo alemán Emmanuel Kant dijo que “los nudos que no puede desatar la política, los corta la ética”. A veces miramos a nuestro alrededor y nos preguntamos: ¿qué es lo que perdimos de vista?, ¿qué es lo que no supimos entrever? Y en general, no encontramos respuestas. O no queremos encontrarlas.
En su ensayo, La Resistencia, Ernesto Sábato nos señala: “A cada hora el poder del mundo se concentra y se globaliza..., continentes en la miseria junto a altos niveles tecnológicos, posibilidades de vida asombrosas a la par de millones de hombres desocupados, sin hogar, sin asistencia médica, sin educación. La masificación ha hecho estragos..., esta crisis no es la crisis del sistema capitalista como muchos imaginan: es la crisis de toda una concepción del mundo y de la vida basada en la idolatría de la técnica y en la explotación del hombre.
Para la obtención del dinero han sido válidos todos los medios... esto parece la estampida que sigue a un terremoto donde en medio del caos cada uno saquea lo que puede”. La idolatría de la técnica ya aparece en Heidegger, cuando abre su Introducción a la metafísica con una pregunta: ¿Por qué es el ente y no más bien la nada? ¿Por qué hay esto y no nada? Es, esencialmente, la pregunta por el ser, una pregunta inquietante, y porque inquieta yace sepultada en el olvido para el hombre de la modernidad, que, para huir de la angustia existencial lo que hace es decir: Esto es lo que hay y me lo voy a apropiar, lo voy a tecnificar, lo voy a dominar y con esto voy a dominar a los otros. Cuando Heidegger dice que el hombre ha olvidado el llamado del ser y se ha consagrado al dominio, a la cosificación, a la tecnificación, está diciendo nada más que lo que vemos a diario: el hombre, valido del poder que le otorga la tecnificación, se ha consagrado a arrasar la naturaleza y a someter a los otros hombres (casi lo mismo afirmó Marx). Y cuando lo hace se siente un dios. En el malestar de la Cultura, Freud dice que “el hombre es un dios con prótesis”, y la prótesis se la entrega la técnica.
Es así un gran dios que domina tanto que va a devastar efectivamente la tierra. Pensemos en los misiles de Bush, en Estados Unidos retirándose del Protocolo de Kioto, en la tala del Amazonas o de nuestro Impenetrable. Y desde Heidegger hacia delante, el pasaje de la dominación de las cosas a la dominación de los hombres es analizado por otros filósofos que desarrollan la teoría de la razón instrumental hasta Foucault que vincula el tema de la dominación de las cosas de Heidegger con la voluntad de poder en Nietzsche, ese poder que utiliza las herramientas de las ciencias para dominar a los otros.
Pero sin ahondar, retomemos la certera visión de Sábato que describe nuestra propia realidad: padecemos una tragedia signada por la miseria, la postergación y, en esencia, por una marcada ausencia de los valores éticos que ponían en el centro al ser humano y que fueron reemplazados por otro tipo de valores, más utilitarios, más urgentes y subalternos.
No se trata sólo de una trampa en la que nos metieron los moldeadores del destino o los dueños del poder. También somos responsables de habernos dejado acorralar en un callejón que parece no tener salida. Desde nuestra individualidad, sumada a eso tan etéreo que suele llamarse sociedad o comunidad, hemos aportado conductas insolidarias, indolentes, indiferentes y con una cuota cada vez mayor de desmemoria.
Hemos perdido, o peor, hemos rifado malamente, en la timba de la decadencia, la dimensión ética de la vida, que es la peor forma de empobrecimiento. Y no hace falta profundizar en los grandes temas. Miremos a nuestro alrededor. Analicemos nuestras propias conductas. Nos daremos cuenta de que con urgencia debemos desarrollar y poner en práctica una cultura cotidiana de valores éticos para recomenzar casi todo, en medio del caos que abruma y suele enceguecer.
Cuando las normas de conducta abandonaron el principio aristotélico que señala que la moral más que una ciencia es un quehacer práctico, fuimos diseñando nuestro propio desquicio.
Lo público y lo privado, el modo de hacer política, el reparto equitativo de los bienes, la virtud de la justicia cívica, la valoración de los intereses en juego y hasta la justa indignación de los pueblos, deben construir su andamiaje en el marco de la dimensión ética. La marginación de vastos sectores populares, sometidos al calvario de la desventura, no sólo configura un problema social que los gobiernos deben atender. Es, en la raíz de las cosas, el caldo de cultivo de la dominación. Este es el dilema ético del presente.
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