SIMEON UN CORAZON ENCANTADO CON CRISTO
Se trata de un anciano que “había recibido respuesta del Espíritu Santo que no vería la muerte, hasta que viese al Cristo del Señor”. La palabra respuesta indica que Simeón, como hombre de oración, había pedido a Dios le prolongara la vida hasta una edad avanzada, hasta ver al Mesías. Y Dios le concebio ese privilegio.
Simeón vivía en Jerusalén. Al parecer ya había casado a todos sus hijos. Su buena esposa se había anticipado en el viaje a las regiones eternas. Simeón ya no podía trabajar, pero Dios había dispuesto dejarle en el mundo hasta cuando viese al Cristo.
Un día, quizás cuando menos él lo esperaba, un joven matrimonio entro en el templo. La madre traía un niño en los brazos. Una fuerza secreta dijo a Simeón que ese niño era el Mesías: tan rápido como se lo permitían sus débiles piernas corrió hacia el niño, lo tomo en sus brazos y lanzo al espacio esta famosa oración: “Ahora, despides, Señor, a tu siervo, conforme a tu palabra, en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has aparejado en presencia de todos los pueblos; luz para ser revelada a los gentiles, y la gloria de tu pueblo Israel”. Es la oración de un corazón encantado con la presencia de Cristo”.
Posiblemente poco después murió Simeón. Las gentes llevaron su cuerpo a la tumba mientras el alma subía a la presencia de Dios. Así termino la vida de este anciano hombre de oración, amigo del templo, amigo de Cristo y hasta revolucionario. Revolucionario si, como si fuese un joven de pocos años, porque creía y predicaba la extensión del evangelio al mundo gentil, cosa no bien vista por los judíos de aquella época.
Se trata de un anciano que “había recibido respuesta del Espíritu Santo que no vería la muerte, hasta que viese al Cristo del Señor”. La palabra respuesta indica que Simeón, como hombre de oración, había pedido a Dios le prolongara la vida hasta una edad avanzada, hasta ver al Mesías. Y Dios le concebio ese privilegio.
Simeón vivía en Jerusalén. Al parecer ya había casado a todos sus hijos. Su buena esposa se había anticipado en el viaje a las regiones eternas. Simeón ya no podía trabajar, pero Dios había dispuesto dejarle en el mundo hasta cuando viese al Cristo.
Un día, quizás cuando menos él lo esperaba, un joven matrimonio entro en el templo. La madre traía un niño en los brazos. Una fuerza secreta dijo a Simeón que ese niño era el Mesías: tan rápido como se lo permitían sus débiles piernas corrió hacia el niño, lo tomo en sus brazos y lanzo al espacio esta famosa oración: “Ahora, despides, Señor, a tu siervo, conforme a tu palabra, en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la cual has aparejado en presencia de todos los pueblos; luz para ser revelada a los gentiles, y la gloria de tu pueblo Israel”. Es la oración de un corazón encantado con la presencia de Cristo”.
Posiblemente poco después murió Simeón. Las gentes llevaron su cuerpo a la tumba mientras el alma subía a la presencia de Dios. Así termino la vida de este anciano hombre de oración, amigo del templo, amigo de Cristo y hasta revolucionario. Revolucionario si, como si fuese un joven de pocos años, porque creía y predicaba la extensión del evangelio al mundo gentil, cosa no bien vista por los judíos de aquella época.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Su comentario es importante.Gracias