contra de Pablo, quien se había atrevido a proclamar que Dios amaba a los gentiles y que los deseaba salvar. Mientras Pablo estaba en el templo cumpliendo un voto, el populacho fue movido a violencia en su contra (Hechos 21:17-36). Tal como en el caso de Jesús, no hubo una acusación definida, sino solo una violenta erupción emotiva, una combinación irracional de prejuicio racial, orgullo de raza e intolerancia religiosa (véase 21:28,34). Cuando Pablo recibió permiso para hablar a la multitud en el idioma hebreo, escucharon sin interrumpirle hasta que declaro que el Señor le había enviado “lejos a los Gentiles”. Esto causo un nuevo tumulto: “Y le oyeron hasta esta palabra; entonces alzaron la voz, diciendo: Quita de la tierra a un tal hombre porque no conviene que viva” (Hechos 22:22).
Hasta el final esta actitud continuaba como característica de la reacción judía frente al mensaje universal de Pablo. No es de extrañarse, pues, que Pablo diera la espalda a sus parientes según la carne, quienes habían traído sobre si el juicio de Dios, dejándoles las siguientes palabras: “Bien ha hablado el Espíritu Santo por el profeta Isaías a nuestros padres, diciendo: Ve a este pueblo, y diles: De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo varéis y no percibiréis: Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado y de los oídos oyeron pesadamente y sus ojos taparon; porque no vean con los ojos y oigan con los oídos, y entiendan de corazón, y se conviertan, y yo los sane (Isaías 6:9,10). Séaos pues notorio que a los gentiles es enviada esta salud de Dios; y ellos oirán” (Hechos 28:25-28).
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