La palabra “misticismo” proviene del griego mystikos, que significa “adentrarse en los misterios” e implica experimentar diversos estados de experiencias extáticas. Estos estados son reales, y no son el resultado de salirse del mundo en un sentido físico, sino más bien de introducirse en las entrañas del mismo.
Se han descubierto mucho escritos de la época de Jesús que son en esencia profundamente místicos, y de ellos podemos deducir que las enseñanzas de Jesús se llevan a cabo a mucho niveles. Cuando viajaba de lugar en lugar, hablaba a todos aquellos que querían escucharle; para los ojos de algunos, era una especie de “obrero de milagros”, además de un orador inspirado. Sin embargo, es evidente que trabajo mas profundamente con los que realmente querían descubrir la esencia de su ser y experimentar su propia relación con Dios. Al leer el Evangelio de Santo Tomas, queda claro para muchos que una parte significativa de las enseñanzas de Jesús abordo las experiencias interiores y los misterios.
A medida que la historia del cristianismo ha ido desarrollándose, muchos hombres y mujeres, a los que conocemos como visioneros y místicos cristianos, se han convertido al cristianismo con el objetivo de encontrar a Dios ; algunos han tropezado sin buscarlo con misteriosas puertas que les han llevado hasta el interior, y otros han llegado hasta allí intecionamente. El viaje interior es arduo y complejo, pero las recompensas que ofrece son las del reino de Dios. Los escritos poéticos y extáticos de los grandes visioneros y místicos son el testimonio de los estados de felicidad alcanzables.
Santa Teresa de Ávila es una de las que aparentemente se adentro a propósito en su mundo interior. Pudo ser la inocencia y pureza de su corazón la que le condujo hasta allí, ya que comparaba a Dios con un amigo querido y un amante místico. Juan de la cruz habla de lo más profundo de su alma, habla de sus oscuras noches y sus soberbias cumbres, mientras que Catalina de siena describe detalladamente las experiencias místicas de su corazón. Hildegarda de Bingen fue un visionera a la que Dios mando escribir, y cuyos poemas e himnos están plagados de símbolos, e incluso merced a ellos se inventaron idiomas que hablaban alegóricamente de los misterios de mundo interior.
SANTA TERESA DE AVILA (1515- 1582)
El padre de Teresa era un hombre tremendamente honrado y profundamente piadoso, a su madre le encantaban las novelas románticas, y como su esposo era contrario a ellas, las escondía. Esto ponía a Teresa entre la espada y la pared, ya que a ella también le gustaban las novelas su padre le dijo que jamás mintiera, pero su madre le dijo que no se le dijera a su padre; más tarde, Teresa dijo que siempre temía que, hiciera lo que hiciera, que estaba mal.
Cuando Teresa tenia dieciséis años, su padre sintió que se le escapaba de las manos, y la envió a una escuela de convento; al principio, Teresa la aborreció, pero finalmente comenzó a pasárselo bien, en parte por su floreciente amor hacia Dios y en parte porque el convento era mucho menos estricto de lo que era su padre.
Tras luchar con su salud durante años, sufrió una enfermedad tan grave que incluso cavaron su tumba; después de sufrir esa enfermedad, sufrió parálisis durante tres años. Nunca volvió a recuperarse del todo, pero lo que Teresa descubrió es que “rezar es un acto de amor, no se necesitan palabras. Incluso si la enfermedad distrae los pensamientos, todo lo que se necesita es la voluntad de amar”.
SAN JUAN DE LA CRUZ (1542- 1591)
Después de morir su padre, la madre de Juan mantuvo a la familia unida mientras vagaban sin hogar en busca de trabajo; con frecuencia, el hambriento Juan se desplazaba al centro de la ciudad más rica de España. Con catorce años, acepto el trabajo de cuidador de los pacientes de un hospital que sufrían enfermedades incurables o trastornos mentales. Fue a través de estas experiencias con la pobreza y el sufrimiento como aprendió a no buscar la belleza y la felicidad en el mundo, sino en Dios.
Juan se unió a la orden de las Carmelitas y entablo amistad con Teresa de Ávila, la cual le pidió que le ayudara con un movimiento de reforma; los Carmelitas se vieron amenazados por esto, y algunos miembro de la orden lo mandaron secuestrar. Fu encerrado en una celda de dos por tres metros, linchado tres veces a la semana en aquella oscuridad, frió y desolación, su amor y su fe era como fuego y luz. No le quedaba nada más que Dios, y este amor le trajo a Juan su mayor alegría.
