“ Al quinto año del rey Roboam subió Sisac rey de Egipto contra Jerusalén, y tomo los tesoros de la casa de Jehová, y los tesoros de la casa real, y lo saqueo todo; también se llevo todos los escudos de oro que Salomón había hecho. En lugar de ellos hizo el rey Roboam escudos de bronce, y los dio a los capitanes de los de la guardia, quienes custodiaban la puerta de la casa real” (1 Re. 14.26-27).
Es raro que un hombre de 41 años (1 Re.14.21) careciera de sabiduría para gobernar al pueblo. Al morir Salomón las tribus de norte vieron la oportunidad de deshacerse de los pesados impuestos que tuvieron que pagar durante la fiebre constructora de Salomón. Para hacer que este ideal se hiciera realidad, el pueblo se reunió e hizo la siguiente petición: “Tu padre agravo nuestro yugo, mas ahora disminuye algo de la dura servidumbre de tu padre, y del yugo pesado que puso sobre nosotros, y te serviremos” (1 Re. 12.4). Roboam revelo inmadurez política al aplazar las respuestas. Primero consulta él con los ancianos, luego con los jóvenes. Los primeros, hombres llenos de experiencia, le dijeron: “Si tu fueres hoy siervo de este pueblo y lo sirviereis, y respondiéndoles buenas palabras les hablares, ellos te servirían para siempre” (1 Re. 12.14). La arrogancia del nuevo rey subió de punto al decir: “El menor dedo de los míos es más grueso que los lomos de mi padre” (1 Re. 12.10). Vino la rebeldía del pueblo, la división reino, la guerra permanente, el saqueo del oro y la fabricación de escudos de bronce. No otra cosa merecía un gobernante falto de juicio como lo fue Roboam.
Inmadurez política, incapacidad para tomar decisiones personales, impuestos injustos, arrogancia, irrespeto a las canas, parcialidad, desconocimiento de la realidad histórica, frialdad ante las miserias de su pueblo, he ahí algunos de los múltiples pecados de Roboam. ¿Por qué a un hombre de tal naturaleza, se le confía el destino de un pueblo? Por asuntos de sangre, de tradición: ¡Era el hijo del rey difunto! Este apego a las tradiciones ha sido la ruina de muchas naciones. Las oligarquías se aferran al poder y no siempre la persona de turno reúne las condiciones de estadista. Entonces vienen los decretos, el no ceder a la voluntad del pueblo que reclama un derecho, la violencia, la ruina: los escudos de bronce”.
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