La lectura de John Hedley Brooke nos lleva a una conclusión: el darwinismo no fue leído por muchos de los primeros comentaristas cristianos de su tiempo como una ciencia que presentaba resultados incompatibles con la fe cristiana. Al contrario, ni Darwin fue un opositor al teísmo ni el cristianismo de su tiempo fue un opositor al darwinismo. El darwinismo como tal no suponía compromiso ideológico alguno, ni con el teísmo ni con el ateísmo; Darwin supo mantenerse en su neutralidad, aunque por tradición se inclinó hacia el teismo (al mismo tiempo que también formuló claras críticas a la religión de su tiempo). Lo que se dio en las primeras lecturas cristianas de Darwin debiera ser también hoy el criterio para juzgar la relación entre darwinismo y cristianismo.
A lo expuesto por John Hedley Brooke quisiéramos añadir una consideración importante fundada en la teología de la kénosis. Si nos atenemos al llamado principio antrópico cristiano (una formulación cosmológica de la teología de la kénosis) del cosmólogo sudafricano George Ellis, diríamos que el Dios cristiano es un Dios que ha diseñado la Creación del universo como un diseño para la libertad humana. Dios no se ha querido imponer al hombre, hasta el punto de limitar racionalmente su libertad ante Dios, y por ello ha diseñado un mundo autónomo que evoluciona por sus propias leyes de forma autónoma.
Dios sostiene en el ser ese mundo evolutivo, pero el universo autónomo –aunque pueda revelar la presencia del diseño divino– puede también ser entendido por el hombre de una forma puramente mundana, sin Dios. Los mecanismos evolutivos del darwinismo clásico –y otros aportados por la bioquímica actual– forman parte de ese diseño autónomo de la creación. El diseño racional que el cristianismo descubre en la Creación es un diseño para la libertad en que Dios, al mismo tiempo, se oculta y se revela. Las razones que apoyan creer en este diseño son compatibles con el darwinismo y con todos los otros aspectos de la autonomía evolutiva del universo.
Hoy en día la inmensa mayor parte de los teólogos cristianos, pertenecientes a las más diversas confesiones, admiten el darwinismo. El fundamentalismo en Norteamérica y la promoción actual de versiones radicales del intelligent design son una excepción. En el mundo católico el darwinismo es también igualmente admitido y el evolucionismo fue promovido hace muchos años por Teilhard de Chardin. El papa Juan Pablo II ha hablado también inequívocamente a favor del darwinismo.
Por ello produce verdadera perplejidad intelectual la obra, también mencionada por Brooke, de Richard Dawkins (The God Delusion). La lógica argumentativa de esta obra confunde el cristianismo actual con el cristianismo medieval y en ella se afirma además que el cristianismo es incapaz de asimilar el darwinismo, e intrínsecamente contradictorio con él. Muy al contrario, el darwinismo y otros muchos resultados de la ciencia moderna no sólo son compatibles con el cristianismo sino que han permitido formas más ricas de entender la teología cristiana. No sólo en la teología inglesa del XIX, sino en la actualidad.
Juan Antonio Roldán es miembro de la Cátedra CTR.
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