Cuando consiguió escapar, se oculto en un convento que contaba con un hospital, donde se dedico a leer sus poesías a las monjas; desde aquel momento, la vida de Juan se baso en compartir y explicar su experiencia personal con el amor al Dios.
SANTA CATALINA DE SIENA (1347- 1380)
Catalina, la hija numero veinticinco de un tintorero de pieles en el norte de Italia, comenzó a tener experiencias místicas con seis años, viendo Ángeles de la guarda con la misma claridad con la que veía a sus protegidos. Vivió las experiencias de la Peste Negra, la hambruna y numerosas guerras civiles y, siendo aun muy joven comenzó a percibir la sociedad con problemas que la rodeaban, y deseaba ayudar. Soñaba inocentemente con vestirse como un hombre para convertirse en fraile, y más de una vez corrió a la calle para besar el suelo por donde había pasado los Dominicos.
De joven, experimento lo que escribió en sus cartas como un “matrimonio místico” con Cristo. Tuvo una serie de visiones tras las cuales escucho la orden de abandonar el convento e introducirse en la vida publica del mundo. Las políticas religiosas habían conseguido enfrentar a los papas entre si, y Catalina, que era muy espontánea, sin temor hacia las autoridades y sin miedo en la cara de la muerte, tuvo una gran influencia en convencer al papa en Aviñon para que regresara a Roma.
A lo largo su vida, Catalina tuvo numerosa visiones y largas experiencias en extáticas, pero es más recordada por sus inspirados escritos.
SANTA HILDEGARDA DE BINGEN (1098- 1179)
Como era habitual con el décimo vástago en una familia en la que no disponían de suficiente comida, Hildegarda fue entregada a la iglesia nada más nacer. A la edad de tres años comenzó a tener visiones de objetos luminosos, y pronto se dio cuenta de que esta capacidad era única, por lo que oculto el don durante años.
A los ocho años, su familia envió a la extraña niña con un anacoreta llamado Jutta, para que se encargara de su educación; los anacoretas eran ascetas que se aislaban del mundo. Vivian en cuartos pequeños, normalmente contiguo a una iglesia para que pudiera seguir los servicios, y contaban solo con una pequeña ventana como conexión con el resto de la humanidad. Como podía decirse que estaban muertos para el mundo, los anacoretas recibían sus últimos derechos antes de confinarse. Hildegarda accedía a la celda de Jutta a través de una pequeña puerta.
Durante muchos años, las únicas personas que tuvieron conocimiento de sus visiones fueron Jutta y otro monje; finalmente, tuvo otra visión en la que se le ordenaba escribir todo lo que observase. Los escritos parecían provenir de Dios, y una multitud de personas se agolpaba para escuchar las sabias palabras que salían de sus labios.
A medida que la historia del cristianismo ha ido desarrollándose, muchos hombres y mujeres, a los que conocemos como visioneros y místicos cristianos, se han convertido al cristianismo con el objetivo de encontrar a Dios ; algunos han tropezado sin buscarlo con misteriosas puertas que les han llevado hasta el interior, y otros han llegado hasta allí intecionamente. El viaje interior es arduo y complejo, pero las recompensas que ofrece son las del reino de Dios. Los escritos poéticos y extáticos de los grandes visioneros y místicos son el testimonio de los estados de felicidad alcanzables.
Santa Teresa de Ávila es una de las que aparentemente se adentro a propósito en su mundo interior. Pudo ser la inocencia y pureza de su corazón la que le condujo hasta allí, ya que comparaba a Dios con un amigo querido y un amante místico. Juan de la cruz habla de lo más profundo de su alma, habla de sus oscuras noches y sus soberbias cumbres, mientras que Catalina de siena describe detalladamente las experiencias místicas de su corazón. Hildegarda de Bingen fue un visionera a la que Dios mando escribir, y cuyos poemas e himnos están plagados de símbolos, e incluso merced a ellos se inventaron idiomas que hablaban alegóricamente de los misterios de mundo interior.
SANTA TERESA DE AVILA (1515- 1582)
El padre de Teresa era un hombre tremendamente honrado y profundamente piadoso, a su madre le encantaban las novelas románticas, y como su esposo era contrario a ellas, las escondía. Esto ponía a Teresa entre la espada y la pared, ya que a ella también le gustaban las novelas su padre le dijo que jamás mintiera, pero su madre le dijo que no se le dijera a su padre; más tarde, Teresa dijo que siempre temía que, hiciera lo que hiciera, que estaba mal.
