Nadab y Abiú, hijos de Aarón y primeros sacerdotes del pueblo israelita, son ejemplo elocuente de la verdad que hemos establecido. Esta clase de individuos las quemas oportunidades se convierten en humo, carbón y cenizas, en el mismo sitio en que se hubiera logrado afirmar el pedestal de su grandeza histórica.
Nadab y Abiú llamados por Dios, de entre los hijos de Israel, como columnas perpetuas del sacerdocio hebreo como tales tuvieron el privilegio de subir con Moisés, Aarón y setenta de los ancianos de Israel, hasta cierto lugar del Monte Sinai, cuando Moisés subía para dialogar con Dios en las cimas de la histórica montaña. Con semejantes privilegios los nombres de Nadab y Abiú estaban llamados a figurar con honor en las páginas de la historia, junto a los nombres de Moisés, Aarón, Maria, David, Isaías, Salomón, Saulo de Tarso y muchos más. Sin embargo no paso así debido a la falta de seriedad se quemaron frente al altar de los sacrificios el mismo lugar que habría de servirles como pedestal de gloria.
La oportunidad que tuvieron estos dos jóvenes para servir a Dios y a la Patria es realmente envidiable. Hasta cierto punto podríamos decir que fue superior a la de Moisés. Decimos superior porque la oportunidad de Moisés solo tenía que ver con lo militar, lo político y lo civil, lo puramente humano. La oportunidad de Nabab y Abiú tenía que ver con lo espiritual, que es lo mejor. Si comparamos este hecho con el pasaje del Evangelio donde se nos habla de Marta y de Maria, podríamos afirmar que a Moisés correspondió lo humano, aquello por que se preocupo Marta, mientras que Nadab y Abiú tenían que ver con lo espiritual, lo que tanto tiempo preocupo a Maria.
Pero Nadab y Abiú en vez de tomar las cosas en serio, quisieron jugar con ellas y he ahí la causa de su ruina. Fueron quemados en presencia de Jehová y a la vez murieron sin hijos.
La historia de Nadab y Abiú nos enseña a aprender a ser lo que somos, como dijo Unamuno, a respetar a Dios, a la ciencia y a construir nuestra obra con materiales de primera calidad.
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