El lugar destacado de Pablo en la historia del cristianismo se debe precisamente al hecho de que él fue un instrumento para realizar el propósito universal de Dios. Aunque había sido un judío de una educación muy estricta, un fariseo, Pablo logró vencer sus prejuicios de raza, y su exclusivismo religioso, al comprender que Cristo había muerto por todos los hombres y que podía salvarse todo el que creyera. En esto él tuvo éxito donde Pedro había fracasado. A Pedro le fue dada la oportunidad de llegar a ser el apóstol de los gentiles, cuando el Espíritu lo impulso a ir a la casa de Cornelio. Pero no estuvo dispuesto a seguir las indicaciones implícitas pero claras de esta dirección divina, y se contento más bien con limitarse mayormente a testificar entre los judíos. Y el ministerio más grande a todo un mundo cayó en las manos de Pablo. No hay nada en el libro de los Hechos y en las epístolas paulinas que se destaque tanto como el hecho de que él era un instrumento escogido para llevar el evangelio de salvación a los pueblos no judíos.
En la ocasión de la conversación de Pablo se revelo esta intención de parte de Dios. Ananás, el discípulo de Damasco, a quien correspondía hablar con Pablo después de la experiencia de este en el camino, no tenia deseo de recibirlo en la comunión cristiana, ya que recién había estado persiguiendo el camino. Pero el Señor dijo a Ananías “Ve: porque instrumento escogido me es este, para que lleve mi nombre es presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel (Hechos 9:15).
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