Cuando Teresa tenia dieciséis años, su padre sintió que se le escapaba de las manos, y la envió a una escuela de convento; al principio, Teresa la aborreció, pero finalmente comenzó a pasárselo bien, en parte por su floreciente amor hacia Dios y en parte porque el convento era mucho menos estricto de lo que era su padre.
Tras luchar con su salud durante años, sufrió una enfermedad tan grave que incluso cavaron su tumba; después de sufrir esa enfermedad, sufrió parálisis durante tres años. Nunca volvió a recuperarse del todo, pero lo que Teresa descubrió es que “rezar es un acto de amor, no se necesitan palabras. Incluso si la enfermedad distrae los pensamientos, todo lo que se necesita es la voluntad de amar”.
SAN JUAN DE LA CRUZ (1542- 1591)
Después de morir su padre, la madre de Juan mantuvo a la familia unida mientras vagaban sin hogar en busca de trabajo; con frecuencia, el hambriento Juan se desplazaba al centro de la ciudad más rica de España. Con catorce años, acepto el trabajo de cuidador de los pacientes de un hospital que sufrían enfermedades incurables o trastornos mentales. Fue a través de estas experiencias con la pobreza y el sufrimiento como aprendió a no buscar la belleza y la felicidad en el mundo, sino en Dios.
Juan se unió a la orden de las Carmelitas y entablo amistad con Teresa de Ávila, la cual le pidió que le ayudara con un movimiento de reforma; los Carmelitas se vieron amenazados por esto, y algunos miembro de la orden lo mandaron secuestrar. Fu encerrado en una celda de dos por tres metros, linchado tres veces a la semana en aquella oscuridad, frió y desolación, su amor y su fe era como fuego y luz. No le quedaba nada más que Dios, y este amor le trajo a Juan su mayor alegría.
Cuando consiguió escapar, se oculto en un convento que contaba con un hospital, donde se dedico a leer sus poesías a las monjas; desde aquel momento, la vida de Juan se baso en compartir y explicar su experiencia personal con el amor al Dios.
SANTA CATALINA DE SIENA (1347- 1380)
Catalina, la hija numero veinticinco de un tintorero de pieles en el norte de Italia, comenzó a tener experiencias místicas con seis años, viendo Ángeles de la guarda con la misma claridad con la que veía a sus protegidos. Vivió las experiencias de la Peste Negra, la hambruna y numerosas guerras civiles y, siendo aun muy joven comenzó a percibir la sociedad con problemas que la rodeaban, y deseaba ayudar. Soñaba inocentemente con vestirse como un hombre para convertirse en fraile, y más de una vez corrió a la calle para besar el suelo por donde había pasado los Dominicos.
De joven, experimento lo que escribió en sus cartas como un “matrimonio místico” con Cristo. Tuvo una serie de visiones tras las cuales escucho la orden de abandonar el convento e introducirse en la vida publica del mundo. Las políticas religiosas habían conseguido enfrentar a los papas entre si, y Catalina, que era muy espontánea, sin temor hacia las autoridades y sin miedo en la cara de la muerte, tuvo una gran influencia en convencer al papa en Aviñon para que regresara a Roma.
A lo largo su vida, Catalina tuvo numerosa visiones y largas experiencias en extáticas, pero es más recordada por sus inspirados escritos.
SANTA HILDEGARDA DE BINGEN (1098- 1179)
Como era habitual con el décimo vástago en una familia en la que no disponían de suficiente comida, Hildegarda fue entregada a la iglesia nada más nacer. A la edad de tres años comenzó a tener visiones de objetos luminosos, y pronto se dio cuenta de que esta capacidad era única, por lo que oculto el don durante años.
A los ocho años, su familia envió a la extraña niña con un anacoreta llamado Jutta, para que se encargara de su educación; los anacoretas eran ascetas que se aislaban del mundo. Vivian en cuartos pequeños, normalmente contiguo a una iglesia para que pudiera seguir los servicios, y contaban solo con una pequeña ventana como conexión con el resto de la humanidad. Como podía decirse que estaban muertos para el mundo, los anacoretas recibían sus últimos derechos antes de confinarse. Hildegarda accedía a la celda de Jutta a través de una pequeña puerta.
Durante muchos años, las únicas personas que tuvieron conocimiento de sus visiones fueron Jutta y otro monje; finalmente, tuvo otra visión en la que se le ordenaba escribir todo lo que observase. Los escritos parecían provenir de Dios, y una multitud de personas se agolpaba para escuchar las sabias palabras que salían de sus labios.
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