El profeta Jonás vivió en una época de grandes cambios históricos para los cuales el no estaba preparado. Al parecer había sido educado en la escuela tradicionalista de su patria para la cual solo contaba Judea, pueblo elegido de Dios.
Jonas recibió orden de ir a predicar en Ninive. Esto era nuevo para él. Tomo el mandato divino como algo sin antecedentes, como una orden absurda y desobedeció. En esto estaba muy de acuerdo con las tradiciones de su patria. Pero Dios no se somete a tradiciones y cambia, cuando cree que el cambio es necesario. Los tradicionalistas no entienden esto y se niegan a cooperar con Dios, se dan a la fuga. Pero como la historia sigue su marcha, estos hombres son atacados por el vendaval. Milagrosamente se salvan, como paso con Jonas. Pero la voluntad de Dios se impone y Ninive se salva.
Pero Jonás no lo entiende y sigue predicando la destrucción. La inquisición hizo algo semejante. Se dio a la tarea de quemar “herejes” porque en su alma no había corazón, ni en su mente luz para aceptar un cambio en el rumbo de las cosas.
Jonás es duro, desobediente, sin corazón para amar, sin mente para aceptar los cambios, sin pensamiento para presentar un mensaje menos duro.
¿Por qué utilizo Dios a un hombre de esta naturaleza para predicar su mensaje de amor a una gran ciudad?
Quizás era lo único que existía en aquella época. Dios en su gran deseo de salvar al hombre, utiliza esta clave de “vasos de barro”, para ofrecerle vino de su amor. Jonás fue el vaso de barro utilizado por Dios en aquellos lejanos días en que se abría una obra misionera en Ninive.
Jonás es una excepción. Hombre duro, de una sola pieza, prefiere la muerte antes que permitir la salvación de una ciudad con la cual nunca simpatizo.
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